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El espacio cultural madrileño Tabacalera alberga la exposición "José Manuel Ballester. Bosques de luz", una muestra que recorre los últimos ocho años de producción del artista y Premio Nacional de Fotografía 2010, protagonizada por los elementos que la fundamentan: la luz, el tiempo y el espacio.
Se trata de cincuenta fotografías en las que, bajo el inevitable filtro de su formación pictórica, Ballester ofrece su particular visión sobre la luz, el tiempo y el espacio.
El pintor y fotógrafo madrileño ha inaugurado hoy la exposición, que podrá verse hasta el 28 de abril y ha sido organizada por la Subdirección General de Promoción de las Bellas Artes, en compañía de sus comisarias, María de Corral y Lorena Martínez de Corral.
A la cabecera de la muestra, una fotografía de "La última cena", de Leonardo da Vinci, en la que sólo queda la mesa con los restos de comida que, se supone, dejaron los apóstoles, adelanta uno de los temas principales de la muestra bajo el título "Espacios ocultos".
Como en esta obra, el autor hace una relectura lo más fiel posible -respetando incluso las dimensiones- de algunas de las obras maestras renacentistas, eliminando digitalmente a los personajes que las pueblan para centrar la atención en el escenario.
Una técnica que ya presentó el pasado año en una exposición de la Real Academia de España en Roma y que en "Bosques de luz"incluye, entre otras, la "Anunciación"de Fra Angelico o "El 3 de Mayo"de Goya.
Para él, es un "juego temporal"que le permite "reflexionar sobre el arte"y reafirmarse en su creencia de su evolución constante y de la retroalimentación de unos artistas con otros.
No se trata de imitar, porque para él no tendría "sentido", pero sí de demostrar que la autoría nunca es algo plenamente original, sino que siempre parte de "referencias y tradiciones".
Se trata de un ejemplo de la apuesta clara de Ballester por el "neopictioralismo", movimiento en el que la fotografía digital se alía con al pintura.
El devenir del tiempo está presente también en las fotografías que le dedica a los grandes espacios, entre los que cobran protagonismo los museos, las naves industriales y las urbes.
La reconstrucción del museo Rijksmuseum de Amsterdam es retratado en una sucesión de imágenes que para Ballester son una "alegoría de la propia existencia", en la que todo está "en constante cambio".
Las fotografías de temática industrial muestran la laberíntica estructura y los amasijos de centrales solares y aeronáuticas, y ciudades como París, Shangai y sobre todo Brasilia, a través de la arquitectura de Niemeyer, son captadas por el objetivo de su cámara.
La luz interesa al artista madrileño por su capacidad para dar importancia a los rincones más vulgares o para desvelar "lo oculto", como en el caso de las capturas que le dedica a la Ópera de París o al Teatro Real de Madrid, donde se muestran sus engranajes.
Además la exposición cuenta con un conjunto de capturas dedicadas a espacios naturales, como son los campos de Castilla o el paisaje de Santander, que remiten a sus primeros paisajes neorrománticos como pintor, y le queda espacio para dos fotografías de estancias de la propia Tabacalera.

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