Arte contra máquinas
La Fundación Juan March dedica una gran muestra a William Morris y el movimiento «Arts and Crafts»
La Fundación Juan March dedica una gran muestra a William Morris y el movimiento «Arts and Crafts».
Cuadros, mobiliario, pinturas, dibujos, papel, grabados, vidrieras, tapicería, textiles, bordados, metalistería, pósters, cartelería, fotografía, libros... y así hasta reunir 289 objetos. La Fundación Juan March inauguró ayer en Madrid una valiente y original exposición dedicada al intelectual y artista británico William Morris, un hombre poliédrico, con mil aristas, que cultivó las artes, la literatura, y que apadrinó movimientos culturales, pero que el público de hoy no recuerda o lo recuerda bastante mal. En una época como la actual, inmersa en el paso de lo analógico, esta muestra es muy oportuna, está casi en sintonía con lo que está sucediendo en este siglo.
Durante el siglo XIX, en medio de la revolución industrial, cuando las máquinas comenzaron a sustituir las manos de los obreros en la manufactura de utensilios y fabricación de objetos William Morris apeló al valor de lo artesanal, con sus desperfectos, pero también con sus valores. «Se puede establecer un paralelismo entre la revolución industrial, el maquinismo y lo que significó, con sus posibilidades y excesos, y lo que es para nosotros la revolución digital. Morris no estaba en contra de la máquina, sino contra los efectos adversos de ellas, lo que lamina, que es la huella individual de los hombres. En una catedral gótica está la mano de todos los que intervinieron en su construcción. Lo maquinal es lo que no hace nadie. Para contrarrestar ese efecto, él apeló a las artes y oficios tradicionales. Pero Morris no está defendiendo un antimaquinismo o una visión utópica y sujeta a paradojas. Morris convierte esa crítica en proposiciones y promueve un gremio de artesanos que llegan a crear un “stock”», comenta Manuel Fontán, comisario de la exposición.
Bello y funcional
La exposición no es únicamente un recorrido por la vida y la obra de William Morris, un hombre con unas destrezas y capacidades que le permitían avanzar en diferentes áreas del conocimiento con habilidad y genio, sino, también, un tributo al movimiento que él auspiciaba, «Arts and Crafts», una reivindicación del artesano y del valor de lo manual en una centuria industrial y tecnológica. Morris pretendía, además, que la belleza entrara en las casas y que no fuera un privilegio de aristócratas ni de las clases nobiliarias. Aspiraba a crear objetos funcionales, al alcance de la mayoría de la población, pero que fueran al mismo tiempo bellos. «Es uno de los pioneros del diseño del moderno, junto a Gropius. Intenta una reconciliación dificil. No está contento con la separación entre las bellas artes y las artes menores o aplicadas, entre lo que está en los museos y lo que hay en las casas. Él abjura de esa separación, presente en la crítica moderna desde que tuvo éxito en la Europa del siglo XVIII que la obra de arte está hecha por un genio y no tiene ningún paralelo», señala Fontán. Después apunta que Morris rompe con eso para «devolver el arte a la vida, unir lo bello y lo útil, que no tiene por qué ser feo. Trataba de devolver a los objetos cierta simplicidad y democratizarlos». Morris intentaba convertir las casas en lo que los inglesas han denominado la «Beautiful Home», un espacio en el que sentirse cómodo, que pueda estar decorado con piezas que no se hayan realizado para los espacios neutros de las salas museísticas, y que estén hechos para ser usados, que tengan un lado funcional. Pero en la teoría de Morris existía una contradicción de la que era perfectamente consciente, como explica Fontán: «Hace una apuesta por lo artesanal en un mundo fabril. La técnica nos ahorra tiempo, aunque no nos dice qué hacer con el que sobra, y, también, produce más rápido que cuando se hacen objetos con las manos y lo produce en masa, abaratando su precio. En cambio, ¿quién era capaz de comprar los textiles diseñados a mano de Morris? solo las clases pudientes. Hoy ese problema continúa siendo el mismo y esta paradoja sigue estando ahí», dice Fontán.