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Amor más allá del logos

La Razón
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La epistolografía es un género literario extraño y sospechoso, sobre todo cuando es protagonizado por filósofas, como se ven en las anécdotas de ciertas cartas atribuidas a pensadoras de la antigüedad, que dejan ver un amor intelectual digno del logos platónico. En lo moderno, tenemos el caso singular del epistolario de Gunther Anders y Hannah Arendt. Anders, de pseudónimo muy significante para la «otredad» del siglo XX, es el filósofo de la cuestión de la técnica y la sociedad, del extrañamiento ante el poder. Se le recuerda ahora por su amor por Hannah Arendt, la pensadora que mejor ha retratado el infierno del totalitarismo y la cuestión judía, entre tantos otros muchos temas clave que la convierten en la filósofa más influyente de la modernidad. Anders se había doctorado con Husserl y, aunque su segunda tesis fue rechazada por Adorno, era un filósofo prometedor. Pero Arendt ya se había enamorado a los diecisiete años de su inolvidable maestro en Marburgo, Martin Heidegger, ya casado. Para escapar de aquello, Arendt pasó a Heidelberg a estudiar con Husserl y luego se doctoró con Jaspers. Al fin, Anders consiguió casarse con Arendt en 1929 y tras una breve temporada en Fráncfort se marcharon a un Berlín invernal pero candente. Su matrimonio duró poco, pues los distanció la política y su toma de partido intelectual. Pero Anders nunca olvidó a Arendt y dejó tras de sí la prueba epistolar de un amor más allá del logos. Una historia propia del anecdotario de Diógenes Laercio.