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Bergman, el genio ególatra

Dos documentales, que coinciden con los 100 años del nacimiento del director de «El séptimo sello», recuerdan a una figura imprescindible del cine con una vida privada tormentosa

Una de las imágenes del documental «Bergman, su gran año», de Jane Magnusson, que se estrena el día 9
Una de las imágenes del documental «Bergman, su gran año», de Jane Magnusson, que se estrena el día 9larazon

Dos documentales, que coinciden con los 100 años del nacimiento del director de «El séptimo sello», recuerdan a una figura imprescindible del cine con una vida privada tormentosa.

«Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar, que es el morir». Quién sabe si en su larga vida Ingmar Bergman tuvo la ocasión de conocer la famosa tercera estrofa de las «Coplas a la muerte de su padre», de Jorge Manrique. Cuesta creer que así fuera, pero no dudamos que su sensibilidad tan medieval hubiera encontrado la horma de su zapato. Como en los versos de Manrique, «El séptimo sello» se abre y se cierra en el mar, «que es el morir». Concretamente, en una playa sueca, Hovs Hallar, a hora y media de Malmö, un lugar inhóspito, de grandes guijarros, donde una lengua del mar del Norte bate con fuerza, acompasando los relojes. Allí recalan el caballero Antonius Block y su escudero Jöns de vuelta de las cruzadas para encontrarse con la Muerte, que reta al caballero a una partida de ajedrez por la salvación de su alma. «Aquí empezó todo», dice Margarethe Von Trotta en la misma playa al inicio del documental «Buscando a Ingmar Bergman». En Hovs Hallar nació el prestigio de un cineasta de leyenda y, en cierta manera, surgió como lo entendemos el cine de autor.

Festejos centenarios

El documental de Von Trotta, que se estrenará a principios del año que viene, es una de los numerosos fastos por el centenario del nacimiento del director sueco. Otro filme, «Bergman, su gran año», dirigida por Jane Magnusson, que se estrena este viernes, pone el foco en el año 1957 en el que el realizador presenta seis películas, dos de ellas absolutamente imprescindibles para la historia del cine: «El séptimo sello» y «Fresas salvajes». Es un año clave en su vida y su obra, el momento en que aquel cineasta sueco que se ha ganado el éxito internacional por películas como «Un verano con Mónica» da un giro más intimo, personal, autorial a su filmografía y empieza a mirarse a sí mismo sin filtros: «Aquellos que creen que representan intensivamente sus problemas, que creen que pueden ser importantes para ellos y para todo el mundo, tienen que usarse a sí mismos. Siempre surge la cuestión del egocentrismo. Es inevitable», aseguraba el director en una entrevista.

Aquel 1957 pilla a Bergman con fuertes dolores. Duerme poco y mal. Tiene una úlcera de estómago, pero no puede parar ni siquiera para curarse. La angustia y el miedo a no dar la talla le atenazan. Con «El séptimo sello», que se estrena en febrero de aquel año, se la juega a sus 38 años. Nunca ha trabajado con tal libertad creativa. La cinta refleja su obsesión, su miedo por la muerte. «La película es un intento de liberarme de ese miedo. Y en cierto modo funcionó», confesaba el director. «Bergman, su gran año» muestra imágenes inéditas de aquel rodaje, con Max Von Sydow (el icónico actor que fue más veces que nadie el trasunto del sueco en pantalla) cabalgando por un bosque que, en realidad, estaba al lado de un bloque de edificios moderno. Bergman no cuenta con mucho tiempo de rodaje ni un gran presupuesto, pero a pesar de ello saca adelante una película inolvidable, para muchos la más influyente del cine. Por primera vez, la Muerte tiene rostro en el cine y es el de Beng Ekerot. El hecho de que el espectador asuma que aquel era el rostro de la parca y no, dice Bergman, «Beng Ekerot con la cara pintada», es parte de la magia a la que siempre apeló un director obsesionado por las máscaras, el circo, la simbología, los sueños, el psicoanálisis... La partida de ajedrez que emprenden el caballero Block y la Muerte y que dura tanto como la cinta, en una Suecia medieval asolada por la Peste Negra, marca el inicio del periodo más personal del cine de Bergman y aquella mirada «egocéntrica» si se quiere hacia sí mismo, su infancia, su educación, sus miedos.

De los traumas de su niñez extrajo buena parte del material de sus películas. En este caso, «Fanny y Alexander» resulta prácticamente confesional, biográfica. Sin embargo, el documental de Jane Magnusson escarba en las cuestiones poco claras de la vida de Bergman, un tipo que en sus memorias, «La linterna mágica», adornó, tergiversó y maquilló la realidad como hacía con su propio cine. De hecho, la imagen del joven Ingmar presa de los maltratos de su padre, un pastor protestante, podría no ser tan cierta. Su hermano Dag dio una entrevista en los años 80 a la televisión sueca (que el documental reproduce y que Ingmar logró que no se emitiera en su día) en la que hablaba claramente de que los abusos paternos se centraron en él, mientras que el pequeño Ingmar nunca tuvo problemas ni recibió palizas. Por tanto, Dag era realmente Alexander e Ingmar sería Fanny en la traslación al filme crepuscular del sueco. Fanny, la hermana que asiste impotente a las palizas a su hermano, pero acata por omisión, calla. Bergman se hizo con aquellas frustraciones y su cine bebe de aquellos días de religión plomiza, de deber, de vara larga: «Me enfrenté a mi educación con mentiras y engaños. Me creé una identidad que pudiera ser aceptable para mis padres. Mentí descaradamente. He pasado gran parte de mi vida tratando de expurgar esa educación», confesaba.

Para su hijo Daniel, que conversa con Margarethe Von Trotta en «Buscando a Ingmar Bergman», es inconcebible cómo, siendo tan consciente de la importancia de la infancia, el director se desentendiera totalmente de sus hijos. Daniel asume que Bergman fue siempre un padre ausente: «Ser padre y artista son dos cosas que no encajan», admite, pero no guarda rencor a su progenitor en sus palabras, simplemente lanza un veredicto quirúrgico: «Lo extraño es que desde que falleció no lo he echado de menos ni una sola vez». En 1957, ya tenía 6 hijos y había estado casado tres veces. Al mismo tiempo, mantenía un romance con Bibi Andersson, una de sus actrices fetiche. Sin embargo, la insatisfacción le corroe: «Tengo una vida de mierda», le dice a un amigo, quien le recuerda sus hijos y matrimonios; «sigue siendo una vida de mierda», le contesta. El trabajo lo es todo para Bergman, tanto que tácitamente asume en sus declaraciones en entrevistas que siempre fue un padre ausente: «Cuando quiero acordarme de fechas, pienso en estrenos. No recuerdo mucho de mi vida privada. No recuerdo, por ejemplo, cuando nacieron mis hijos».

¿Mal amante y mal padre?

¿Fue tan mal amante como padre? Su vida está rodeada de mujeres: se casó con cinco y mantuvo relaciones estables con otras tres, entre ellas Liv Ullmann y Harriet Andersson, otras dos actrices indisociables a su obra. Para Daniel Bergman, el trato hacia sus esposas fue también narcisista: «Cuando se quedaban embarazadas era como si les dijera ‘‘ahora ya sé que me amas’’, y las dejaba. Era una forma de control». Pero en el plano cinematográfico, Bergman proveyó a las mujeres de un peso que antes nadie le había otorgado. Sus películas están repletas de personajes femeninos, muchos trasuntos de él mismo, como Liv Ullmann en «Persona». Además, las mujeres de Bergman son libres, desprejuiciadas, arquetipo de la mujer sueca que recorrió toda Europa y el mundo entero gracias a sus películas. «Él admiraba muchísimo a las mujeres y todos estábamos enamorados de las actrices de Bergman», explica Carlos Saura.

Con una de ellas, Bibi Andersson, descubrió la playa de Hovs Hallar donde rodó el inicio de «El séptimo sello». La película triunfó en Cannes y abriría una década prodigiosa (y más aún) del cine de Bergman, ya claramente orientado al sello de autor. Su mirada tiranizó en cierta manera todo lo que se hacía en el cine europeo. «Hubo una época en que todo se comparaba con él, y era imposible alcanzar su nivel», asegura Stig Bjorkman. En Francia, sedujo a los jóvenes de «Cahiers du Cinema» e insufló aire a la Nouvelle Vague. Según el director Olivier Assayas, «fue el precursor del cine de autor. Los jóvenes directores veían cómo en Suecia Bergman realizaba un cine actual, moderno y libre, que era a lo que ellos aspiraban». Hace once años que Bergman fue a encontrarse con ese misterio de la muerte que tanto le obsesionó y que recorre como un escalofrío «El séptimo sello». Hoy en día, en la playa de Hovs Hallar, una placa de la European Film Academy recuerda que aquel punto es patrimonio mundial del cine.