Amy Winehouse, la niña eterna cumple 40 años
Amy dejó sólo dos discos de estudio, «Frank» (2003), cuyo título era un homenaje a Sinatra, otra bestia, y «Back to black» (2006), pero esa escasez se vio sobradamente compensada por su calidad
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Hace 12 años se encapotó el cielo en todo el hemisferio norte por la muerte de Amy Winehouse, cuya voz te hacía –te hace– sentirte pequeño y grande al mismo tiempo. Eso sólo sucede cuando te enfrentas a cualquier forma de arte mayúsculo, ya sea literario, pictórico, cinematográfico o musical. Amy tenía el alma instalada en la garganta, como si fuera un algo vivo, un pájaro, quizá, y cuando le abría la jaula, ¡zas!, aquello levantaba el vuelo y nos estallaba la felicidad en la mandíbula y en la nuca y en el pecho y aún más abajo.
A su talento innato se le unía una biografía de excesos estupefacientes y etílicos, y esa mezcla es TNT en vena. Tenía talento y tenía noche, y sólo el Oráculo de Delfos sabría precisar de cuál de esas dos cosas iba más sobrada. El soul, el rhythm and blues y el jazz tuvieron la inmensa fortuna de conocerla, de incluirla en el palco de honor de su zona noble, junto a Aretha Franklin, Etta James, Nina Simone y otras vocalistas que, como ella, fueron tocadas en el cuello por una mano divina cuando aún andaban en la placenta.
Para seguir celebrando a Amy, y ofrecer más de ella, se acaba de publicar, coincidiendo con la fecha en la que habría cumplido 40 años, el libro recopilatorio «Amy Winehouse: in her words» (HarperCollins), que contiene sus diarios personales, dibujos, poemas, letras manuscritas y fotografías nunca antes vistas, y que ha contado con la supervisión de sus padres. El libro se vende como una suerte de autobiografía artística, pues permite admirar su evolución creativa desde la niñez a la edad adulta. Las ventas que genere irán a parar a la fundación benéfica que lleva su nombre y cuya finalidad es alejar a los jóvenes del consumo del alcohol y las drogas.
Amy dejó sólo dos discos de estudio, «Frank» (2003), cuyo título era un homenaje a Sinatra, otra bestia, y «Back to black» (2006), pero esa escasez se vio sobradamente compensada por su calidad. El segundo le reportó cinco de los premios que riman con su nombre, los Grammy, lo que la igualó a otras cinco grandes vocalistas (Norah Jones, Alicia Keys, Beyoncé, Alison Krauss y Lauryn Hill) como la mujer que mayor número de esos galardones ha recibido en una sola ceremonia.
En 2011 supimos que ese disco era el más vendido del Reino Unido en el siglo XXI, con tres millones y medio de copias. Y en las Navidades de ese año, cuando sólo habían pasado cuatro meses de su muerte, se publicó el recopilatorio «Lioness: hiden treasures», que arrasó. Porque, como todas las artistas colosales, Amy vive después de muerta. Se apagó con sólo 27 años porque se le fue la mano con la priva (intoxicación etílica). A esa edad falleció otra blanca inmortal, Janis Joplin, que, al igual que ella, cantaba como una negra. Ambas militaron en la mala vida, que quizá sea la buena. Pero no tanto. De vez en cuando se agradecen los semáforos en rojo.