Ángel Galarza, el radical al que no le importaba la violencia
Poco antes de la Guerra Civil, espetó a José Calvo Sotelo: «Pensando en usted encuentro justificado el atentado personal»
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«Pensando en su señoría –José Calvo Sotelo– encuentro justificado, incluso, el atentado personal». Lo dijo Ángel Galarza Gago, socialista, en el Congreso de los Diputados. Era el 1 de julio de 1936. Trece días después Calvo Sotelo fue asesinado. Luego llegó el golpe de Estado y la Guerra Civil. Muchos socialistas, los de Largo Caballero, como Ángel Galarza, ya tenían lo que querían: la excusa para la liquidación social. De ahí la matanza de Paracuellos cuando Galarza era ministro de la Gobernación. Fue uno de esos políticos funestos y malvados que han teñido de rojo sangre nuestra historia. Poco se sabe de Galarza, y de lo que se tiene conocimiento no es muy positivo. Nació en Madrid el 4 de noviembre de 1892. Estudió Derecho y se afilió a la Agrupación Socialista en 1919, de la que se separó en 1921 siguiendo a los comunistas. Ya entonces trabajaba en «El Sol» y «La Voz», la prensa de la órbita orteguiana. Fue detenido en 1929 por su participación en un movimiento contra la dictadura de Primo de Rivera. Fundó entonces, junto a Marcelino Domingo, Álvaro de Albornoz y Benito Artigas, el Partido Republicano Radical Socialista, que estuvo en el Pacto de San Sebastián de 1930 contra la monarquía. De nuevo encarcelado, fue presentado como concejal por Zamora para las elecciones del 12 de abril de 1931.
El Gobierno Provisional de la República nombró Fiscal General a Galarza. Julio Camba, el periodista, dijo al enterarse: «Esto es una mierda de República y si todo lo que se les ha ocurrido es nombrar a ese imbécil de Galarza para un puesto de responsabilidad, sabe Dios la de tonterías que van a hacer y lo que nos espera». Tenía razón. Lo primero que hizo Galarza fue querellarse contra Juan March por supuesto contrabando. No pasó de ahí. Después de la quema de conventos en mayo de 1931, fue nombrado Director General de Seguridad. Creó entonces la Guardia de Asalto, una policía política de infausto recuerdo. En su ansia totalitaria, ordenó el 23 de septiembre detener a todos los que dieran vivas a Cristo Rey y similares.
Tampoco es que fuera un demócrata. Con ocasión del debate sobre el sufragio femenino, el 1 de octubre de 1931, dijo que esperaba que llegase una época en la que el derecho al voto lo tuviera solo «la clase trabajadora, intelectual o manual», y que «el parásito, (ya fuera) hombre o mujer», no tuviera «derecho a intervenir en la legislación del país». Su mala imagen, y que pidiera la alianza con el PSOE, provocaron que fuera expulsado del Partido Republicano Radical Socialista, más cercano a los radicales de Lerroux. Creó entonces un partido pequeño e ingresó en Izquierda Republicana. Fracasó en las elecciones de noviembre de 1933, e ingresó en el PSOE, entre las filas de Largo Caballero.
Galarza fue elegido por Zamora en las elecciones de febrero de 1936 por el Frente Popular. El ahora socialista arrastró, como otros, a la Guerra Civil. «Galarza –ha escrito Stanley Payne– constituyó un buen ejemplo de que las amenazas y la violencia de los izquierdistas en la República se transformarían en asesinatos multitudinarios durante la Guerra Civil». En su discurso del 1 de julio de 1936 dijo que no sería delito asesinar a Calvo Sotelo, jefe del partido monárquico. Le llamó «fascista» y lo señaló. Martínez Barrio, presidente de las Cortes, le amonestó y retiró las palabras, pero la prensa las reprodujo. Galarza, tras ser reconvenido, dijo que sus frases serían borradas, pero «el país las conocerá, y nos dirá a todos si es legítima o no la violencia». Luego fue asesinado Calvo Sotelo por miembros del PSOE y Guardias de Asalto, el cuerpo que creó Galarza.
Al estallar la Guerra Civil, Galarza, el «imbécil» según Camba, el «botarate» al decir de Lerroux, ocupó el cargo de ministro de la Gobernación en el gobierno de Largo Caballero. Era septiembre de 1936. Organizó las checas y las Milicias de Retaguardia, alentó los paseíllos y las sacas de la cárcel. Era la «justicia popular» para hacer «la revolución». Luego vino el genocidio de Paracuellos. ¿Dio la orden? ¿Lo sabía? Julius Ruiz dice que quienes cometieron el crimen contaban con su protección. Galarza fue cesado como ministro tras los Hechos de Mayo en Barcelona, en 1937, cuando anarquistas, trotskistas y estalinistas se mataron entre sí. Se exilió en Francia en 1939, y consiguió salir hacia México en 1944 con el dinero del SERE, de auxilio a los exiliados de la órbita comunista, manejado por Negrín. A partir de ahí su vida carece de interés. Murió en París en 1966.