El Prado desvela el misterio de «El Labrador»
La pinacoteca reúne once bodegones de este maestro desconocido del barroco. Cuándo: hasta el 16 de junio.. Dónde: Museo del Prado. Madrid. Cúanto: 14 euros.
Había alcanzado el deseo de cualquier artista: hundir su nombre en las sombras del anonimato y que las generaciones futuras sólo le reconocieran por el talento de su obra. Su rastro durmió durante siglos detrás de un apodo sencillo, la firma aislada de un lienzo y algunas menciones epistolares que remitían a la pintura excepcional de un «pobre diablo» con talento para retar con el pincel a la misma realidad. Hasta que la ciencia, hace poco, vino a disipar dudas y misterios, y desveló que detrás de «El Labrador» se escondía la identidad de Juan Fernández, que, la verdad, tampoco es que dilucide demasiados aspectos sobre su personalidad. De hecho ni se conoce fecha de nacimiento ni cuál era su ciudad natal. Y las que se mencionan ni son de fiar ni hay que tomarlas sin más como ciertas. Lo que ha quedado de él es su fama y sus pinturas, que es justamente lo que tantos desean, lo más difícil de conseguir para la mayoría. El Museo del Prado ha recuperado ahora las pistas de este artista que se había disipado en sus obras y en el pasado, y que emerge ahora en una exposición que recupera su figura y su arte. Un conjunto de once lienzos que muestran al público el talento de un pintor de bodegones excepcional. A partir de algunas características comunes de sus lienzos, las pistas dispersas de la correspondencia que compartieron sir Francis Cottington con Arthur Hopton, quien le sustituyó en la legación inglesa de Madrid. De hecho se conoce que diez trabajos de «El Labrador» viajaron a Inglaterra –uno de ellos, que se puede contemplar ahora, «Bodegón con uvas, membrillos frutos secos» (1633), se conserva en la Colección Real; y el segundo se encuentra en Kent, en la mansión del vizconde de L'Isle–.
La exposición descubre así a un maestro desconocido del barroco español. Un hombre contradictorio, con una capacidad pictórica que le igual a Juan Sánchez Cotán y que en ocasiones supera a la de Juan Van der Hamen, pero que al mismo tiempo presentaba un aspecto que no correspondía con su imagen de pintor: la de una persona dejada, que, como arroja el análisis de su firma, «no sabía escribir», según comenta Ángel Aterido, comisario de la muestra. Se conoce que «El Labrador» estuvo vinculado con Giovanni Battista Crecenzi, uno de los personajes clave de la política artística de Felipe III y Felipe IV, que impulsó el arte del bodegón. Juan Fernández, que acudiría una vez al año a la Corte para vender sus obras –se cree que durante la primavera–, desarrolló unas particularidades que le definen y que han permitido identificar algunas de sus obras –El Prado compró ha-ce un tiempo un lienzo atribuido a Zurbarán y que ahora se sabe que pertenece al catálogo de Juan Fernández–. Sobresale en su estilo un acentuado uso del «caravaggismo», lo que hunde a las figuras representadas en un tenebrismo impregnado de misterio. Otro de sus elementos distintivos es su capacidad para suspenderlas en el espacio, proyectarlas sobre un fondo negro que resalta el volumen y el color. Una originalidad que le valió apreciaciones y elogios en su época. Estas consideraciones, junto a una sencillez que le aleja de un naturalismo artificial y complejo, pueden apreciarse en sus pinturas de uvas. Sobre todo en «Cuatro racimos de uvas colgando» y «Bodegón con cuatro racimos de uvas», donde «El Labrador» muestra la plena diversidad y riqueza que encierra un solo motivo.
Entre sombras
Juan Fernández, «El Labrador», ha vivido en la oscuridad. Se presupone que realmente era agricultor, que no sabía escribir y que viajaba a Madrid una vez al año, precisamente por Semana Santa, para vender sus piezas. Su aspecto contrastaba con su talento, que estaba influido por el arte de Caravaggio. A raíz de esta exposición se espera que salgan a la luz más telas del artista.