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«Estaba un poco loco pero me gusta»

La Razón

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La mañana engaña: pese a la época, hace eso que los castizos llaman «biruji». O sea, ocho grados a la sombra y con brisa. Quizá por eso, a las nueve y media, hay «sólo» unas 30 personas en una incipiente cola a las puertas del Museo Reina Sofía. Entre esos madrugadores está Manuel García, un español de 50 años, sonriente y encantado de ser el primero en la fila. Aficionado al arte, ha visto ya otras exposiciones del pintor de Figueres dentro y fuera de España. Aunque asegura que lo suyo no tiene tanto mérito, porque vive cerca del museo y suele acudir temprano a las exposiciones. «Para mí, lo más interesante es su pintura -explica el madrileño-, las joyas, su participación en el cine, también, pero lo que más me llama la atención son los cuadros». Piensa echar dos horas al menos visitando la exposición.
Justo a continuación, para que luego se diga que la juventud no le interesa la cultura, encontramos a Randa (15), Badr (14) y Karam (13), españoles también que visitan por primera vez el Reina Sofía, al menos por su cuenta –el colegio los trajo hace tiempo, matiza Karam–. «Dalí me gusta más que otros artistas», explica la quinceañera, que ha tirado de los otros dos para venir a la exposición y tiene una idea formada del artista: «Me llama la atención su forma de expresarse en los cuadros con el número áureo». La primera impresión del genio de Figueres que les viene a la cabeza es rotunda: «Que estaba un poco loco. Pero está bien, me gusta». Sensaciones parecidas tienen los siguientes jóvenes. «Chiflado» y «Un genio, pero que estaba loco», son algunas de las imágenes a vuelapluma de Cristina (20), Marta (20) y Borja (23), aunque éste, que las acompaña, prefiere mantenerse al margen de nuestras preguntas. Ellas responden sin miedo: son madrileñas, pero es la primera vez que pisan el museo. Sin embargo, Cristina estuvo en Cadaqués, viendo la exposición que allí se hizo sobre su hijo predilecto. Le gustó y por eso está aquí ahora. Ellos ya no han madrugado tanto. Va avanzando la mañana y con las manillas del reloj, de ese reloj que se derrite persistentemente en nuestra memoria, la cola –y esto en el subconsciente del artista tendría sin duda más de una lectura– se va alargando. Como esas hormigas imparables, proliferan en las salas los visitantes. O, si prefieren, en su transcripción daliniana, los «voyeurs». Todos lo somos un poco ante una mente tan abierta en canal, tan desnuda y sincera.
Algunos metros por detrás del trío, ya bajando las escaleras de la calle de Santa Isabel, hacia la glorieta de Carlos V, encontramos a toda una familia en femenino plural procedente de Holanda, madre, hijas, tías... Carein, matriarca, habla por todas: es su primera visita a Madrid y, por tanto, al MNCARS, y están encantadas. Pero no vienen sólo por Dalí: el «Guernica» es el principal imán, así como el resto del Museo. De la expo de Dalí han sabido por internet una vez aquí. «Queremos ver las posibilidades del museo... pero no estaremos todo el día», deja claro. Para Carien, Dalí significa «surrealismo, el mundo de los sueños, simbología». Así de claro y conciso.
Como ellas, para Hajime y Yoko, una pareja de treintañeros de Tokyo, es su primera experiencia en Madrid, y ayer estuvieron en el Prado, aunque confiesan con timidez que les gusta más el arte contemporáneo. Tampoco a ellos los ha arrastrado Dalí. De nuevo, aparece el cuadro más famoso de Picasso como atractivo. Aunque aseguran que el artista de Figueres es su favorito, por delante del malagueño. Al menos ella. Él parece no tenerlo muy claro y responde, como queriendo no contrariarla: «El mío también».
Dentro nos encontramos con Manuel, de nuevo. Ya ha visto buena parte de la exposición, y está satisfecho: «Está bien para quienes viven aquí, aunque para quienes vienen de fuera es algo extensa», explica. Le ha impesionado «La metamorfosis de Narciso» y nos recomienda que no nos perdamos el cortometraje que Dalí rodó con Disney, que se proyecta en una de las salas. No lo hacemos: fabuloso. Ángeles, una jubilada valenciana, ha llegado a Madrid con un grupo guiado para pasar unos días y llevan ya todo el «pack»: ayer, Thyssen y Caixafórum; hoy, Dalí, con profesor de arte incluido. La exposición, dice, es «extraordinaria». «Bien explicada, se entiende mejor su obra», asegura. «Cómo era, cómo pensaba, con quién se relacionaba... Fue un personaje fuera de lo común, a veces incomprensible... Y en ello estoy, tratando de entenderlo», nos cuenta con calma y humildad. Aunque lo va conociendo ya bien: estuvo también en en su casa Museo de Figueres anteriormente.
Pero no todo el mundo está tan satisfecho: Ángeles Torrico y Antonio Rodríguez, madrileños, reconocen que es «una exposición puntera, que viene gente de fuera a ver», pero por eso le exigen un mejor montaje: «Vamos con las audioguías por intuición, porque te ponen un número pero te hablan de la sala anterior. Hemos maddrugado, y a las 10:30 ya no había ni un folleto en español. Estamos en Madrid, en el Reina Sofía, y esto no puede ser». Y rematan sin dudar: «La exposición es buena; la organización, fatal».
Sin duda, que falten folletos se debe al incesante río de visitantes. En la tienda del museo, hace dos semanas que se venden souvenirs dalinianos, las entradas por internet para ayer estaban agotadas y los cupos para las salas (300 personas en total cada media hora para toda la muestra) vendidos con dos horas de antelación. En el exterior, a la 13:00, los visitantes que esperan tienen al menos hasta las 15:00. Y son muchos: la cola dobla ya la plaza. La locura por dalí se ha desatado, como ocurrió previamente en París, donde el Pompidou tuvo que doblar turnos.