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Ángeles González-Sinde, «No es tan fácil reconducir la vida después de la política»

Ángeles González-Sinde, «No es tan fácil reconducir la vida después de la política»
Ángeles González-Sinde, «No es tan fácil reconducir la vida después de la política»larazon

Me cito con Ángeles González-Sinde en la radio y cuando, a modo de bienvenida, hago que suene «La puerta verde» de Los Llopis, noto no sólo que reconoce inmediatamente el tema, sino también que se emociona. Es el disco que Vicente, el protagonista de su novela, finalista del Premio Planeta, titulada «El buen hijo», le regaló a su padre, que murió cuando él tenía 17 años. Una edad que, a sus 36, no parece haber superado en el inicio del relato. ¡Es tan difícil madurar! Precisamente ése es el reto al que la autora somete a su personaje en una comedia de sentimientos y desconcierto ante el mundo que nos ha tocado vivir, que le genera un miedo que probablemente Ángeles también ha sentido en algún momento. «Cuando te pones a escribir, a veces descubres cosas que no sabías que sabes. Y me parece que quizá lo del miedo es un asunto muy contemporáneo. Sobre todo por los cambios que nos toca vivir: económicos, sociales, de costumbres, de mil cosas...Y eso que, a veces, hasta podríamos cambiar más de lo que creemos que podemos». Le digo que, quizá, para cambiar, hace falta un detonante. O que en tu propia casa no te protejan tanto y te dejen crecer. «A Vicente, que vive con su madre una vida tradicional, de continuidad, que a veces es común a tanta gente que hereda un negocio y se ve abocada a continuar con la tradición de sus padres o con la industria de sus padres, le cuesta encontrar ese momento en el que tiene que volar solo, hasta que su madre, que ha envejecido, sufre un percance y él es quien tiene que procurar cuidados a su cuidadora».

La historia que narra González-Sinde está repleta de matices cotidianos, pequeños, de esos que forman parte de la rutina de cada cual en su espacio particular. El de Vicente se centra entre su casa y un comercio. Pocas relaciones, pocas amistades. Una vida en la que, como en tantas otras, se necesita un empujoncito para que se produzca un cambio, algo que toque el corazón. En el caso de la propia Ángeles, lo que necesitaba era tiempo de silencio y soledad para escribir su novela. Y sabía mientras lo hacía que se avecinaban toda suerte de suspicacias. «Las mismas que se tuvieron cuando pasé del guión a la política, ahora las tienen con que escriba,¡pero es mi oficio! Un oficio en el que quiero probar distintos géneros al margen del audiovisual y de la novela infantil. Cada quien puede reinventarse, como en efecto lo hace el protagonista de mi novela». Supongo que no debe ser sencillo reinventarse tras pasar por la política. Aunque tampoco dudo de que sea un interesante aprendizaje para la vida. «Lo es. Yo he aprendido un montón, de verdad que sí. La política te enseña mucho: por lo que vale la pena discutir, por lo que no, dónde no vas a convencer al contrario de tus ideas, dónde no vas a modificar su pensamiento o dónde, aún así, vale la pena establecer cuáles son tus baremos, tus valores. Y también a escuchar. En contra de la opinión que tenemos de la política o que tenía incluso yo misma antes como ciudadana común de la política, hay que escuchar mucho. Porque la política está muy basada en el debate, aunque del Parlamento y del Senado no tengamos información mas que cuando ocurre algo anecdótico. Pero ahí hay un debate muy modulado, muy regido por normas: hay un tiempo determinado para hablar, para contestar, para rebatir, para cerrar. Y eso, claro, te hace ser capaz de desarrollar la escucha». Parece que está muy bien la política y escuchar y aprender; pero un creador no puede encerrar su vocación en un ministerio. «Al final de mi período en la política, cuando se acercaban las elecciones generales, en esos últimos seis meses, empecé a sentir una gran añoranza de mi trabajo. Porque dedicarte a escribir, como a pintar, tocar el piano o cualquier actividad artística, tiene una parte casi terapéutica en que tú resuelves tus conflictos con la vida por mediación de la expresión artística. Lo empecé a echar mucho de menos y ahí apareció este Vicente de mi novela que, en realidad, existía de antes y yo había intentado colar en otros guiones para otros directores en los que no sobrevivió. Y entonces pensé: "Voy a escribir un guión sobre Vicente". Pero según iba escribiendo y aquello tomaba cuerpo vi que ése no era su medio, que necesitaba algo más introspectivo, más íntimo y más pequeño, que era más literatura que cine».

Literatura con premio, después de abandonar la política y de pasar por esa travesía del desierto en la que los teléfonos dejan de sonar, en la que los amigos no llaman porque no quieren molestar o porque dudan en ofrecer algo que pertenezca a ese tiempo anterior a la vida ministerial. «Y tú, mientras, en tu casa, absolutamente mano sobre mano, sin saber cómo reconducir tu vida. Y no es tan fácil». Un premio puede ayudar, desde luego. Pero tal vez no está bien visto que lo gane un ex ministra. «La noche del Planeta me disgusté mucho en la rueda de prensa, porque me esperaba críticas, cuestionamiento, pero no que me censurasen por haberme presentado al premio o por haber escrito la novela y que incluso insinuasen que el premio podía tener algo de corrupción ilegal. Me quedé sin palabras. Y pensé: "Y si no escribo ¿qué hago? ¿qué otro oficio puedo hacer?"».

Personal e intransferible

Nació en Madrid en 1965. Tiene dos hijas, está soltera, sólo se arrepiente de las cosas que no hizo, perdona mucho, olvida bastante y a una isla desierta se llevaría «el móvil, porque tengo mi conexión a Spotify donde guardo toda la música, y libros de papel, no vaya a ser que no pueda cargar la batería del electrónico». ¿Y las niñas? «Las dejaría en el continente para que pudieran seguir con su vida estupenda, aunque yo estuviera en la isla». Está delgadísima, pero jura que es muy comilona, tanto que lo que peor lleva de la promoción de su novela es no poder merendar: «Necesito mi tentempié y, claro, aquí te llevan a matacaballo...». Su peor sueño es el de una maleta sin hacer cuando ya está sonando el aviso para embarcar en el avión o en el tren. De mayor, «aunque suene cursi me gustaría, ser libre», y si volviera a nacer, «como me ha ido bien en este papel, creo que elegiría el mismo: el ser una persona que observa sin ser protagonista; poder estar ahí cerca para verlo y contarlo».