El arte contemporáneo, a la basura
Un empleado del museo LAM de la ciudad de Lisse, en el oeste de Países Bajos, arrojó al cubo de la basura la obra «Todos los buenos momentos que pasamos juntos», del artista francés Alexandre Lavet
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Como si se tratara de un episodio de le célebre serie «Bellas Artes», un empleado del museo LAM de la ciudad de Lisse, en el oeste de Países Bajos, arrojó al cubo de la basura la obra «Todos los buenos momentos que pasamos juntos», del artista francés Alexandre Lavet. La pieza en cuestión consiste en la réplica de dos latas de cerveza vacías, una de ellas aplastada, que se encontraban expuestas en el hueco de un ascensor de cristal. El operario, ante la certeza de hallarse ante un detrito, arrambló con ellas para despejar y dejar impoluto el espacio. No es la primera vez ni será la última que suceda esto. En 2015, por ejemplo, una empleada de la limpieza del Museo Bolzano de Milán limpió por error una instalación creada por el dúo de artistas Sara Goldschmied y Eleonora Chiari. Titulada «¿Dónde vamos a bailar esta noche?», consistía en una serie de botellas de champán, confetis y desperdicios de una fiesta, por lo que la limpiadora los confundió con restos de la noche anterior.
Estos «malentendidos» adquieren, de inmediato, repercusión mundial y hacen las delicias de todos los detractores del arte contemporáneo, que ven en ellos una prueba irrefutable del absurdo en el que han caído muchos autores contemporáneos. Es curioso: en este tipo de situaciones se pone más el énfasis en la demencia de la creación contemporánea, que solo crea chorradas confundibles con basura, que en la ignorancia de quien ha arrojado al cubo de desechos una obra artística. El arte contemporáneo –quizá junto a la política– es el único ámbito de la actividad humana en el que se aplaude y se ríe la ignorancia y la mediocridad.
En realidad, el suceso del Museo de LAM no hace sino proseguir la larga y milenaria tradición que persigue confundir el arte con la realidad. Pensemos en una figura como la de Zeuxis –pintor griego de la Época Clásica–, quien, según cuenta Plinio el Viejo, pintó, en su disputa con Parrasio, unas uvas tan verosímiles a cualquier ojo que unos pájaros se acercaron a picotearlas. En el mismo origen del arte se encuentra el afán del creador de engañar al ojo del espectador para que el arte parezca tan real como la misma vida. Y, puestos a analizar el incidente de Lisse desde esta perspectiva, hemos de decir que el francés Alexandre Lavet ha alcanzado, en 2024, el mismo nivel de éxito que el gran Zeuxis en el siglo V a. C.
De hecho, las dos latas de cerveza resultaron tan reales al empleado que hizo con ellas lo que con cualquier otro resto encontrado en las instalaciones: tirarlo a la basura. El artista ha vuelto a engañar al ojo y a la mente humana; lejos de considerarle como un caradura que se adhiere al salvavidas del «conceptualismo» para hacer pasar cualquier chorrada como arte, lo que toca es aplaudirle porque ha exprimido toda la capacidad de ser real que tiene el arte. Muy al contrario de los que piensan que este suceso es el paradigma de la memez en la que se ha convertido el arte contemporáneo, podemos concluir que aquello que, en verdad, demuestra es el éxito y la potencia de las prácticas artísticas actuales para cumplir radicalmente ese ideal de arte con el que los griegos y sus sucesores ya soñaban.