Bruce Davidson, las fotos también tienen conciencia
Con 83 años, es uno de los grandes clásicos vivos de la fotografía. La Fundación Mapfre le dedica una gran retrospectiva.
Con 83 años, es uno de los grandes clásicos vivos de la fotografía. La Fundación Mapfre le dedica una gran retrospectiva.
Bruce Davidson hizo el camino inverso a muchos artistas y llegó a la fotografía desprovisto de unos principios estéticos: a él, el estilo se lo dio el contacto continuo con la realidad. Quedó deslumbrado por la fotografía a los diez años, cuando asistió al proceso de revelado de un carrete en casa de un amigo, y, desde entonces, se convirtió en un ávido cazador de instantáneas sin prever en ningún momento a dónde le arrastraría esa imprevista vocación y de los postulados artísticos que adoptaría más adelante. Al revés que la mayoría de los fotoperiodistas de su época y de los maestros que influyeron en su técnica, Davidson jamás robó una imagen. Hombre de una extraordinaria y aguda conciencia social, optó por seguir un método de trabajo diferente y trabar una relación de confianza entre él y las personas que deseaba retratar, distanciándose de esta manera del comportamiento habitual de gran parte de sus colegas. Una senda singular que inició prematuramente, en la universidad, pero que eclosionó en dos series que marcarían su posterior derrotero y que le dieron gran parte de su identidad: «Los Wall», de 1955, y «La viuda de Montmartre» (1956), un conmovedor reportaje sobre Margaret Fauché, una anciana, viuda de un pintor impresionista de segunda categoría, Léon Fauché, que vivía sola en París, rodeada de las pinturas y caballetes de su marido y de los recuerdos que todavía conservaba de su juventud.
Mundo particular
Aunque Bruce Davidson derivaría posteriormente hacia el retrato de grupos o comunidades, estas obras iniciales contienen las características de esenciales que marcarían su trabajo, como puede apreciarse ahora en la extraordinaria retrospectiva que la Fundación Mapfre dedica en Madrid a este artista. Desde el comienzo sus imágenes están impregnadas por la sensibilidad personal que sentía hacia los desfavorecidos y los marginados. Si las revistas y publicaciones preferían fijarse en el lado positivo de la sociedad norteamericana de los años cincuenta, hormonada de optimismo y seguridad en sí mismas, él optó por mirar a través de las grietas que todos ignoraban y se topó con los golfillos que ratean por las calles, los pillos que meten las manos en bolsillos ajenos, las bandas que convertían las aceras en su reino. Bruce Davidson, para algunos fotógrafo social o documentalista más que fotoperiodista, poseía la rara habilidad para empatizar con la gente, pasar desapercibido en comunidades ajenas a él, y conseguir su confianza. Sólo después disparaba su objetivo. El resultado son unos impactantes reportajes sobre las bandas de Brooklyn, la Calle 100 Este o los judíos inmigrantes de la cafetería Garden, con su equipaje repleto de horrores de la Segunda Guerra Mundial. Aunque algunos reparan en su inevitable predilección por las clases empobrecidas, en Davidson pueden rastrearse algunas de las enfermedades del siglo XX, como esa soledad cruel que lleva a cientos de individuos a vivir solos o atrapados en unas existencias desalentadoras, marcadas por familias rotas, el alcoholismo, las drogas o el compañerismo de la pandilla como único sostén para mantenerse de pie. En Bruce Davidson aún perviven los protagonistas del reverso ignorado de la «American Way Life», todos aquellos que, entonces, las publicaciones no querían ver, y que él mostró al mundo, aunque, para eso, tuviera que llevar la contraria.