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Berganza, Caballé y Fernández Cid en el recuerdo

Teresa tendrá una plaza mañana, como tiene un conservatorio, un auditorio o una calle en San Lorenzo, amén de otros sitios. Montserrat la tiene en Málaga, Getafe y, en 2018, se dijo que la tendría en Barcelona... Gracias, enormes.
En mayo se cumplen dos años del fallecimiento de Teresa Berganza
Teresa Berganza, entre otros reconocimientos, fue nombrada hija adoptiva de El EscorialAYUNTAMIENTO DE SANTANDERAYUNTAMIENTO DE SANTANDER

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Mañana debería haber cumplido 90 años Teresa Berganza y estaríamos celebrándolo frente al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. No podremos tirarle de la oreja, porque falleció el 13 de mayo del año pasado. Sin embargo, gracias a Daniel Bianco, siempre atento a los detalles, sí tendremos ocasión de homenajearla. Ese día se bautizará con su nombre a la peculiar plaza que da acceso al Teatro de la Zarzuela.
El 12 de abril también habría cumplido 90 Montserrat Caballé. De los enormes valores artísticos de ambas queda poco por decir, si es que queda algo. De ahí que, permítanme, me desahogue en los personal, pues tuve la suerte de conocer bien a ambas.
Debo mi vida musical fundamentalmente a tres personas. Dos son las citadas, la tercera es Antonio Fernández Cid, cuyas críticas en «Abc» leí en cuanto empecé a disfrutar de la música clásica. De él aprendí que una cosa es una crítica en una revista especializada y otra en un periódico. Años antes fue Montserrat Caballé quien me introdujo en el mundo de la ópera, con su disco de arias belcantistas y, ya más tarde, con su «Roberto Devereaux» en vivo. Justo por esta época conocí y escuché también por vez primera a Teresa. Fue en el Patio de los Naranjos sevillano, mientras yo hacía la mili. A partir de entonces fueron frecuentes mis encuentros con ambas, aunque mucho más con Teresa. Montserrat y yo compartimos algunos almuerzos –«¿de verdad me vas a invitar tú? Nunca me ha invitado un crítico o un periodista»– y varias visitas en su casa. De ella me quedarán siempre, además de las postales que me enviaba de cada sitio donde actuó, su voz, su risa y también, por qué no decirlo, su genio y la facilidad con la que improvisaba letras y notas cada vez que se le olvidaba una partitura. Mi relación con Teresa fue aún más estrecha, muy favorecida por nuestra residencia en San Lorenzo del Escorial. En su casa o en la mía hasta para ver alguna ópera por televisión durante la pandemia. De ella me queda para siempre la propia e inigualable Teresa.
Traigo hoy a las dos a colación porque no fue sencillo, pero logré que ambas, en los años finales de sus vidas, mantuviesen una relación de amistad. No se llevaban bien. Recuerdo la inauguración del Auditorio Nacional con la «Atlantida» de Falla en la que las dos cantaron. Apenas se cruzaron una palabra en los pasillos de los camerinos. Lo comenté en varias ocasiones con Teresa y una vez, tras contarle que Montserrat lo estaba pasando mal, me llamó: «Acabo de hablar con Montserrat. Ha estado muy cariñosa». Luego les dio tiempo a charlar cuatro o cinco veces más.
Y, volviendo a Fernández-Cid, no puedo dejar de recordar con estupefacción cuando Teresa me contó tras su debut como Carmen en Edimburgo, al que asistimos ambos: «¿Sabes lo que me ha dicho Antonio? Que se le había puesto muy gorda»...
Teresa tendrá una plaza mañana, como tiene un conservatorio, un auditorio o una calle en San Lorenzo, amén de otros sitios. Montserrat la tiene en Málaga, Getafe y, en 2018, se dijo que la tendría en Barcelona... Gracias, enormes.

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