Sus secretos
Cuando el historiador sevillano Luis Méndez publicó en el año 1999 «La familia de Velázquez, una falsa hidalguía», confirmó las sospechas sobre las falsificaciones a las que el pintor tuvo que recurrir para obtener el hábito de Santiago y que no habían conseguido engañar al Consejo de las Ordenes que en vida del artista, el 26 de febrero de 1659, le negaron aquella concesión. Esa negativa nos parecía injusta en nuestros días a los que admiramos al pintor, pero el trabajo de Méndez descubría algo más: que el maestro sevillano había falsificado los nombres de sus abuelos e inventado otros nuevos para conseguir aquella cruz con que se retrató en «Las meninas». Un secreto desvelado cuatrocientos años después.
Quizá también por este motivo muchos entendieron que, si fue capaz de falsificar su genealogía, era más que razonable que, en aquel viaje a Sevilla que hizo para preparar su entrada en la Orden de Santiago, destruyó todos los documentos que pudo: recibos, encargos y expedientes que confirmaban que había cobrado por su trabajo de pintor, algo que le inhabilitaba para conseguir la deseada merced. Así, los investigadores fracasaban hoy en sus intentos de descubrir documentos que demostraran la procedencia de algunas de sus obras primeras o la autoría de otras.
Un tercer misterio que trae de cabeza a sus biógrafos es la figura de su hermano Juan, dos años menor que él, y segundo de los siete hermanos de Velázquez. Fue también «pintor de imaginerías», y no sólo formó parte del taller de su hermano en Sevilla, sino que le acompañó después a la Corte para regresar pronto a la capital andaluza y morir prematuramente. Muy poco se conoce de Juan, pero hay ahora una línea de investigación en el Museo del Prado que estudia el uso que Velázquez hizo de papeles de calco en sus obras ya desde la etapa sevillana: desde las dos versiones –quizá más– de la «Sor Jerónima de la Fuente» a los «Felipe IV» primeros, y ya no digamos en sus retratos posteriores de la Familia Real. El misterio de Juan tiene que ver con el misterio del taller de Velázquez, del que tan poco se sabe y sobre el que también se está investigando durante los últimos años.
Un cuarto punto oscuro en la biografía del sevillano está siendo objeto de estudio por el grupo que dirige Jonathan Brown en la Universidad de Nueva York. Alude al grupo de personas que, alrededor del Conde Duque de Olivares, se formó en la Corte: una suerte de clan al que se incorporó Velázquez cuando llegó a Madrid, con intereses literarios, artísticos, filosóficos y, sin duda, políticos. Tras la caída en desgracia de Olivares, Velázquez hubiera ocupado su lugar. No era un grupo iluminista ni secreto, pero sí tenían gustos e intereses comunes que empiezan ahora a rastrearse.
Y es que probablemente ése sea el gran atractivo de Velázquez: que tantos siglos después sigue siendo un misterio tanto su vida como la interpretación de algunas de sus obras.