Vidas extraordinarias
Arete de Cirene: la filosofía de la alegría
La pensadora, pionera en proponer una visión sobre el papel del placer y el dolor en la experiencia humana, enseñó que la vida buena está en saborear cada instante
En una ciudad costera del norte de África, hace casi 25 siglos, una adolescente mordía una manzana mientras observaba a su padre provocar un escándalo en el ágora. El filósofo Aristipo de Cirene argumentaba ante una multitud escandalizada que las jerarquías sociales y los roles de género podían simplemente ignorarse, que el único bien verdadero era la alegría y el placer del momento presente. Cuando un grupo de curiosos lo siguió para escuchar más, el filósofo señaló a la joven que sonreía con su manzana roja: «Aprended de Arete». Aquella adolescente se convertiría en una de las pensadoras más influyentes de la Antigüedad, creadora de una filosofía que actualmente lo solemos resumir con una frase, «carpe diem» («vive el momento»). Su nombre, que en griego significa «excelencia», resultaría profético.
La tradición posterior la recordaría como «el esplendor de Grecia», comparándola con la belleza de Helena, la virtud de Sócrates y la elocuencia de Homero. Pero más allá de los elogios hiperbólicos, Arete de Cirene fue una mujer que no solo estudió filosofía, sino que la enseñó durante décadas y dirigió una escuela filosófica. Cirene, su ciudad natal en la actual Libia, era en el siglo IV a. C. una próspera colonia griega famosa por su innovadora escuela de medicina y su comunidad intelectual. Allí, Aristipo –discípulo de Sócrates– había desarrollado una interpretación radical de las enseñanzas de su maestro. Mientras Platón y Aristóteles construían sistemas filosóficos complejos a partir del maestro ateniense, Aristipo sostenía que la verdadera lección de Sócrates no estaba en los libros, sino en su disposición a desafiar convenciones y seguir el propio corazón.
Mordiendo la manzana
Aristipo era una figura controvertida que fluctuaba entre las cortes de reyes y la pobreza, entablando amistad con tiranos, mendigos y cortesanas por igual. Su filosofía le granjeó fama de libertino. Pero se dedicó completamente a la educación de su hija, formándola en lógica, dialéctica, pero sobre todo en seguir la propia conciencia con autenticidad e integridad, costara lo que costase. Un biógrafo cuenta que Aristipo y Arete «practicaban la filosofía juntos» como forma de vida. Padre e hija debatían poniendo a prueba sus ideas, batiéndose en duelo con adversarios reales e imaginarios. Esta colaboración intelectual produciría lo que se conocería como la escuela cirenaica, una filosofía basada en la experiencia sensorial inmediata.
El ejemplo de la manzana ilustra perfectamente su enseñanza, al sentirse plenamente presente en un gesto sencillo y cotidiano, un abrazo o una caricia, dejando que el momento sea lo que da color a una vida bien vivida. Los cirenaicos llamaban a esto «el movimiento suave de la carne», no como indulgencia burda, sino como atención vívida a la experiencia sensorial del aquí y ahora, sin ansiedad por lo que vendrá después.
Según fuentes posteriores, Arete escribió cuarenta libros y enseñó durante treinta y cinco años. Tras la muerte de su padre, según los testimonios, asumió la dirección de la escuela. Más adelante, Arete tuvo un hijo y lo educó en filosofía. Aristipo el Joven sistematizó y codificó la filosofía del placer, el dolor y la vida buena desarrollada por su madre y su abuelo. Se le conoció como «Metrodidaktos», «el enseñado por su madre». El autor romano Eliano compararía su educación con la de un ruiseñor madre que enseña a cantar a su cría. Areté enseñó a «despreciar el exceso», a sentirse cómodo tanto en la pobreza como en la abundancia, encontrar el placer no en la acumulación sino en la presencia. Y crucialmente, en la amistad, porque los cirenaicos valoraban la conexión humana, los placeres compartidos de la conversación y la compañía, como los bienes más elevados de la vida.
El resultado fue una epistemología de los sentidos completamente nueva: ¿Qué pasaría si simplemente confiáramos en nuestros ojos, nuestra lengua y nuestros sentimientos? ¿Podría seguirse de ello una vida buena? Muchos filósofos griegos rechazaron una solución tan sencilla, pero el énfasis cirenaico en el placer presente llegaría a tradiciones posteriores, incluido el epicureísmo, hasta el célebre verso de Horacio: «carpe diem», «aprovecha el día». Aquella adolescente que mordía una manzana en el ágora de Cirene legó a la humanidad una forma de estar en el mundo. Mientras caminamos por un paisaje hermoso o cuando mordemos una fruta deliciosa, podemos tomar un momento para percibir su surgir, su perdurar y su desvanecimiento. Como Arete, quizá encontremos la belleza y el sentido más profundo de la vida en sus momentos más sencillos.