Algunos hombres buenos de una guerra
Octavio Ruiz-Manjón presenta un ensayo que reúne historias de gente que antepuso la justicia y la humanidad por encima de sus ideologías en la contienda civil.
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Octavio Ruiz-Manjón presenta un ensayo que reúne historias de gente que antepuso la justicia y la humanidad por encima de sus ideologías en la contienda civil.
La Guerra Civil española fue, sobre todo, un enfrentamiento cruel, sanguinario y encarnizado entre dos bandos en los que el odio y la irracionalidad fueron los principales motores. Se mató indiscriminadamente. Las estimaciones hablan de miles de asesinatos en los primeros meses de la contienda. Arrastrados por la violencia, no tuvieron fuerza moral para distinguir entre el bien y el mal. Pero, como en todas las guerras, hubo excepciones, personas que no se dejaron llevar por las turbulencias ni la sinrazón, que se resistieron a la miseria moral. En «Algunos hombres buenos» (Espasa), el historiador y profesor Octavio Ruiz-Manjón ha buscado esas singularidades, personas que experimentaron el conflicto, lejos de dejarse llevar por él y por el odio, dedicaron sus esfuerzos a salvar a otros poniendo en riesgo su propia vida.
El autor los llama «héroes», entendiendo por ello a «personas que se comportan de acuerdo a sus convicciones y a su conciencia, a pesar de que las condiciones eran completamente adversas, que dieron lo máximo de sí mismos en las circunstancias que se encontraron, cuando lo fácil era dejarse arrastrar en la responsabilidad colectiva y ampararse en ella. Esa es la idea original del libro. Yo creo en las responsabilidades individuales –afirma–, no en las colectivas, para lo bueno y lo malo. Héroes porque, lejos de refugiarse en el comportamiento de los que lo rodeaban, o de buscar la tranquilidad de conciencia en la obediencia debida, supieron discernir la iniquidad y negarse rotundamente a secundarla, porque encontraron los recursos morales necesarios para evitarla». Y lo distingue del concepto de mártir, al que considera «un testigo que da testimonio de convicciones más profundas, con otras connotaciones, incluidas las religiosas».
Fracaso social
«Toda guerra fratricida es un fracaso social y el de la Guerra Civil española fue inmenso –señala Ruiz-Manjón–.Se dieron demasiados comportamientos individuales que nos deben de resultar repugnantes. Nunca he comprendido las razones profundas de esa “ola de odio y criminalidad” de la que nos habló Julián Marías. Los enfrentamientos civiles son pasionales y por ello ponen a prueba al ser humano. Como afirma Andrés Trapiello: “Los hombres, en las guerras, descubren de sí mismos lo más valioso o lo más mezquino y degradante”. El criterio que he seguido es buscar individuos que supieron estar a la altura de las circunstancias, pese a lo difíciles que fueron. Y también, que los protagonistas fuesen personas que vivieron la contienda completa, del 36 al 39, cuya actuación duró toda la guerra. En los tres años de trabajo le di muchas vueltas y poco a poco me fui decantando. Hubo mucha gente con un comportamiento ejemplar que no he incluido por diferentes razones, porque fueron asesinados pronto, porque salieron tempranamente al exilio o, aunque me las han recomendado por sus actos, son personas anónimas sobre las que no he encontrado documentación donde apoyarme como historiador. Hay miles de personas anónimas perdidas en pueblos y ciudades que se jugaron la vida por salvar a otros, pero no hay testimonios y es dificilísimo acceder a ellas. Me han llegado muchas referencias, pero sólo anécdotas que no dan para un capítulo del libro. La única excepción a esto es la de Miguel de Unamuno, que sólo vivió el conflicto seis meses, pero en ellos experimentó su permanente e intensa preocupación por España».
A Ruiz-Manjón le gusta la palabra «cabal» para definir a estos hombres: «Me parece bonita y en algún momento la pensé para el título. Este adjetivo, que significa según el diccionario “completo, perfecto, excelente en su clase”, describe muy bien a estas personas frente a los que asesinaron». No distingue bandos: «Salvajes y canallas hubo en los dos, gente que aprovechó la situación para ajustar cuentas personales al margen de ideologías. En ambos hubo héroes y criminales, gente convencida de sus ideas y de la justicia de su causa y en uno y otro fueron asesinados muchos inocentes».
Bando sin ideales
En primer lugar habla de los militares, que no siempre sirvieron en el bando de sus convicciones. «Lo que se llama “lealtad geográfica”, es decir, combatieron donde les tocó porque ya estaban alistados y fueron movilizados. Esto provocó deserciones, muchas de las cuales no fueron ideológicas, sino por causas afectivas, familiares, económicas o laborales. Resulta difícil de entender ese odio profundo entre lo que se llamó las dos Españas. Eso que Marías llamó “ola de odio y criminalidad”, ahora se llama “guerracivilismo”. La idea de aniquilar al contrario es perversa. Y, por desgracia, el civilismo tiene cierta tradición en España desde el siglo XVIII. Solucionar los problemas con guerras civiles es algo descorazonador».
¿Pudo haber evitado? «Por supuesto. La idea de que era algo inevitable es repugnante. Estoy de acuerdo con Marías cuando dice: “Si hay un caso en que me ha parecido siempre inadmisible la noción de inevitabilidad, es la Guerra Civil”. Pero hay quien se empeña en resucitar el guerracivilismo. Con la muerte de Franco se avanzó mucho en pasar página con un consenso notable, aunque en los últimos 10 o 12 años se ha deteriorado mucho por la actitud insensata de algunos de volver a abrir las heridas. A esto ha contribuido la Ley de Memoria Histórica, en la que no creo, porque, si no hay arrepentimientos colectivos, tampoco hay memoria colectiva».