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«Arlequín pulido por el amor»: Jolly, maestro precoz

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Autor: Pierre de Marivaux.
Director: Thomas Jolly.
Intérpretes: Julie Bouriche, Romain Brosseau, Rémi Dessenoix, Emeline Fremont, Charlotte Ravinet, Romain Tamisier... Festival de Teatro de Olite.
Por fin hemos tenido el privilegio en España de ver a quien, según vaticinan algunos, será el nuevo rey de la escena en Francia: Thomas Jolly. Seguramente, la dilatada experiencia de Luis Jiménez al frente del Festival Don Quijote de París haya tenido mucho que ver en que el joven creador galo haya decidido acudir de su mano al Festival de Olite. Y no es mala la idea de que Jolly haya venido para poner en pie, a modo de carta de presentación, y a pesar del tiempo transcurrido desde su lejano primer estreno en 2007
–en aquella ocasión con él mismo como protagonista–, «Arlequín pulido por el amor», de Pierre de Marivaux. Al fin y al cabo, aquel fue su primer gran trabajo profesional, el que le abrió todas las puertas de los grandes teatros. Y la verdad es que, después de ver la función, no puede extrañar a nadie que este hombre nacido casi antes de ayer –en 1982– haya cautivado a propios y extraños con su trabajo. Porque esta sencilla historia de influencia neoplatónica que escribió Marivaux –como era costumbre en él, con más elegancia estilística que verdadero arrojo dramático– sobre cómo el amor, por sí mismo, logra despertar y cultivar el intelecto, se desarrolla sobre el escenario en esta propuesta como un auténtico ciclón expresivo que logra conjurar a su favor todos los elementos escénicos que encuentra a su alcance. De principio a fin, la función es un prodigio en el uso que el director, obviamente apoyado en un equipo artístico a su altura, hace de la luz y, ojo, también de la ausencia de esa luz –hay toda una lección acerca de la inserción y utilidad de sombras en el desarrollo argumental–; en el ritmo que imprime a la acción y en la inteligencia con la que se resuelven las transiciones; en el uso del sonido como una necesaria herramienta técnica –demasiadas veces menospreciada– y, asimismo, como una disciplina puramente artística; y, por último, en la propia concepción estética y dramatúrgica de las escenas, con una perfecta dosificación del humor y de la emotividad que lleva al espectador, sin tregua, de la risa más espontánea al más puro sobrecogimiento afectivo, bien por vía amorosa –en la impagable escena del primer beso, el gran beso, el beso universal de Arlequín– o por vía moral –en el trágico desenlace que arruina el optimismo de la comedia original–. En resumen, Jolly es uno de esos directores «totales» que echa mano de todo lo que pilla para hacer más eficaz su lenguaje escénico y que a todo le encuentra la mejor utilidad que cabría imaginar. Un crack, vamos.
Lo mejor
La variedad de elementos que confluyen en el lenguaje del director francés
Lo peor
Que no hayamos disfrutado antes en España del trabajo de un hombre de esta envergadura

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