Eduardo Arroyo: «Me parece terrible eso de bautizar y desbautizar las calles»
Eduardo Arroyo / Artista. Ve la luz «Bambalinas», un viaje al pasado del que sale indemne, aunque con el corazón un poco tocado. Arroyo sin máscaras
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Ve la luz «Bambalinas», un viaje al pasado del que sale indemne, aunque con el corazón un poco tocado. Arroyo sin máscaras
En pleno centro de Madrid se abre el estudio de Eduardo Arroyo, ahormado a él, táctil, absolutamente visual, en perfecto orden. Hablamos en una amplísima habitación llena de ventanas por donde la luz revienta. Que nadie espere hallar la imagen del artista pincel en mano. El olor a trementina es inexistente pero su huella se palpa en cada esquina. «Sólo le pido que no mueva nada de sitio», le ruega a Gonzalo, el fotógrafo. Habla casi en un susurro, pero conserva la fuerza intacta, la mirada serena y acuosa y la risa a flor de piel.
–Un libro, define usted a estas «Bambalinas», de vagabundeos, de deambular. ¿Cómo ha sido su vida?
–Soy un lector compulsivo y quizá sea por eso que la literatura que más me gusta es la de vagabundeo, la de perderse y volver a encontrarse. La misma sensación que se tiene cuando te pierdes en un calle. Es una literatura que ampliamente han tratado Sebald o Thomas Bernhardt, que es una incoherencia aparente que forma parte de una la coherencia. Yo soy simplemente un pintor que escribe.
–En su libro la presencia de la máscara es permanente. No sé si hoy las utilizamos demasiado o si, por el contrario, hemos decidido despojarnos de ellas.
–Algunas son divertidas y se llegan a convertir en excepcionales, como la celebración del famoso baile de máscaras en casa de Pierre Lotti, donde tiraron la vajilla por la ventana. La máscara es arte cuando no es patochada. A mí siempre me ha gustado disfrazarme: de Robinson Crusoe, de Guillermo Tell, de torero. Aunque eso tenía un tiempo y hoy tanto el disfraz como la máscara se han banalizado. Todo el mundo se enmascara. A veces la propia cara es una máscara (y cuenta una anécdota de una fotografía hecha por Jordi Socías a él y a Gordillo, con la cara completamente blanca y los labios totalmente rojos).
–Dice en su libro que le gusta disfrazarse. Y de portera.
–Bernard Chapuis describe a la portera de su casa y me convierte en ella, en Madame Arroyo. He tenido relaciones importantes con porteras y maîtres de hotel. Quiero ser reconocido por ellos. Que sepa que cuando me dicen «buenos días» en ese restaurante no me van a envenenar.
–Su admiración por el protagonista de «Dinastía», John Forsythe, es rendida.
–Siempre me pareció «Dinasty» muy superior a «Dallas». No soportaba a la niña aquella. John me parece un genio olvidado.
–¿Se ocultan también los políticos tras la máscara?
–Bueno, no llevan máscara porque no tienen rostro. Tienen cara. Nunca he sido tan feliz como ahora. Se vive como Dios sin que nos gobiernen. Prefiero que no haya elecciones, pero nos topamos con el problema de aprobar los Presupuestos del Estado. Que sigan todos diciendo banalidades.
–¿Vivimos los españoles muy crispados, señor Arroyo?
–El guerracivilismo lo instauró Zapatero, con aquello de la memoria histórica, tan ridículo, y esa falacia de la Alianza de Civilizaciones creando esa horripilación de una cátedra de la Complutense. Me parece terrible desbautizar y bautizar las calles. Que quieran quitársela a Jardiel Poncela es ya la pera limonera. O que en Villaverde le dediquen una al primer grafitero español cuando lo del graffitti es un horror en todas las ciudades del mundo.
–Tira con bala. No sé si le pregunto por el Ayutamiento de Madrid...
–En qué manos está. Yo no discuto sentencias judiciales, pero que hayan dado carpetazo al concejal que niega el Holocausto o que se burla de Irene Villa... Me parece tan alucinante que suceda esto que se me acaban las palabras.
–¿Le sorprende algo?
–Nada. Hoy ya nada.
–¿Es partidario de los semáforos con faldas o de que se proponga el cambio de nombre del Congreso de los Diputados por «Congreso»?
–Esa progresía feliz con sus lecciones de moralina..., también se están cargando los toros y el boxeo, dos de las artes que más me gustan.
–El boxeo es precisamente una de sus pasiones. ¿Tiene aquí sus libros?
–Sí, claro (se levanta y le acompañamos a una habitación. «Es una biblioteca en proceso», comenta). Aquí, en mi casa de campo, en París. Hay mucha gente que considera que el boxeo, que fue inventado por los griegos, es una salvajada. ¿Para qué discutir? No voy a hacer proselitismo. Lo han barrido de la cultura. Esta batalla, como la de los toros, está perdida. Me gusta lo que tiene de sueño, de aventura y poesía. Es, seguro, el más educativo de los deportes y está en el número 12 de los más peligrosos, pero no da dinero.
–¿Suprimiría el Ministerio de Cultura?
–Y el de Educación. No sirven para nada. El gran artífice de la cultura española es Lassalle, que es el prototipo de hombre enmascarado.
–¿Visita ARCO?
–Voy dos horas para vigilar mis negocios. No me ha interesado nunca.
–¿Y el mundo del arte?
–Hoy no existe, aunque hay algunas excepciones jóvenes. No consumo revistas de arte, pero cuando veo algo que me interesa lo recorto, lo guardo en el bolsillo y se lo doy a mi marchand, pero jamás me hace caso.
–¿Es nostálgico?
–Sí. Y este libro tiene algún tinte de melancolía. Es una mirada hacia atrás de quien no ha mirado nunca atrás.
–¿Arrepentido de su obra?
–Vivo muy mal con mis cuadros. Cuando los acabo los firmo y me olvido de ellos. A un pintor le defienden sus invendidos y yo soy el mejor coleccionista de Eduardo Arroyo del mundo.
Ficha bibliográfica
«Bambalinas»
Eduardo Arroyo
GALAXIA GUTENBERG
186 páginas,
20 euros