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Literatura

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Bécquer, el poeta de todos (hasta de las brujas)

El autor de las «Rimas», que ayer hubiera cumplido 183 años, se fue hasta el Monasterio de Veruela intentando mejorar una salud quebradiza, pero durante los paseos a pie del Moncayo se encontró con unas leyendas de hechicería que le atraparon y que ahora analiza Elena Cid en un documental que estrena mañana.

Retrato de Bécquer realizado en óleo por su hermano Valeriano en 1862
Retrato de Bécquer realizado en óleo por su hermano Valeriano en 1862larazon

El autor de las «Rimas», que ayer hubiera cumplido 183 años, se fue hasta el Monasterio de Veruela intentando mejorar una salud quebradiza, pero durante los paseos a pie del Moncayo se encontró con unas leyendas de hechicería que le atraparon y que ahora analiza Elena Cid en un documental que estrena mañana.

Nadie duda de Bécquer, ni de su obra, claro, pero desde que su faz desapareciese de los billetes de 100 pesetas, allá por mayo de 1978, nada ha vuelto a ser igual. «Ahora mismo está algo olvidado», asegura Elena Cid, directora y guionista del documental, «Bécquer y las brujas», que recupera en el cine –mañana se estrena en Zaragoza y después irá a Madrid y Sevilla– la figura del poeta y uno de sus textos más desconocidos, «Cartas desde mi celda», «su obra más íntima y que mejor recoge su personalidad».

Aun así, Gustavo Adolfo Bécquer (Sevilla, 1836-Madrid, 1870) sigue siendo el poeta de todos. Ese hombre al que «la gente se acerca buscando palabras bonitas sin necesidad de profundizar, pero también el autor de poesía culta para cualquier erudito», define Pilar Alcalá García –filóloga y poeta– en la cinta. Sus «Rimas» son entrado el siglo XXI el libro de poesía más leído de España porque, como desarrolla Rogelio Reyes Cano –catedrático de Literatura Española de la Universidad de Sevilla–, «toca las fibras más hondas de la condición humana en el amor y los sentimientos, y trasciende el Romanticismo para proyectarse hacia tiempos nuevos» como los de hoy. La vida, la muerte, el desengaño, la ilusión... son temas que no entienden de épocas y que Bécquer los inmortalizó en unos versos que no hicieron más que influir en los escritores que le siguieron.

Pero para Cid la «necesidad de recordar, recuperar y, lo más importante, conocer de otra forma» al sevillano estaba ahí. Hacerlo a través de sus propias palabras e inquietudes, las que muestran los textos escritos desde el Monasterio de Veruela (Zaragoza), adonde se trasladó en 1863 y desde donde publicó como corresponsal para el periódico «El contemporáneo». Serían estos artículos los que, compilados, formarían «Cartas desde mi celda» –o «Desde mi celda»–. «Nunca se había tratado esta obra de manera cinematográfica a pesar de ser en la que refleja su personalidad y en la que, además, habla de brujas, concretamente de las de Trasmoz y las leyendas de los alrededores», continúa la directora.

Orígenes con solera

Padre del pintor José Domínguez Bécquer, el poeta nacía en San Lorenzo, un barrio de la capital andaluza «cargado de misterios y con mucha solera», cuenta el documental. Quedando huérfano muy pronto, su condición de «gran poeta» se comenzaría a forjar por la condición de artistas de la familia. En especial la de su madrina, en suya biblioteca se encontró con por primera vez con las palabras de Lord Byron, Víctor Hugo, Chateaubriand... Hasta que a los 18 puso rumbo a Madrid para escribir en periódicos con el poco dinero que le había dado su tío Joaquín y alguna que otra carta de recomendación. Con la ilusión de un joven llegaba a la gran ciudad sin adivinar las penurias que le esperaban por delante, pasando por varias pensiones que sus paisanos habían abierto en Madrid. Un periodo oscuro en el que conocería la miseria y la enfermedad, una tuberculosis que terminaría, años después, con su vida.

Pero, entre medias, todavía quedaba mucho Bécquer; incluido uno de sus periodos de creación más fuerte, su retiro a la zona del Moncayo junto a su hermano Valeriano. Durante una de sus recaídas de salud decidió recluirse en el Monasterio de Veruela, convertido en hospedería durante la primera mitad del siglo XIX. Hasta él llegaban viajeros de la alta sociedad aragonesa y artistas que buscaban la soledad y la paz de un entorno medieval. Así lo hizo este sevillano de vigor quebradizo para escribir encerrado en su celda a sus «amigos», como se dirigía a sus lectores de la publicación. Nueve cartas que compondrían una crónica personal de sus paseos por un lugar carente de vida social y del día a día del centro cisterciense en el que permanecería de diciembre del 63 hasta julio del siguiente año. Las excursiones se convirtieron en su única manera de hacer ejercicio y, a su vez, de empaparse del universo legendario de la región.

En especial del ambiente de Trasmoz, «el pueblo de las brujas», apunta Elena Cid: «El único pueblo oficialmente maldito de España, una maldición que perdura a día de hoy, ya que solo la puede levantar el Papa. Uno de los intereses de Bécquer era que las historias no se perdieran con el paso del tiempo. Por eso investigaba y hablaba con la gente del lugar». De esta forma el poeta se encontró con unas hechiceras a las que dedicaría hasta tres de sus cartas –VI, VII y VIII–. «Una figura que merecía ser explorada desde otro prisma más histórico y social, lejos de los cuentos de hadas y leyendas», continúa la directora.

Y así lo recogía el señor Bécquer en sus misivas: «Desde tiempo inmemorial, es artículo de fe entre las gentes del Somontano que Trasmoz es la corte y punto de cita de las brujas más importantes de la comarca. Su castillo, como los tradicionales campos de Barahona y el valle famoso de Zugarramurdi, pertenece a la categoría de conventículo de primer orden y lugar clásico para las grandes fiestas nocturnas de las amazonas de escobón, los sapos con collareta y toda la abigarrada servidumbre del macho cabrío, su ídolo y jefe», firmaba.

De entre todas las historias hubo un nombre que centró la atención del poeta: el de la Tía Casca, una leyenda de Trasmoz que, como el hombre de ciudad que era, fascinó a Bécquer. «Lo que le llama la atención de ese pastor, al que dice que se encuentra y le cuenta cómo mataron a una bruja llamada Tía Casca, es la irracionalidad de su mentalidad. Para Bécquer, el pastor le está contando el asesinato de una mujer por la gente del pueblo». A pesar de apoyarse en la racionalidad, el escritor no pudo evitar sumergirse en el misterio del entorno del Moncayo y reconoce en sus «Cartas...» lo fácil que es dejarse llevar por la sugestión y superstición. «La Tía Casca representa la irracionalidad de la superstición, pero, a la vez, deja entreabierta la puerta a la posibilidad de la existencia de ese mundo mágico –en palabras de Cid–. Bécquer siempre fue un romántico y así lo refleja en su obra y en su tratamiento a la brujería y sus mundos misteriosos».

Un romántico, no solo en el significado actual de la palabra, sino en el del siglo XIX: en situar al sentimiento por encima de la razón, en su amor a lo medieval y a todo el universo mágico y misterioso. Idea que transmite en sus «Leyendas», pero también en el texto que centra las miradas del documental. «Busca extraer el misterio de su imaginación y de las historias populares que le cuenta la gente de los pueblos de la zona de Veruela. Bécquer recupera el patrimonio inmaterial de las zonas rurales, los mitos y leyendas autóctonos que se pueden perder con la invasión de la acelerada civilización», termina Cid.