Historia

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Avignon: El “Vaticano Francés”

Entre 1305 y 1378 siete papas galos se instalaron en Avignon en lugar de Roma

Gregorio XI fue el último de los Papas franceses que rigieron la Iglesia de modo consecutivo
Gregorio XI fue el último de los Papas franceses que rigieron la Iglesia de modo consecutivolarazon

Jamás en la Historia de la Iglesia ha habido siete Papas franceses... ¡seguidos! Podría afirmarse de modo coloquial que, entre los años 1305 y 1378, existió así un «Vaticano francés». Empezando por el Papa Clemente V (5-6-1305/14-4-1314), llamado antes Beltrán de Got, arzobispo de Burdeos y coronado como Sumo Pontífice en Lyon. Instalado en Avignon en 1309, Clemente V era un hombre débil de carácter e incapaz de imponerse a Felipe El Hermoso. Para evitar un proceso canónico contra Bonifacio VIII cedió también a las exigencias del rey en el delicado asunto de los templarios, fulminados en el XV Concilio Ecuménico celebrado en Viena entre 1311 y 1312. Todo lo contrario que su sucesor en el solio de Pedro, Juan XXII (7-8-1316/4-12-1334), elegido en Lyon tras dos años de sede vacante. Conocido antes como Jaime Ossa o de Eusa, Juan XXII supo plantar cara a los denominados Fraticelli, miembros de sectas herejes que se rebelaron contra las disposiciones papales.

Respaldados por Luis de Baviera, candidato al Imperio rechazado por el Papa, sus enemigos le opusieron al anti-Papa Pedro de Corvara, pese a lo cual Juan XXII no cejó en su defensa de la doctrina católica amenazada por los Fraticelli, partidarios de dos Iglesias distintas: una espiritual y verdadera, y otra carnal que se correspondía, según ellos, con la católica, jerárquica y jurídica. Pero, como decimos, el Papa no dio su brazo a torcer y menos aún en los ataques furibundos contra los sacramentos.

El tercer Papa francés fue Benedicto XII (20-12-1334/25-4-1342). Un hombre de armas tomar también, llamado Jacques Fournier y miembro de la Orden del Císter, que emprendió una reforma profunda de la Curia romana y de las órdenes religiosas sin que le temblase el pulso para combatir todo tipo de abusos, incluido el nepotismo generalizado. No en vano, antes de ser Papa había estado al cuidado de su tío, que era abad de Fontfroide, cerca de Narbona, a quien sucedió finalmente al frente del monasterio antes de ser proclamado sucesivamente Obispo de Pamiers y Mirepoix, y cardenal de Santa Prisca. En esa etapa previa al Papado se distinguió ya por su implacable persecución de los herejes, mostrándose como un consumado experto en el procedimiento inquisitorial. No existen Papas perfectos, y Benedicto XII también se equivocó al construirse un palacio en Avignon, como si el Pontífice tuviese que residir en él de por vida.

Con Clemente VI (7-V-1342/6-12-1352), la Iglesia se «afrancesó» si cabe aún más: tras comprar la ciudad y el territorio de Avignon a Juan de Nápoles, en 1348, el nuevo pontífice designó a numerosos cardenales franceses. Eligió el nombre de Clemente porque anhelaba que la clemencia fuese, precisamente, su principal virtud. Era culto y un extraordinario orador, tal vez el mejor de su tiempo, pero se mostró en ocasiones demasiado obsequioso con sus amigos, a quienes dispensaba fiestas rodeado de banqueros. Los cronistas más despiadados, como Mateo Villani o Matías de Neuenburg le tildaban incluso de mujeriego. Sea como fuere, este Papa ejemplificó como pocos el adagio de «calumnia, que algo queda», pues las injurias se extendieron de tal modo que llegaron a aceptarse. Y qué decir de su sucesor Inocencio VI, que reinó durante casi una década entera (18-12-1352/12-9-1362). Llamado Esteban Aubert de Mont, era un hombre piadoso, austero y digno. Reconquistó los Estados Pontificios gracias al cardenal Gil de Albornoz, en 1354, que destruyó finalmente la República fundada por Cola de Rienzi. Y protestó contra la Bula de Oro del emperador Carlos IV, porque prescindía de los derechos del Papa sobre el Imperio.

Muerte en Avignon

Con Urbano V, declarado beato, el «Vaticano francés» alcanzó su momento álgido. Llamado Guillermo de Grimoard antes de ser Papa, fue abad del monasterio benedictino de San Víctor, cerca de Marsella, y reinó durante ocho años (28-9-1362/19-12-1370). Fue elegido Pontífice cuando todavía no era obispo. A instancias de Santa Brígida, Petrarca y del emperador Carlos IV, regresó a Roma en 1367 y no pudiendo permanecer allí, murió en Avignon.

Cerramos esta crónica papal con el séptimo y último de los pontífices franceses que rigieron los designios de la Iglesia de modo consecutivo. Hablamos, naturalmente, de Gregorio XI (30-12-1370/27-3-1378), quien, llamado Pedro Roger de Beaufort y siendo sobrino de Clemente VI, ocupó finalmente al solio de Pedro. Cediendo a instancias de Santa Catalina de Siena, retornó a Roma en 1377. Era un hombre muy inteligente, culto y piadoso. La Iglesia francesa fue hegemónica durante su reinado: de los veintiún cardenales que creó, ocho eran paisanos suyos y otros ocho franceses de distintas regiones.

Ensalada de pontífices

Hasta 1938 hubo tres Papas africanos (San Víctor I, San Melquíades y San Gelasio I), cinco alemanes (Gregorio V, Clemente II, Dámaso II, San León IX y Víctor II)... ¡y quince franceses! Incluidos los siete últimos «Papas de Avignon» que acabamos de ver. Pese a una abrumadora mayoría de Pontífices italianos por razones obvias, hubo nada menos que 15 griegos, empezando por San Anacleto y siguiendo por San Evaristo, San Telesforo, San Higinio o San Eleuterio.

Hasta 1938 podemos contar 47 Papas canonizados, 5 beatificados y 33 mártires. El Pontificado más largo de la Historia fue el de San Pedro, con 34 años, seguido de Pío IX, con 31.