Premio Velázquez
Marisa González, premio a la pionera del arte feminista
Probablemente, no constituya el Premio Velázquez con más glamour, pero sí reconoce la experimentación y el compromiso en la creación artística
Que Marisa González (Bilbao, 1973) haya ganado el Premio Velázquez es uno de esos hechos que te hace reconciliarte con las instituciones artísticas. Para ser justos, este galardón ha demostrado, durante la última década, una valentía y atrevimiento encomiables. Más allá de los nombres fáciles y más mediáticos, el Velázquez ha sabido reconocer la experimentación y el compromiso, la experiencia de todos esos creadores que, contra el contexto de su época, fueron pioneros y abrieron senderos todavía inexplorados. Marisa González es una autora de esta especie. Artista multimedia, ha llevado el feminismo, el reciclaje y la ecología como señas de identidad de su obra, poniendo el énfasis en todos aquellos colectivos que la globalización rampante ha condenado a la marginalidad, la exclusión y la precariedad.
Su formación ya establece una línea de disidencia en el arte español de la década de los 70. De hecho, tras finalizar sus estudios en España, se traslada a Estados Unidos para estudiar un máster en el prestigioso Chicago Art Institute, donde se especializó en la aplicación de las nuevas tecnologías a las prácticas artísticas. En el departamento de Sistemas Generativos fue alumna de Sonia Sheridan, y comenzó a emplear el fax y la fotocopiadora como medios de producción de su obra. Resultado de estas primeras investigaciones fue un trabajo como «La descarga», en el que un conjunto de fotografías se transfirió mediante fotocopiadora al papel de acetato de fax a través de una de las primeras fotocipadoras recicladas de la National Gallery of Art de Washington. Esta obra surgió en un periodo decisivo para González.
En 1974 se trasladó a Washington D.C. para estudiar en la Corcoran School of the Arts and Design. Durante estancia, entabla relación con Mary Beth Edelson, una de las líderes del denominado «feminismo cultural» y representante mayúscula de la performance feminista de los 70. Su inmersión en el ámbito del activismo feminista resultó crucial en su trayectoria, ya que le permitió tomar conciencia y dar nombre a todo un corpus de ideas por las que venía luchando de manera natural. Marisa González se convirtió en una de las primeras artistas españolas en denunciar la violencia de género y, por inclusión, todos aquellos mecanismos de control del cuerpo de la mujer.
No en vano, en «Clónicos», la artista bilbaína cuestiona los estándares de belleza que han guiado la construcción del cuerpo femenino durante la contemporaneidad. En este proyecto, y tras visitar la fábrica de muñecos más importante de España (Famosa), Marisa González se acerca a estos juguetes como paradigmas de una imagen de la mujer que se inocula en los sujetos desde temprana edad.
Probablemente, Marisa González no constituya el Premio Velázquez con más glamur, pero sí es de los más justos y merecidos. Con ella no solamente se reconoce una trayectoria individual, con nombre y apellidos, sino a una generación de artistas mujeres –las que comenzaron a trabajar en el tardofranquismo– que ampliaron el marco visual y discursivo ya no solo de la mujer, sino del arte español en general. González es una artista infatigable en su deseo de denunciar y de experimentar, un modelo vital en sí misma que había que visibilizar y otorgarle su lugar merecido en la historia.
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