Arte, Cultura y Espectáculos

Fernando Arrabal: «Soy el único terráqueo que vive bien de la literatura»

Fernando Arrabal / Artista. El dramaturgo revoluciona ARCO con su mera presencia a pesar de aparecer sin los cuadros que iba a traer a la feria. La obra es él

El dramaturgo, poeta, pintor y cineasta Fernando Arrabal, ayer en ARCO, en la galería Cayón
El dramaturgo, poeta, pintor y cineasta Fernando Arrabal, ayer en ARCO, en la galería Cayónlarazon

El dramaturgo revoluciona ARCO con su mera presencia a pesar de aparecer sin los cuadros que iba a traer a la feria. La obra es él

Arrabal es un loco que se cree Arrabal. Por eso sus palabras hay que tomarlas muy en serio. Y si nos dice y nos cuenta que 54 policías, nada menos, lo han parado en el aeropuerto y le han impedido meter los dos cuadros que traía para exponer en ARCO, hay que creerlo. «Han rodeado el taxi en el que iba (que no era un taxi, era un über y lo llevaba un dominicano) y nos han parado con sus kaláshnikov para conocer al pasajero. Felizmente nos han dejado pasar», nos explica. Eso sí, las obras, un par de «poemas plásticos» que debían exponerse estos días en la feria de arte contemporáneo, se han quedado en la aduana. «Pero mis obras vienen constantemente, están editadas todos los días en Twitter», matiza, y saca el móvil para dar fe: «Aquí están y estaban propensas a venir».

De todos modos, un vistazo al espacio de la galería Cayón nos confirma que la obra es él. Arrabal es un «happening» incesante, una «perfomance» con patas. Los palo-selfies lo quieren como el musgo a la tapia y él se deja interrumpir por el que venga y, si no, busca él mismo el encontronazo con el otro. «Viene usted obscenísima, casi en pelotas», le dice a una veinteañera que sonríe apurada y que, pobre, no sabe quién es ese tipo bajito con dos pares de gafas. Y luego se pone a hablar para quien quiera escucharlo de la novia que Munch y Strindberg compartían, mitad de semana para ti, mitad para mí. Besa manos femeninas por doquier y se para a charlar con un señor que vivió en París en el 61: «¿Conoció usted a Xavier Valls, el padre de Manuel?», le pregunta. Alarga las palabras, mueve las manos, abre y cierra los ojos. En Cayón, rodeado de piezas de Yves Klein, Chillida o Josef Albers, Arrabal manda como el emperador de Asiria. Intentamos reconducir la situación, sacarle un par de palabras:

–Entiendo que, si pone sus obras a disposición pública en Twitter no aspira usted a hacer mucho negocio de lo que pinta...

–A mí me gustaría conseguir el triunfo del que hablaba Lenin. Dijo que los soviéticos lo que querían era ser los más ricos del mundo; en vista de ello, dijo, haremos la lotería mayor del mundo, y es cierto que se hizo. Comprendieron que la gente quiere ser Madre Teresa y al mismo tiempo los más ricos del mundo. Y yo igual, pero para serlo tendría que participar en la especulación, a lo que me niego totalmente.

–¿Arrabal no se vende?

–Lo que ocurre es que, desgraciada o afortunadamente, a pesar de que nunca he sido «best-seller», soy el único terráqueo que vive bien de la literatura. Además, tengo el mejor salón del mundo. Y digo el mejor porque es el único: cada 15 días en mi casa de París se reúnen entre 30 y 40 de los hombres más importantes del mundo: Houellebecq, Kundera, matemáticos...

–Hablando de grandes nombres. Tengo entendido que tiene usted una colección privada de asombro. ¿Qué hará con ella?

–No quiero vender lo que me dieron los maestros, que me lo regalaron todo desde hace 70 años por un error, porque pensaron que yo era hijo de mi padre, condenado a muerte, y ellos querían participar de eso. Y como además yo estaba en los Cuatro Avatares de la Modernidad (dadá, surrealismo, pánico y patafísica) me dieron muchos cuadros. Tengo una colección única porque no solamente Picasso o Dalí me dieron cosas, sino gente que no se espera: cuando venían, por ejemplo, Umberto Eco o Dario Fo a mi casa lo primero que hacían era traerme un cuadro de los que pintaban.

–¿Le dejará a España esa colección?

–Yo eso lo lego, pero espero que algún día España tenga algún dirigente en condiciones, que por ahora no parece que haya, ni de derechas ni de izquierdas. Cuando «me oculte», España recibirá eso, espero, y España no lo querrá; entonces mis herederos lo guardarán durante un año y luego lo venderán y serán millonarios.

–Da la impresión de que se siente más querido en Francia.

–Es normal. España nunca valora lo suyo. Tenga en cuenta que el mejor pintor español, Goya, no sólo murió en el exilio sino condenado por todos, y hasta muchos años despues no fue aceptado.

–¿Se considera más francés que español tras tantos años viviendo allí?

–Borges decía que yo era africano. Genio y figura. Yo no puedo esconderme. El otro día estuvo Hollande en la embajada española y pidió perdón porque dos veces Picasso pidió ser francés y dos veces se lo negó Francia. A mí me llama la atención que Picasso quisiera ser francés. Yo no hubiera ganado nada siéndolo. Me dieron la oportunidad y yo escribí al Gobierno preguntando si podía ser francés sin dejar de ser español. No respondieron. Luego escribí al Ministro de Justicia, y nada. Al final, al Rey, y él respondió rápido diciendo que tenía que decidirme por uno. Elegí obviamente ser español.

De pequeño, Arrabal llegó a Ciudad Rodrigo con un cartel que decía «soy hijo de un violador de monjas e incendiario de iglesias». Con su padre encarcelado por republicano, una monja teresiana, sor Mercedes, lo acogió y creyó en él. Gracias a ella pudo presentarse a un concurso de superdotados en el 41. Ganó. Habla de Bretón, Beckett o Dalí con absoluta familiaridad y, sin embargo, se emociona sólo ante el recuerdo de aquella religiosa que le confesó una vez que usaba cilicio todos los días, «excepto el domingo».

La pintura ya iba con él incluso antes de coger un pincel. Su abuelo fue amigo de Romero de Torres y se decía que pintaba mejor que él. Su padre y su hermano también estaban dotados para la plástica. Pero todos optaron por una profesión «normal». El padre de Arrabal llegaría a retratar a todos los condenados a muerte con los que compartió prisión. «Yo los colgué en Twitter, cada uno con su nombre y su fecha, y nadie respondió a esos tuits mientras que con cualquier cosa que pongo hay una avalancha de respuestas. Eso demuestra que la Guerra Civil no nos interesa», explica el dramaturgo, poeta, pintor, cineasta y pope de la Patafísica. Sigue escribiendo profusamente y haciendo cine, «que es lo más fácil del mundo; yo con mi hija autista y un montador, hago una película».

–La pregunta del millón: ¿para qué sirve el arte?

–No sirve en absoluto para nada, pero es que nada sirve para nada. La confusión es matemáticamente arreglada por los matemáticos y no se puede evitar... Lo que es anterior al big bang... Es tan insignificante el arte como la política o como el mundo.

–Y, sin embargo, la gente sigue creando...

–Yo lo que pienso es que el arte no significa nada pero nosotros somo hacedores, poetas, aunque no existe ningún poeta. A los 54 policías que me rodeaban les pregunté: «¿Ustedes conocen a algún poeta?». Y uno me dijo: «Bécquer». Y otro, que debía ser americano: «Rubén Darío». Nadie conoce a ningún poeta vivo. Yo he conocido muy pocos poetas y pintores, pero ellos son los hacedores; hacen una línea, cambian el mundo completamente, como los matemáticos cuando crean los fractales y el mundo se fractaliza, o la teoría de conjuntos y el mundo se convierte en conjuntos.

–Usted, que «tantos hombres ha sido», por decirlo con Borges, y tantos palos artísticos ha tocado, ¿tiene la sensación de ser su mejor creación?

–Nunca he sido nada importante en ningún campo. Soy una figura microscópica, pero esos microscopios son la gente que me interesa, ésos que hubieran debido ser poetas o dramaturgos, y yo por casualidad he sido todo eso.

–Señor Arrabal, no me resisto a preguntarle por Donald Trump.

–¿Quién es?

–¿No lo conoce?

–Me voy a enterar. Y, ¿quién es el presidente español? Será algún socialista ya...

–No exactamente...

–Pues alguno grande...

–¿Le resulta como artista una indecencia hablar de política?

–A veces vienen a casa ministros de la Cultura. No quiero decir cosas malas pero son un poco... Los que vinieron a casa eran impresentables. Creo que tienen buen retiro, y me alegro, podrán vivir del cuento como han hecho toda la vida.

ARCO 2017 no será recordado por «La tierra es siempre azul como la naranja» y «Amor imposible entre la víbora y el elefante en el monte Carmelo», las dos obras de Arrabal varadas en la aduana, pero más de uno podrá decir el día de mañana: yo me hice un «selfie» con aquel tipo raro del doble par de gafas.

Cayón: De Yves Klein a Lucio Fontana

Fernando Arrabal pasó toda la jornada en el stand de la galería Cayón, una firma que cuenta con tres espacios en Madrid y que, desde su apertura en 2005, viene colaborando con artistas como Yves Klein, Fernando Zóbel o Enrico Castellani. Centrados en el arte internacional del siglo XX, en su espacio en ARCO 2017 ofrecen piezas de Eduardo Chillida, José Guerrero, Josef Albers o Carl André. Asimismo homenajean al país invitado, Argentina, con la inclusión de piezas de Lucio Fontana. El futuro de Cayón, dicen, pasa por la apertura al mercado asiático, en la que ya están trabajando.

El Reina Sofía se va de compras: 18 obras por 400.000 euros

El Museo Reina Sofía ha adquirido en ARCO 18 obras de 11 artistas por un valor global de 389.200 euros. La pinacoteca se ha hecho con trabajos de artistas como Eloy Laguardia, Mathias Goeritz, Mladen Stilinovic o Ferrán García Sevilla. Las obras de Eloy Laguardia (1927-2015) y Mathias Goeritz (1915-1990) se inscriben en la actividad de la Escuela de Altamira, un grupo fundado en 1948 por Goeritz, que reivindicaba la recuperación del arte de vanguardia frente al academicismo oficial de la época. De García Sevilla (Palma de Mallorca, 1949), de quien el museo ya cuenta con cinco pinturas de los años 80 y 90, el Reina Sofía ha adquirido una obra de su período conceptual de los años 70, el «collage» «Sin título (Astronauta)». En relación al país invitado a ARCO, Argentina, el museo ha comprado una obra de Adriana Bustos (1965), «Burning books I», realizada recientemente.