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Damien Hirst prende fuego a 1.000 obras de arte

El artista británico instaló una serie de chimeneas en las Street Gallery de Londres, para comenzar la destrucción de sus trabajos

Damien Hirst, con una de sus obras del proyecto "The Currency"
Damien Hirst, con una de sus obras del proyecto "The Currency"Prudence Cuming Associates Ltd. Courtesy of Damien Hirst and Sciencefreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@40deb465

El pasado mes de julio, el británico Damien Hirst anunció su último acto de transgresión artística: bajo el título de «The Currency», el «enfant terrible» del Young British Art planteaba un proyecto que intentaba sacar partido del ya cansino «boom» del criptoarte. En 2016, Hirst realizó 10.000 pinturas al óleo sobre papel que, en 2021, vinculó a sus correspondientes NFT. Cada uno de los NFT fueron puestos a la venta por un precio de 2.000 dólares. En el momento de su adquisición, al comprador se le proponía conservar la pieza de criptoarte o cambiarla por el trabajo físico. En caso de que optara por el NFT, la pintura física sería expuesta y, posteriormente, quemada. Esta es la disyuntiva a la que ha de enfrentarse cualquier comprador: optar por una de las dos naturalezas de cada obra –la inmaterial o la material–. Porque, como dictan las reglas de juego de «The Currency», el trabajo solo puede perdurar a través de una de ellas. ¿Y qué es lo que han elegido los compradores? Los resultados han quedado bastante parejos: 5.419 eligieron las piezas físicas, mientras que 4.851 optaron por los NFT. Quiere esto decir que, de acuerdo con el plan establecido, casi 5.000 originales serán quemadas en las Street Gallery de Londres. Para comenzar, Hirst instaló una serie de chimeneas en este espacio y, hace un par de días, comenzó la destrucción de los 1.000 primeros trabajos. Este proceso de incineración continuará durante todo octubre hasta completar el epatante «holocausto artístico».

Un dato a resaltar –y que permitirá comprender las intenciones que se esconden tras esta performance del controvertido inglés– es que las 10.000 realizadas en 2016 pertenecen a su conocido género de las «dot paintings» («pinturas de puntos»), las cuales fueron realizadas con pintura de esmalte, numeradas, marcadas con agua y selladas. Las «pinturas de puntos» –que, como su denominación indica, consisten en composiciones a base de puntos de colores sin ningún tipo de mensaje o discurso subyacente– constituyen la serie más prolija en obras de todas las que ha desarrollado Hirst desde principios de la década de 1990. Coincidiendo con el éxito de mercado que tuvo a principios del siglo XXI, el autor de «Historia natural» produjo miles de estas pinturas con el fin de ampliar la demanda de su arte. El ritmo de creación llegó a ser tan grande que, en la mayoría de las «pinturas de puntos», Hirst se limitaba a dar indicaciones a su pléyade de asistentes y no ponía la mano en ninguna de ellas. El inflacionismo y el adocenamiento que llegaron a caracterizar a las «dot paintings» hizo que su valor de mercado decreciera hasta comprometer seriamente a su galerista, el todopoderoso Gagosian. Partiendo de esta devaluación imparable de las obras que integran dicha serie, no es de extrañar que Hirst se viera obligado a idear una estrategia lo suficientemente mediática e iconoclasta como para recuperar el prestigio de las devaluadas «pinturas de puntos». Y la fórmula elegida no ha podido ser más eficaz: el mayor acto de destrucción de obras de arte de toda la Historia. Todo en el universo de Damien Hirst es una estrategia de marketing. Durante este mes, su nombre se colará, en forma de grandes titulares, en todos los medios de comunicación del mundo. Y lo que era una trayectoria decadente se tornará en una –y enésima– reinvención.