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Contracultura
El año en que cayeron los "aliades"
El paradigma el hombre deconstruido se hizo añicos y hasta los más radicales comprendieron que la presunción de inocencia importa

La tendencia social más inesperada de 2025 fue la cascada de hombres feministas, también conocidos como "aliades", que han sufrido denuncias por violencia de género y maltrato psicológico. La cabeza más visible fue Iñigo Errejón, que dimitió en la recta final de 2024, pero sufrió la humillación del juicio público a lo largo del año siguiente. “No hay denuncias falsas, hay una derecha fanática cuyo trabajo es criminalizar a las mujeres”, escribía el político en Twitter en 2020. Hoy ha cambiado de manera radical y reprocha al juez instructor, Adolfo Carretero, que haya "asumido íntegramente la versión judicial" de Elisa Mouliala actriz denunciante (dicho de otro modo, Errejón afea al juez pensar como hacía él mismo antes del juicio).
El exlíder de Más País también critica que el juez eleve a categoría de indicio único la declaración de la denunciante, pese a que ha quedado —opina— "desvirtuada" por peritos, testigos presenciales y documentación (critica que aplique el #Yosítecreo). En solo un lustro, Errejón ha pasado de estrella y ejemplo del hombre feminista del 8-M a un discurso indistinguible de disidentes como Juan Soto Ivars, Pedro Herrero y Un Tío Blanco Hetero, la santísima trinidad de la llanada "machosfera" (que, en realidad, no defienden otra cosa que el sentido común).
También afecta a Sumar el caso de Martiño Ramos, el profesor y miembro de En Marea que violó a una alumna menor y fue descubierto ‘escondido’ en Cuba, donde esperaba escapar al castigo de la justicia española. Se había reinventado como fotógrafo erótico, que ofrecía sesiones gratuitas a las jóvenes atractivas que encontraba en redes sociales. Además planeaba una boda de conveniencia para evitar ser extraditado. Como en el caso de Errejón, ninguna de sus compañeras feministas vio venir el problema. La mayoría del progresismo español extendió un denso manto de silencio sobre el caso, ya sabemos que cuando una conducta sexual impropia viene de alguien de izquierda no se le señala.
Hemos vuelto a verlo en el PSOE con Paco Salazar, el acosador sexual que trabajaba en Moncloa cuyo expediente "desapareció" por arte de magia del sistema informático. Salazar nunca presumió de feminista, pero sí lo hicieron muchos del entorno de Moncloa (el presidente, la ministra Pilar Alegría…) que en vez de vigilarle miraron para otro lado y mantuvieron relaciones cordiales tras destaparse el caso. Esta semana, las federaciones del PSOE acusaron a la ministra María Jesús Montero de proteger a Salazar.
¿Más problemas para los "aliades"? En enero de 2024, tres mujeres anónimas denunciaron en las páginas de El País haber sido víctimas de agresiones sexuales por parte del director de cine Carlos Vermut. La operación pretendía ser el primer Me Too español y se puso mucho cuidado en publicarla en el momento perfecto, justo antes de la entrega de los premios Feroz, así los intrépidos reporteros feministas tendrían puestas en fila a las estrellas de nuestro cine y podrían obligarles a posicionarse cuando se les acercasen micro en mano, con la luz de los focos en la cara. Cualquier opinión distinta de condenar al acusado, mejor si es con mueca de asco, sería sospechosa complicidad machista.
Solamente un chico de clase trabajadora sin padrinos en el sector…que al final les demandó.
El caso Vermut reactivó una corriente dormida, que aparece y desaparece cuando conviene, y que podemos denominar ‘maoísmo feminista’, por su similitud de métodos con la China de la Revolución Cultural. El artículo emblemático de esta escuela lo firma la veterana periodista Cristina Fallarás y se titula “Tengo una lista de violadores cuyos nombres conoces”, que apareció en el diario Público en enero de 2024. Corto y pego un fragmento: “Ahora sé de dos escritores famosos y con buenas ventas que han violado a una periodista y a una lectora, respectivamente; sé de un escritor, guionista y/o charlatán que violó dos veces a la misma escritora mientras ella lloraba y gritaba; sé de otro escritor que mostraba en los festivales fotos de menores desnudas y rasuradas presumiendo de que tenían quince años; sé de otro novelista, amigo del anterior, que acosó durante meses a una lectora, siguiéndola a todas partes y enviándole mensajes aterradores”, enumera Fallarás, autora del libro "No publiques mi nombre: testimonios contra la violencia sexual" (2024, Siglo XXI editores).
Su lista de agravios anónimos es interminable, aunque un año después de lanzarla al debate público no parece que haya acudido a denunciar nada a la policía. El maoísmo prefería un sistema paralelo de justicia, gestionado por la joven guardia roja. Allí podría haber recitado Fallarás su abrumadora retahíla de casos no verificados: “Sé de tres músicos que, cada uno por separado y sin tener nada en común, violaron a varias jóvenes mientras estaban inconscientes; sé de un alto cargo de Cultura acostumbrado a infligir maltrato psicológico a sus parejas, y sé que no pasó nada cuando sus superiores se enteraron; sé de varios reputados periodistas, actores, escritores, directores de cine, políticos, gestores culturales, críticos, que ejercen o han ejercido violencia sexual o psicológica contra mujeres”, acusaba. ¿No es delito tener todos estos indicios y no aportarlos a la policía? Lo que queda claro en esta lista es que ni las feministas se fían ya de los "aliades", ese arquetipo presentado como aspiración deseable que ahora no compran ni ellas.
Tras el estallido del caso Vermut, el tono de cierto feminismo pasó de intimidado a intimidante. Por ejemplo, la periodista y podcaster Lucía Lijtmaer: “No olvidéis nunca esto: las mujeres hablamos entre nosotras y tenemos un disco duro que flipas con toda esa información. Y algún día, eso os dará tanto miedo como a nosotras oír unos pasos volviendo a casa de noche”, explicaba en uno de sus textos. Otra periodista feminista, Paola Aragón Pérez, subía el voltaje linchador: “Si alguna vez un señor es acusado falsamente y se le jode la vida, me va a quitar cero unidades de sueño. La mayoría de mujeres atravesamos años de calvario por culpa del silencio…”, tuiteaba. Otra torquemada habitual, Irantzu Valera, se sumaba a la fiesta: “Estoy viendo discursos sobre consentimiento y violencia de tíos (públicos) que como hablen sus exparejas y amantes van a tener que irse de Vermut”, escribía. El feminismo maoísta se crece en los rumores y se desinfla en los tribunales. ¿Buscan proteger a las mujeres o aterrorizar a los hombres?
Con este panorama, es normal que se desplome el feminismo entre los jóvenes. Dos años después de todo aquello, parece más probable que se juzgue a "El País" por su cobarde y chapucero Me Too que a Carlos Vermut. Por supuesto, han seguido saliendo casos de este tipo, por ejemplo el del rapero Ayax, del dúo Ayax y Prox, sobre quien se pueden encontrar decenas de denuncias crudas y explícitas en las redes sociales. También hablamos de alguien con perfil progresista, que no lo ocultaba ante los medios. El escándalo les costó la cancelación de parte de la gira —incluyendo un Movistar Arena—y la implosión del grupo el mes pasado. Un rapero cercano, Fernando Costa, le dedicó “Te avisé”, una letra brutal donde le acusa de putero, narcisista y cocainómano.
A la espera de un juicio con garantías y de una sentencia firme, lo realmente aterrador es que haya jueces como el progresista Joaquim Bosch que justifiquen este maoísmo de tribunales paralelos, argumentando que “la persona perjudicada por una denuncia social fraudulenta” no esta desprotegida, ya que “puede ejercer acciones penales por calumnias (si se le ha imputado algún delito) o por injurias (si se le han atribuido falsamente hechos deshonrosos)”, aclara. Bosch se esfuerza por legitimar los linchamientos, pero al menos admite que se invierte la carga de la prueba. Por suerte para todos, con este goteo de casos, el Me Too ha perdido todo prestigio social y los "aliades" también.
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