Cézanne, el erotismo de una pera
El Thyssen expone 58 obras procedentes de particulares y museos de todo el mundo. A partir de la muestra que se abre en Madrid dentro de unos días radiografiamos la obra de un pintor imprescindible y que cambió e hizo avanzar la Historia del Arte
Incansable, recorredor una y mil veces de los senderos que conducían a su montaña-fetiche, la Sainte-Victoire, Cézanne nos deja ver en esta exposición recoleta lo que hay detrás de la curva del camino. ¿Qué se esconde cuando la carretera se pierde, se la come el lienzo? ¿Podemos ver lo que hay detrás? El Museo Thyssen-Bornemisza así lo hace posible a partir del martes, día en que se abre al público una exposición con un curioso nombre («Cézanne site/non-site) que su comisario, Guillermo Solana, explica con una irónica frase: «Cuando nos planteamos buscar un título yo opté por la reflexión de Robert Smithsonian site/non-site, que debe interpretarse en términos de la oposición entre el trabajo sobre el terreno versus el trabajo en el estudio. La verdad es que pensé en un título esotérico que nadie entendiera, aunque quien visite la exposición se dará cuenta de que todo está lleno de explicaciones», comenta. ¿Qué se esconde, entonces, tras la curva? Quien busque una retrospectiva monumental se habrá equivocado de museo. «Todo Cézanne era imposible de exponer. Acotamos una parcela para contar la relación entre paisaje y naturaleza, la que se establece entre el aire libre y el interior, el campo y el taller del artista. Seguro que alguien nos pregunta dónde están los jugadores de cartas. Y aquí, una obra como esa no tiene razón de ser». Y el resultado es una fructífera reunión de 58 pinturas (49 óleos y 9 acuarelas) procedentes de museos y colecciones privadas de todo el mundo, muchas de ellas no vistas antes en España y que se muestran junto a nueve piezas de artistas como Pisarro, maestro verdadero de nuestro protagonista, junto con Bernard, Dearin, Gauguin, Dufy y Lhote. Los pasos de Cezanne son libres, transita por los vericuetos polvorientos y recorre las montañas (la montaña, la suya, la mágica, sería más propio decir) a pie una y otra vez, pertrechado con una mochila, con ese aspecto tan desaliñado, su ropa manchada de pintura. Junto con Zola, compañero de pupitre y uno de sus amigos más fieles, paseó y pateó Aix-en-Provence y sus alrededores. Solana, desenvuelto en su labor didáctica, explicando con todo detalle cada obra, sabía que tenía que ir a por todas. Incluso tuvo que acallar rumores que se extendían peligrosamente y que alertaban de que la exposición no podría verse en Madrid. Él dijo que sí, que aquí estaría, con voz firme. «Íbamos a por todas. Si no apostábamos nos quedábamos sin nada, aunque exponer todo Cezanne era quimérico. Buscamos lo específico y un argumento para sustentarlo», y el resultado le ha dejado muy satisfecho, aunque ha sudado lo suyo. Y así lo explica: «Los "noes"llegan mucho antes que los "síes", en primer lugar. Después de muchos meses de lucha y conversaciones tuvimos las primeras confirmaciones, pero hasta que llegó ese momento estuvimos un poco desanimados». Las peticiones se realizaron hace un año y medio, el reloj no corría precisamente a favor del Thyssen, puesto que hay cuadros que es necesario solicitar con bastante antelación debido, bien a sus condiciones y otros que rara, muy rara vez abandonan las salas; sin embargo, «teníamos que intentarlo». «Con algún pequeño disgusto nos hemos quedado, pero compensa tener algunas de las obras que hay aquí». Cuenta Solana que de Cézanne se sabe prácticamente todo, pues es uno de los artistas sobre los que más se ha investigado y más información se ha publicado (su exhaustiva biografía se publicó a finales el año pasado) y de los más estudiados, no tiene secretos por descubrir.
Con la cremallera del pantalón bajada
El recorrido se divide en varias salas. La primera se abre con una única obra, «Retrato de un campesino», perteneciente a la colección Thyssen-Bornemisza y sobre la que hay dudas de si podría representar al pintor en un autorretrato, porque su cara está a medio acabar. El citado personaje posa en la terraza del estudio de Cézanne, sentado y en actitud tranquila. A modo de coda final, una foto inmensa del pintor en blanco y negro, bajando por las escaleras de su estudio para llegar a la misma terraza del primer retrato. Paul con una sonrisa, divertido, enarbolando una silla, con el traje manchado de pintura y la cremallera del pantalón quizá bajada, tocado con un sombrero, «mitad Chaplin, mitad Rivel. Es una imagen que infunde ternura porque parece una pantomima que bascula entre lo grotesco y lo tierno. Es el artista como payaso», explica el comisario. Tras una primera toma de contacto con el aire libre –los caminos pintados no conducen a ninguna parte, los paisajes, los cielos que se antojan más paredes– le llega el turno a los bañistas, sus series de seres asexuados que no pinta del natural y cuyas presencias parece que se refugian entre los árboles, que los atrapan como algodones o en cuyas oquedades se ocultan. «Son las únicas presencias humanas que hay en estas salas junto con el retrato que la abre y el lienzo del "Joven descansando"(1887). Inmediatamente después se levanta la montaña de Sainte-Victoire, una presencia obsesiva al final de su vida, que retrata desde todos los ángulos, a diferentes horas del día. Solana, orgulloso, sobre todo, de uno de los préstamos de esta serie (se exponen cuatro obras con el tema), explica el por qué de la confrontación entre el macizo montañoso y el lienzo «Naturaleza muerta con flores y frutas» (1890): «Recrea sobre la mesa del atelier su sentimiento del paisaje. El mantel que la cubre se levanta sobre el margen izquierdo, como si emergiera la montaña, en una clara evocación de Sainte-Victoire. El paño tapa los bordes de la mesa y crea un paisaje de juguete, un nacimiento, diría yo. Todos los cuadros de la montaña han sido muy difíciles de conseguir, pero es una suerte que podamos contar con éstos de sus periodo más clásico». Y junto a ellos, en las paredes de enfrente una suerte de cuatro naturalezas muertas (hay también otras tantas representaciones del macizo montañoso) en las que el cántaro está presente, gris y de gres, con las frutas maduras a su lado, un recipiente que simula la fecundidad, el vientre de una mujer. «El cántaro se convierte, como la piedra victoriana, en el centro de gravedad de la pintura y lo monumentaliza; tiene casi una percepción táctil. Si extendemos la mano lo podemos tocar», como explica el comisario que sucede en una de las últimas obras de la muestra, «Casa en Provenza» (1885), y para el que trae a colación una frase de De Chirico: «El templo griego está al alcance de la mano; parece que podamos agarrarlo y llevárnoslo como un juguete colocado sobre una mesa». Mientras miramos la casa pequeña en medio del campo, con la montaña al fondo, una vista de Gardanne pintada en 1886, acapara nuestra atención, una configuración que tendrá una influencia decisiva en lo que serán los primeros balbuceos del cubismo, de ahí que junto a esta vista se reúnen nueve lienzos de artistas enmarcados de pleno en el movimiento, como son Braque o Lothe y el rectilíneo Dufy, que construye según lo principios del movimiento su «Fábrica en L'estaque» (1908).
Cuatro obras maestras
«Nieve fundiéndose en Fontainebleau» (1879-1880)
La peculiaridad de este lienzo, que encontramos al principio del recorrido, es que Cézanne lo ejecutó fijándose en una fotografía en blanco y negro, no está pintado del natural, «lo que hace aún más curiosa su interpretación. La pincelada es contracturada y los colores son imaginados por él, ya que parte de una imagen que no los tenía», explica Guillermo Solana.
«Ladera en Provenza» (1890-1892)
El óleo ha sido prestado por la National Gallery de Londres, que en principio se mostró reticente, aunque finalmente accedió. «Yo nunca creí que pudiéramos colgarlo en la sala. Hemos tenido una suerte enorme», explica el comisario. El artista, que aquí está frente al paisaje, había dicho: «Quiero pintar como Poussin pero a partir de la naturaleza». Y puso todo de su parte para conseguirlo.
«El estanque. Pinos y mar» (1883-1885)
Los árboles, de forma casi antropomórfica (se retuercen con una abultada panza en primer término), dominan la composición. El pueblo está al fondo, se deja ver por el margen izquierdo. Y el mar conforma el tercer elemento de la composición. «Cézanne quiere huir de la civilización y se refugia en el interior del bosque», dice Solana.
«Gardanne» (1885-1886)
Proveniente del Metropolitan de Nueva York, está fechada entre 1885 y 1886. Realizó varias versiones del pueblo, que ocupa un lugar dominante aquí frente a la naturaleza. La iglesia se demolió en los años 30 del pasado siglo. El óleo podría enmarcarse dentro de la tradición vedutista de los artistas italianos. Desde este ángulo no se divisa el mar, que sí pinta en «El pueblo de Gardanne» (1886, óleo y barra conté sobre lienzo).
- Dónde: Museo Thyssen (Madrid).
- Cuándo: desde el 4 de febrero al 18 de mayo.
- Cuánto: 11 euros.