Cultura

Amin Maalouf: «El nacionalismo es el culpable de que desaparezca la diversidad cultural»

Aúna historia y biografía en «El naufragio de las civilizaciones», una honda reflexión sobre cómo ha fracasado la convivencia de las culturas y las religiones en nuestro mundo

Las murallas de Sanaá
Las murallas de Sanaálarazon

Aúna historia y biografía en «El naufragio de las civilizaciones», una honda reflexión sobre cómo ha fracasado la convivencia de las culturas y las religiones en nuestro mundo.

Amin Maalouf es el hombre educado que deja la irreverencia para el pensamiento; el intelectual amable que provoca con las ideas y no por el color de la corbata. Un polemista que aún pide agua anteponiendo la fórmula «por favor» y que sufre de atrevimientos reivindicativos, como eso de reclamar solidaridad y defender la convivencia entre las culturas y las religiones.

Un irreverente, algunos lo llamarían panfletario o demagogo, que echa de menos la Alejandría cosmopolita o el Líbano multicultural, que son aspiraciones legítimas, pero políticamente incorrectas en era de Trump, los parqués bursátiles y este azote de nacionalismos «paleoburgueses». Ahora publica «El naufragio de las civilizaciones» (Alianza), que es un ensayo honesto y melancólico que evoca lo que conseguimos y lo que tenemos; una rápida mirada a las intersecciones de la historia y la política que fraguaron el pasado y que han desaguado en nuestro presente, y a su propia y asendereada biografía, que conoció la tolerancia y hoy vive con los «salvinis». Unas páginas que son una lección y un recordatorio; como una postal de otro tiempo que, tras años de extravío, llegara hoy a nuestro buzón del correo.

–En su libro habla del «derrumbamiento de las pasarelas culturales».

–He conocido un mundo en el que existía un contacto estrecho entre culturas. Y eran igualitarios. Hablo del Líbano en el que viví mi juventud. Era un lugar en el que las poblaciones se sentían a gusto, tanto del mundo árabe y como el occidental. La población que tenían esas características que se sentían a gusto en la cultura de los dos mundos, a menudo han sido desarraigadas. Hemos visto cómo en muchos países donde existía la diversidad cultural y religiosa, de repente, se ha tornado monocolor, con una visión más rígida de su propia cultura.

–¿Monocolor?

–-Si hablamos, por ejemplo, de la Alejandría cosmopolita de inicios del siglo XX, que, yo diría, es un caso válido para todo el levante, el primer culpable de la desaparición de la diversidad cultural es el nacionalismo. El nacionalismo inició ese proceso. Pero era uno de carácter político que lo ha rematado otro que es de cariz religioso. Aunque el primer golpe a ese estado, a esa diversidad, lo dio un nacionalismo que no era no explícitamente religioso.

–El nacionalismo ha resurgido ahora también en Europa.

– Los nacionalismos no son todos iguales. Pero, en cambio, tienen en común en que son una afirmación agresiva de los derechos de una población contra otra; de un conflicto que se genera a expensas de otros colectivos. Es la características esencial y común de todos los nacionalismos. Desde ese punto de vista todos son iguales. En Alejandría había comunidades que venían de todas partes. Había griegos, italianos, malteses; personas de comunidades religiosas diferentes. Entonces, apareció el nacionalismo y vino a decir que esos colectivos eran extranjeros, que no tenían sitio, que eran unos explotadores y unos parásitos. Sobre esa base se les empujó hacia una salida. Es una fuerza que, unas veces, se ejerce contra los vecinos y otras se expresa contra grupos minoritarios. Es la actitud común de una comunidad étnica o religiosa o nacional a expensas de los demás.

–Está en contra de lo que ha llamado «el mito de la homogeneidad social».

–Efectivamente. La homogeneidad en una población es empobrecedora. Hay que buscar armonización y que gente distinta viva junta y de manera cómoda, que cada uno pueda enriquecer la vida de los demás. Es algo deseable y también posible. Pero en muchos países, las minorías no logran tener poder. Lo podemos encontrar en Europa y en el mundo árabe, donde son pocas las naciones donde las minorías viven como ciudadanos de derecho.

–Para usted, una fecha clave para el mundo árabe es la guerra con Israel de 1967.

–-Sin duda. 1967 fue un año importante, porque, a mi modo de ver, es el comienzo de la desesperación del mundo árabe. La guerra de Iraq también produjo un efecto desastroso. Y una de las consecuencias de esa contienda fue el conflicto de suníes y chiíes, que comenzó ahí.

–Otro momento importante para usted son los setenta.

–Sobre todo la manera de gobernar que arrancó a finales de esa década, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Se caracterizaba por el debilitamiento del papel del Estado y el cuestionamiento de lo que se llamaba el estado del bienestar. Esa evolución que está a la orden del día hoy, donde es la norma en el mundo entero. Ha tenido efectos positivos, como desarrollar nuevas tecnologías y ayudar al desarrollo de naciones del Tercer Mundo como China o India. Pero, a la vez, ha tenido efectos perversos, porque ha instalado una visión nada igualitaria. Hoy consideramos normal que una pequeña parte de la población disponga de riquezas fabulosas; que existan unas cuantas docenas de personas que sean más ricas que países enteros. Incluso en los países occidentales hay un porcentaje de la población que tienen la impresión de que se las ha dejado al margen, que no tienen futuro ni esperanzas.

–¿Hay solución?

–Hemos progresado en ciertos ámbitos y retrocedido en otros. En el que menos hemos avanzado es en el de las relaciones entre hombres y países. Si se produce un naufragio, un factor será la falta de solidaridad entre seres humanos.