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Así mueren las palabras abandonadas por la RAE

El Instituto Cervantes ha decidido traer a la vida 2.800 vocablos que hace un siglo seguían entre nosotros y que ya nadie pone en pie.
larazon

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El Instituto Cervantes ha decidido traer a la vida 2.800 vocablos que hace un siglo seguían entre nosotros y que ya nadie pone en pie.
Así como los árboles mueren de pie, paradójicamente las palabras desaparecen en silencio, después de alimentar «la cháchara y el ruido», que diría Jep Gambardella. «Frivoloso» vivió exactamente 201 años, como una tortuga afortunada. Vino al mundo al tiempo en que Robespierre asomaba la patita en la Asamblea y Mozart estrenaba «La flauta mágica».
La ahora tricentenaria RAE era un benjamín de solo 78 años cuando decidió incluirla en la tercera edición de su Diccionario.
A la sombra de su hermano mayor, «Frívolo», surcó revoluciones, reyes y dictadores de todas las Españas, para fallecer a causa de un desuso cronológico agravado con un olvido generalizado, en 1992, en plena democracia y en la vigesimoprimera edición del Diccionario. No aparecieron esquelas en los periódicos ni un anciano, al fondo del pasillo, lloró su repentina ausencia. Lo que no se nombra no existe, sea un antepasado de carne y hueso o una palabra, que comparte con los hombres la servidumbre a un ciclo vital y con la energía su capacidad de transformación. Lo triste no es ya la inexorable muerte de las palabras (ley de vida), sino de los conceptos que las sustentan.
Peor aún es no encontrarlas en la vasta cajonera del lenguaje, como le sucedía a los supervivientes del «lager». «Entonces nos damos cuenta de que nuestra lengua no tiene palabras para expresar esta ofensa», escribió Primo Levi.
El Instituto Cervantes, que junto a la RAE, es el depositario de ese legado común, de esa patria inabarcable de las palabras, ha decidido traer a la vida 2.800 vocablos que hace un siglo seguían entre nosotros y que ya nadie pone en pie. «Durandaima», «cuñadez», «camasquince», «lianza», «cocodriz»... Y, claro, «Frivoloso». La Caja de las Letras del Instituto Cervantes acoge este «cementerio», dicen, de palabras, exhumadas ahora con un trozo aleteante, una vibración muy débil de las personas que las usaron y los tiempos que vivieron.
Es, dice Luis García Montero, director de la institución, una llamada de atención sobre el «riesgo de lo que se puede perder» cuando se pierde la manera de nombrar a las cosas. La artista zaragozana Marta PCampos ha sido la encargada de este montaje, que cuenta no solo con la exposición de las fichas de «palabras perdidas» (entre las que la A ha sufrido las mayores bajas) sino con un foro de debate en internet para ir «renaciendo» vocablos y hasta una «performance», término que escribimos entre comillas por tratarse de un anglicismo, buen ejemplo de por donde van los tiros de la lengua en nuestros días de «selfi», «viral» y «sororidad», por citar alguna de las últimas incorporaciones al DRAE.
Hace 27 años que «Frivoloso» fue sepelido; hoy trasladamos sus huesos para pública exhibición hasta el 29 de septiembre. Después, de nuevo, ssshhh, el silencio.