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Arturo Fernández: «Los jubilados están siendo manipulados por los de siempre»

El actor alza la voz fuera del escenario por la equiparación de derechos: «Ya es hora», dice, aunque le da rabia «la manipulación que se hace del tema»

Arturo Fernández
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El actor alza la voz fuera del escenario por la equiparación de derechos: «Ya es hora», dice, aunque le da rabia «la manipulación que se hace del tema».

Arturo Fernández (Gijón, 1929) no solo es el hombre del «chatín» y del «chatina». No solo es el actor que lleva más de 65 años llenando patios de butacas. No solo es la figura por excelencia del «galán español», lo que, por cierto, no le cansa, pero sí que le preocupa cuando ve que mantener el físico «ya no es tan fácil», reconoce, «por eso mis papeles van girando hacia el hombre que en algún momento lo fue». Arturo Fernández también es ese hombre que, preocupado, se detiene a pensar en qué es todo esto que tenemos alrededor y en ver hacia dónde vamos.

–Ha sido un hombre de piropos toda su vida, ¿cómo ve que ahora se consideren algo ofensivo, culpa de que abrazamos en exceso lo políticamente correcto o de un feminismo desbocado?

–Un poco de todo. Un piropo como manifestación de admiración respetuosa y de buen gusto no creo que pueda molestar. La necesaria y justa causa por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer tiene poco que ver con la utilización que se quiere y se está haciendo de ella: la mujer es mucho más completa que el hombre y por ello mismo diferente. No me parece positivo convertir a mujeres y hombres en enemigos.

–Ya era hora de alzar la voz por una equiparación de derechos real, ¿no?

–Totalmente de acuerdo. Pero esta igualdad no implica la identidad. Insisto, somos distintos y en la diferencia, la mujer nos supera de largo... Sinceramente, el Día de la Mujer Trabajadora me parece un concepto absolutamente discriminatorio para la mujer, al menos, mientras no haya un Día del Hombre Trabajador. Del mismo modo que pienso que a ninguna mujer le gusta que la incluyan en una lista electoral o en un Consejo de Administración porque hay que cumplir con una cuota. La igualdad de derechos vendrá de la mano de la educación y de normas que impidan la discriminación laboral. Con todo el respeto, la huelga del 8 de marzo estuvo, cuando menos, desubicada, en las calles de Irán o de Arabia Saudí la hubiera entendido plenamente. Creo que hay mucha manipulación del tema en la sociedad en la que vivimos.

–¿Diciendo eso de «era otra época» se justifican los errores del pasado?

–No, pero se contextualizan, se explican las razones o las sinrazones. Lo que no tiene sentido es retroalimentarse con ellos. Sacar tajada política del pasado me parece una forma de involución y un atentado contra la convivencia injustificable. Nos ha costado mucho superar los fallos como para que algunos, ahora, ante su incapacidad de proponer proyectos de futuro ilusionantes, se dediquen a levantar tumbas.

–La historia va y viene, dicen. ¿Hoy vamos hacia adelante o hacia atrás?

–Creo que todo es cíclico. Cuando lo tenemos casi todo viene una involución que solo quiere destruir para que medren los mediocres. Pero España es una nación muy grande que ha superado situaciones muy tremendas y que ha conseguido estar en primera línea en muchas cosas: infraestructuras, grandes empresas, sanidad, solidaridad, gastronomía... Vamos para adelante, mal que le pese a algunos.

–En ese futuro, ¿piensa Arturo Fernández en la jubilación?

–El teatro es mi pasión y lo que me hace feliz... Mientras no me jubile Dios o el público...

–¿Sabe qué pensión le ha quedado después de tanto tiempo encima del escenario?

–Ni idea, no me he jubilado. Y mira que tendría derecho a hacerlo por los años que he cotizado... Desde los 65 podría cobrar en los periodos en los que no estoy subido a las tablas, pero entiendo que mi profesión me permite vivir con dignidad y que «papá Estado», que somos todos, está para administrar los recursos de todos, para darnos igualdad de oportunidades de partida y para atender a los que, verdaderamente, no tienen capacidad para generar los recursos necesarios para subsistir.

–¿Tenemos un problema con este sistema de pensiones?

–Sí. Y de difícil resolución. Cada vez nacen menos niños y nuestra expectativa de vida es mayor y, además, la crisis, recientemente superada, ha descapitalizado la caja... Pero la solución no pasa por prometer lo que no se puede cumplir, que es lo que están haciendo algunos con una irresponsabilidad absoluta e intentando manipular el voto de un colectivo que merece mucho más respeto. Colectivo al que algunos de los que les quieren manejar les quieren negar el derecho al voto: Podemos «dixit» que votaran los de 16 años y no los mayores de 65.

–Buena parte de su público pertenece a este grupo, ¿están siendo utilizados?

–Sí, por los de siempre. Los que, por cierto, no les azuzaron cuando el presidente Zapatero, aun negando la crisis que nos devoraba, las congeló.

–¿Es una prioridad subir las pensiones?

–No hay medida que le gustara más tomar a cualquier gobierno. Tanto porque es un colectivo que merece y necesita mejorar sus condiciones de vida, como porque hacerlo se traduciría en un semillero de votos. Pero también creo que ningún ejecutivo debe gastar más de lo que hay, ni ningún aspirante a La Moncloa debería prometer aquello que sabe que es imposible. Otra cosa es que la seguridad de la caja de pensiones tenga que ser prioridad de cualquier gobierno y que hay montones de gastos que son un despilfarro. Entre otros, seguramente los que vienen de la triplicidad de administraciones públicas.

–Podemos quiere legalizar el «top manta» y el mundo de la cultura calla, ¿quiere tirar la primera piedra?

–¡Encantado! Si no fuera por lo serio que es hablar de algo que puede comprometer el futuro de España, le diría que oír o ver las cosas que dice y hace Podemos me recuerda a mi admirada compañía de teatro La Cubana, solo que estos son geniales, es arte... Y los de Pablo Iglesias son una auténtica lacra social que intenta manipular a emigrantes, mujeres, jubilados, homosexuales... Les da igual, sin pudor, aunque se dediquen a asesorar a los países que más discriminan del mundo. ¿Que la cultura se calla? ¿Cuál? ¿La que así se autodenomina, la que practica el sectarismo, el amiguismo y se ampara en grupitos de poder? No, ésa es la que se autoadjudica el monopolio del derecho a opinar y a llamarse «cultura».

–¿Tiene la cultura ideología?

–No debería. El artista, sí, y es libre de expresarla si lo considera oportuno. Pero tener una u otra ideología no te hace ni peor ni mejor artista.

–¿Cómo hay que ayudar a la cultura?

–Si es con base en subvenciones, mi opinión es conocida: solo creo que deban utilizarse para proyectos de indudable interés general cuyo coste los haga inasequibles a la iniciativa privada. No he pedido ni recibido subvención alguna y le puedo asegurar que mis puestas en escena no han escatimado en gastos. ¡Y se han amortizado! Las subvenciones son muy peligrosas, tienden al pesebrismo. Pero hay muchas maneras de ayudar y mimar a la cultura, entre otras evitando el sectarismo y el amiguismo que impera.

–¿Quién miente más, un político o un actor?

–Un intérprete en escena no miente porque el que le escucha sabe que está actuando. Hay personas mentirosas en todas las profesiones, pero no me parece sano generalizar. Existen muchos políticos honrados y con auténtica vocación de servicio. Los que más gritan son los que más suelen mentir.

–No sé si gritando, pero pegando fuerte vienen los jóvenes, ¿existe la efebocracia?

–No, pero la juventud está sobrevalorada como valor en sí mismo. Una de las características de ella es creerse mejor, más listo y más preparado que sus mayores, pero eso ha sido siempre así. En términos generales, tenemos una juventud mejor preparada, aunque la experiencia es un grado y le confieso que yo volvería a ser joven sin pensarlo dos veces.

–¿Qué tienen que aprender los «millennials» de usted?

–No de mí, sino de mi generación. Deben recoger el valor del esfuerzo, el sentido de la responsabilidad, el valor del mérito, el afán de superación, el respeto a la experiencia y algo muy importante: que nada ni nadie está obligado a atender nuestras necesidades mientras nosotros tengamos capacidad de trabajar.