Todas las obsesiones de Dalí
El Pompidou, en una gran antológica, explora el mundo del artista a través de 200 obras
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Hace 33 años, el Centro Pompidou de París inauguró una gran retrospectiva dedicada a Salvador Dalí, pero aquel acto fue muy accidentado. Los trabajadores del centro estaban de huelga y el propio Dalí acabó apoyándolos en su movilización. La apertura quedó algo ensombrecida. Aquella muestra, pese a todo, puso las bases de la consagración internacional del genio surrealista más allá de las polémicas y las exhibiciones que había promovido a lo largo de su vida. Ahora, el mismo centro toma el relevo del trabajo de 1979 con una antológica que podrá verse también el próximo año en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. En su planteamiento y concepción es incluso más espectacular que la que tuvo lugar en Venecia en 2004 con motivo del centenario daliniano.
«Invitados» de lujo
La nueva exposición, patrocinada por la Fundación Abertis, recoge un total de 200 trabajos, algunos muy poco vistos, procedentes de numerosos museos y colecciones privadas. El conjunto incluso recoge algunos «invitados» de lujo, como «El Ángelus» de Millet. Estructurada a partir de varios ejes temáticos, la retrospectiva permite conocer a fondo la mayoría de las obsesiones del mundo daliniano, desde los relojes blandos, su musa Gala o su amistad con Federico García Lorca, sin olvidar sus tanteos con el cine y el teatro, o la obsesión por la búsqueda científica, la tercera dimensión o su periodo místico. Todo ello, a partir de un mundo propio, local y convertido en universal, siguiendo los postulados de su admirado amigo y filósofo Francesc Pujols. Se rehúye de los tópicos que han perseguido al pintor creando un mito que en ocasiones distorsiana el personaje real y la profundidad de su trabajo. El recorrido se inicia entrando en un simbólico huevo en el que nos espera Dalí en posición fetal. La película que hizo con Luis Buñuel, «Un perro andaluz», nos da la bienvenida. La exposición se abre así con la búsqueda de la propia identidad pictórica a partir de una serie de autorretratos inspirados en maestros del pasado y coetáneos, como Rafael, Barradas o Picasso. Es también el Dalí que pinta a su familia y los escenarios de Cadaqués, donde fijó su taller y vivienda. La Residencia de Estudiantes de Madrid le abre las puertas al único pintor que hace cubismo en la capital. La muestra recupera piezas emblemáticas como «Academia neocubista» o «Naturaleza muerta al claro de luna», donde su cabeza se fusiona con la de Lorca (la retrospectiva comete algún error al titular como «Dibujo cubista» una composición que el propio pintor llamó «Lorca/Dalí»). A partir de 1928 se produce una ruptura con cierta estética lorquiana, acercándose a los postulados surrealistas que tendrán en el método paranoico-crítico su principal aportación, como le gustaba afirmar a André Breton. Es el Dalí de «El gran masturbador», «El hombre invisible», «La vejez de Guillermo Tell», «El espectro del sex-appeal» y, sobre todo, los relojes blandos de «La persistencia de la memoria», que ha prestado para esta muestra el MoMA.
Pero el pintor también da el salto a la escultura, creando nuevos y peculiares objetos. En el Pompidou están presentes «Busto de mujer retrospectivo», «Venus de Milo con cajones» o «La chaqueta afrodisiaca», además del retrato de Joella Lloyd, realizado con Man Ray. Es un periodo en el que Dalí demuestra lo mejor de su oficio, sobre todo con los juegos de imágenes dobles de «El gran paranoico»; «Metamorfosis de Narciso», «El enigma sin fin» o «Impresiones de África».
Polémica con Bretón
Es además un tiempo en el que el pintor es expulsado del movimiento surrealista, una polémica con André Breton que aparece en esta muestra gracias al epistolario inédito del español, publicado en el catálogo por primera vez. También se reconstruye la célebre habitación Mae West que hasta ahora solamente se podía ver en Figueras y que por un tiempo estará en París. Será una reelaboración que ha hecho el arquitecto Óscar Tusquets. Dalí fue un artista aterrorizado por la tragedia de la contienda española y la Segunda Guerra Mundial, una circunstancia que le llevó a mofarse de algunos de los líderes de ese momento, como en «Seis imágenes de Lenin sobre un piano» o en «Hitler se masturba». Pese a todo, no le importó codearse con el franquismo. Incluso retratar al dictador. También tuvo tiempo para el cine, como se ejemplifica con algunos de los originales que ejecutó para «Recuerda», de Alfred Hitchcock, o «Destino», de Walt Disney.
El Dalí reconvertido al misticismo e interesado por los avances científicos se cuela en esta antológica con obras maestras como «La tentación de San Antonio», «Piedad», «Cabeza rafaelesca explotando», el estudio preparatorio para «Cristo de San Juan de la Cruz» o el espectacular holograma «Dalí pintando a Gala». Tampoco se olvida su diálogo con pintores a los que admiraba, como Vermeer, Meissonier o Velázquez, en cuadros como «La pesca del atún» y «Twist en el estudio de Velázquez».
Y una nota para la polémica. La muestra incorpora «Cola de golondrina y violonchelo», el último cuadro presuntamente pintado por Dalí, algo difícil si se tiene en cuenta que, en 1983, éste se alimentaba con una sonda y el parkinson había hecho estragos con su pulso. Una anécdota que, en el fondo, el propio artista habría interpretado como un piropo, si se tiene en cuenta su atracción por el dinero: André Bretón inventó para Dalí el anagrama «Avida dollars».