Madrid

El banquete de Clara Peeters

El Museo del Prado dedica la primera exposición de su historia a una mujer rescatando así la obra de esta excelente y desconocida pintora

«Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas» (1612)
«Bodegón con flores, copas doradas, monedas y conchas» (1612)larazon

El Museo del Prado dedica la primera exposición de su historia a una mujer rescatando así la obra de esta excelente y desconocida pintora

Clara Peeters interpretó la pintura de bodegones como una oportunidad para representar el mundo y no únicamente como una mera naturaleza muerta. Sus obras, más allá de posibles interpretaciones simbolistas que el propio comisario de esta exposición, Alejandro Vergara, declina o, al menos, se muestra prudente en aceptar, lo que permanece, es el retrato de una época. Para sus composiciones, la autora eligió porcelanas chinas, vasos venecianos, vinos españoles, conchas exóticas de extrañas y curiosas formas, procedentes de costas remotas y alejadas. Los compradores que apreciaban su talento, y que adquirían con regularidad sus lienzos, le animaban a escoger objetos y motivos que representaran la opulencia y el prestigio que correspondía a su estatus social, pero, a la vez, y de manera involuntaria, lo que ella iba trenzando era un mapamundi involuntario, abstracto, original y fascinante. Las orfebrerías, alimentos y los animales que dibuja son un símbolo, una imagen, de los diferentes países y regiones de un orbe que ensanchaba sus fronteras y que incorporaba a su cartografía desconocidas y alejadas regiones.

- Pintar alcachofas

La contemplación de este catálogo de obras de Clara Peeters –de la que se conservan alrededor de cuarenta trabajos, cuatro de ellos en El Prado, lo que le convierte en la institución pública con más obras suyas– nos habla ya de una sociedad comunicada, que se ha abierto a China, que avanza por tierras americanas y que está dispuesta a penetrar hasta el corazón del continente negro. En estos cuadros se ven monos provenientes de los paisajes tropicales de Centro y Suramérica; alcachofas, un alimento todavía desconocido en Europa, que entró a través de Italia y España, y la preciada sal, que en la mesa solía servirse en objetos valiosos y que se traía desde los rincones más insospechados. Pero estos bodegones son, también, un amargo recordatorio del difícil papel que las mujeres tuvieron en el siglo XVII. Son muy escasas las pintoras que han trascendido y han llegado hasta hoy. A la mayoría no se las permitía ejercer su creatividad a través de esta profesión. Las pocas que lo consiguieron y se hicieron un hueco es porque pertenecían a los estamentos más nobles y altos o porque eran hijas de artistas. De la vida de Clara Peeters no quedan demasiados testimonios sobre su vida y, por tanto, tampoco para arrojar luz sobre este aspecto. Su nombre se pierde en las sombras y poco se puede añadir sobre el origen de su vocación, aunque esta retrospectiva espera alentar las investigaciones y que aparezcan documentos inéditos que completen el enigmático puzle que hoy resulta su biografía. Nadie discute, sin embargo, el extraordinario talento pictórico de esta mujer, contemporánea de Rubens y Van Dyck, que impulsó el género del bodegón con su pincelada «precisa, transparente y realista», como subrayó Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, y de la conciencia de artista que tenía en un periodo de Europa donde la voz femenina solía enmudecerse por distintos motivos y prejuicios.

Clara Peeters, la primera pintora que se atrevió a representar peces en sus óleos, debió de ser temperamental y decidida, y siempre rubricó sus telas de una manera o de otra, incluyendo su nombre propio en el mango de elegantes cuchillos o pintando un dulce en forma de la letra «p», la inicial de su apellido, para que nadie olvidara quién había realizado esa obra. Esto nos adelanta la figura de una mujer que aspira a dejar testimonio de su don a través de una obra excepcional, pero que anhela ser recordada . Ambiciona que en el futuro se la recuerde y, por eso, vuelve transgredir los códigos y se autorretrató en gran parte de sus telas, apareciendo siempre, de manera sutil, en el reflejo de una copa o un vaso, como si nos contemplara desde el pasado.

Sensibilidad y colores

Clara Peeters escogía con cuidado los objetos de sus lienzos. Jugaba con ellos, lo que revela a una pintora muy diestra y sensible a la hora de conjugar formas y, sobre todo, colores a través de su elección de animales, frutas o conchas. En esta obra, la autora incluyó su autorretrato en el vaso que hay en segundo plano.

- Dónde: Museo del Prado. Paseo del Prado. Madrid.

- Cuándo: hasta el 19 de febrero.

- Cuánto: 7,50 euros.