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ARCO exhibe la pintura negra de Ucrania

Esta edición acoge una galería de arte ucraniana que muestra la influencia de la guerra en los artistas
Galería Ucraniana Voloshyn, presente en ARCO
Galería Ucraniana Voloshyn, presente en ARCOAlberto R. RoldánLa Razón

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ARCO tiene en sí mismo algo de instalación. Como si la feria de Madrid fuera una performance gigante sobre el mundo del arte con sus coleccionistas, galeristas, visitantes y piezas exhibidas. Un enorme metaverso anual que reúne a los principales actores del sector y donde sus protagonistas se prestan a participar. Queda en estos largos pabellones alfombrados una atmósfera de irrealidad, de inesperada distopía, quizá alentada por una iluminación uniforme, en el que todo parece que está en venta, que es lo que sucede en tantas películas proyectadas en el futuro, que más que ciencia ficción parecen una predicción del porvenir del capitalismo. El nombre de los artistas consagrados se alterna con los que se abren paso, codeándose de esta manera particular un Miró o un Lucio Fontana de dos millones de euros cada uno con «Aquí yace Pablo Picasso», una obra de Eugenio Merino de 2017 que trae ADN, ahora que se celebra el centenario del pintor malagueño, que presenta un molde de su cuerpo amortajado. Cerca, en la superficie de las paredes y el tejado de una caseta para refugiados, se ha impreso el «Guernica», otra de las obras controvertidas, más que polémicas, que pueden verse.
En esta edición, la 42 que se celebra este evento, descansan muchas esperanzas y no hay quien mire con optimismo el horizonte de las ventas, como sucede con Clemente Cayón, que considera que «merecemos un ARCO tranquilo. El año pasado coincidió con el inicio de la invasión de Rusia y eso afectó al negocio. Muchas empresas, temerosas, decidieron meterse en el despacho y eso repercutió en el remate de algunas adquisiciones». Este febrero se encara con la esperanza de alcanzar los 90.000 visitantes, cifra previa a la pandemia, y, para eso, se ha reunido a alrededor de 400 coleccionistas y 200 profesionales de 40 países de todo el mundo. Entre estos visitantes está la presencia de la galería David Zwirner, que viene con esculturas y dibujos de Juan Muñoz y cuadros de Óscar Murillo, y, por supuesto, la galería Voloshyn, de Kiev, la única proveniente de Ucrania. Presentan obras de Nikita Kadán y Mykola Rdnyi, dos artistas que han apostado por el color negro para denunciar el conflicto que se vive en su país, que precisamente esta semana cumplirá un año desde su comienzo.
Esta galería cuenta con una historia particular. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió de búnker y cuando Putin decidió iniciar esta contienda en 2022, recuperó en parte esta función y muchos artistas acudieron a ella buscando refugio entre sus muros para protegerse ellos, y también sus familias, de las bombas rusas. Ahí vivieron y ahí también han podido crear debido a la imposibilidad de crear sitios adecuados. De hecho, su presencia en nuestro país no está lleno de dificultades. Para empezar, no existen vuelos directos y tanto las obras como los galeristas han tenido que venir a través de Austria o Polonia. Eso supone eternos traslados por carretera, con los riesgos que conlleva. Una de las mayores preocupaciones para los artistas ucranianos es la pérdida de visibilidad en el ámbito internacional. Las condiciones para crear su obra, como reconocen en esta misma galería, no es nada óptima, como resulta fácil anticipar.
Por eso se han puesto en contacto con museos, instituciones y coleccionistas internacionales para que sus trabajos no caigan en el olvido y puedan enseñarse en otros lugares. Estas obras no solo representan escenas fáciles de vincular con bombardeos, también es una denuncia de lo que está haciendo Moscú. Algunos de estos lienzos reflejan consignas, como «Stop Putin», «Decolonize Russia», «Gas embargo Russia». «Lo único que queremos es que llegue la paz y que Ucrania gane. Tenemos una buena economía y nos gustaría estar en Europa, en la UE. Creemos poder ser un miembro bueno y fiable», comenta uno de los representantes. En este ARCO resulta visible la presencia notable de la pintura, para aquellos que pronosticaban su disminución, y, como Guillermo de Osma resaltaba, «la notable vuelta a la figuración al plano internacional del arte». Es interesante cómo las tecnologías se van colando. Ya en 2022 se subrayó la presencia de los NFT, pero aquí la implicación de las impresoras 3D para la creación de esculturas es más que evidente. Se puede ver, por ejemplo, en Sabrina Amri, que expone dos obras de Carlos Aires: «Il mondo», que es una instalación, y «exvoto II».
Por Pedro Alberto Cruz
Hace un año, la segunda jornada de ARCO 2022 comenzó con la convulsión del inicio de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. Después de un primer día prometedor, con ventas generalizadas en todas las galerías, muchas de las reservas de compra se paralizaron. El mundo entraba en un contexto lleno de incertidumbres que, por inclusión, colocaba al sector del arte ante un horizonte nada prometedor. Hoy, cuando una nueva edición abre sus puertas, algunas de esas incertidumbres permanecen, pero el panorama para el mercado del arte aparece más despejado. Con una inflación en curva descendiente y unas expectativas de crecimiento económico rectificadas al alza por los organismos internacionales, la edición de este año de ARCO arranca con menos lastre y más ilusión. Cierto es que resta por ver cómo las sanciones a Rusia afectan a algunas ventas –sobre todo las de mayor cuantía–. Pero la incertidumbre es la esencia de la vida, y, en el caso del arte, no podía ser menos.
El programa de ARCO 2023 es casi un calco del del año pasado. El Programa General está compuesto por 170 galerías –un número mentalmente asumible para los profesionales que asistan a la feria–, entre las que destaca David Zwirner, el marchante más poderoso del planeta –por delante del ya clásico Gagosian–, y que vuelve a la cita madrileña después de varios años ausentes. Del total de expositores participantes, un 34% son españoles; lo cual confirma, un año más, el importante proceso de internacionalización que está experimentando la feria, con un justo redimensionamiento de la representación local.
No menos destacable resulta la continuidad otorgada a una sección como «Nunca lo mismo. Arte latinoamericano», comisariada por Mariano Meyer y Manuela Moscoso, y que contará con una selección de artistas procedentes de esta región del planeta, representados por 11 galerías. Si hay una singularidad a explotar por ARCO, esta no es otra que convertirse en el puente natural entre las prácticas artísticas latinoamericanas y el mercado europeo, sobre todo ahora que la colección permanente del Reina Sofía ofrece un privilegiado marco hermenéutico desde el que interpretar y comprender las nuevas formas de producción de los artistas latinoamericanos.
En la espera de que la apuesta realizada por los diferentes expositores sea algo más arriesgada que la de años anteriores, merece la pena anticipar algunos puntos de interés: entre los 20 proyectos de artistas seleccionados para la presente edición de Arco, no hay que perderse el de la imprescindible Diana Larrea –una de las artistas españolas con un discurso más potente– para la Galería Espacio Mínimo; el de la colombiana María Teresa Hincapié –con su exposición homenaje en el MACBA– todavía «caliente»; y el de la mexicana Teresa Margolles para Peter Kilchmann. A partir de esas tres bazas seguras, habrá que ir trazando una ruta de pequeños o grandes hallazgos que, en cualquiera de los escenarios, harán de ARCO una experiencia siempre estimulante.