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Bruce Springsteen, ahora o nunca

El artista estadounidense, uno de los grandes cronistas del sueño americano, publica «Western Stars», un álbum con el que pretende regresar a un pedestal del que se cayó
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El artista estadounidense, uno de los grandes cronistas del sueño americano, publica «Western Stars», un álbum con el que pretende regresar a un pedestal del que se cayó.
La épica americana es casi un subgénero dentro de la cultura estadounidense. Escritores como Jack Kerouac, Tom Wolfe, John Steinbeck y Philip Roth la inmortalizaron en sus páginas. En el cine también existen nítidos testimonios de directores como John Ford, Fritz Lang, Martin Scorsese y Clint Eastwood. Y en el rock and roll, la corriente artística más popular de la era contemporánea, también ofrece grandes obras que ilustran las glorias y miserias de uno de los países más fascinantes, en múltiples sentidos, del planeta. Uno de esos cronistas es Bruce Springsteen, quien ahora parece proponer un nuevo retrato de «su» América para su nuevo disco, «Western Stars», que se publicará el 14 de junio después de una larga temporada de escasa creatividad.
Talento en la encrucijada
Existen muchas Américas diferentes y la música ha ilustrado durante las últimas décadas qué es esa nación, sus gentes y su cultura. Johnny Cash cantó en 1960 a sus trenes y viajes en el memorable «Ride this train», uno de los primeros álbumes conceptuales de la historia. De 1974 es «The Ghosts of Saturday Night», una obra maestra en la que Tom Waits retrató las noches «beatniks», con sus depresiones, romanticismo y locura. Del mismo año es esa maravilla llamada «Good Old Boys», donde Randy Newman dibujó con trazo fino la América blanca del sur, con sus paletos, alcohólicos y tardes de limonadas en el porche. Dos años después llegaría «The Pretender», de Jackson Browne, un triste lienzo sobre la vida angelina y la depresión en la que se instaló una generación tras el abandono de los viejos ideales de paz y amor. «Against the wind», de 1980, fue el mejor álbum de Bob Seger, muy emparentado con Springsteen en aquella época, con canciones sobre coches, películas, angustias, guitarras y huidas. Ya en 1988, los irlandeses de U2 plasmarían su emoción por América en «Rattle & Hum». Cómo iba a renunciar Bono a incorporar su claustrofóbica devoción por la épica para contar su visión del país de las barras y estrellas. Con una mirada un poco más local, podríamos encontrar en el «New York» de Lou Reed otra espectacular crónica de una ciudad que en sí misma es un país. O mucho más recientemente al británico Ray Davies, que en «Americana» y «Our Country» expuso su afilada pluma para proponer dos discos estupendos sobre un país que le dio y quitó.
¿Y Springsteen? Obviamente, se trata de uno de los grandes cronistas de la vida americana. O del sueño americano, más concretamente, en sus versiones efervescentes o decadentes. En 1978 publicó una de sus mejores obras, «Darkness of the Edge of Town», una extraordinaria crónica musical de los desheredados de su país. Canciones como «Badlands», «Factory», «The Promised Land», «Racin’ in the Streets» o la que da título al álbum forman parte de lo mejor que jamás haya escrito. Aquel era un Springsteen fantástico que recogió el efusivo elogio del mismísimo Bob Dylan, quien calificó al de New Jersey como «el último producto musical verdaderamente original que ha dado Estados Unidos».
Talento en la encrucijada
Pero de aquello han pasado más de cuatro décadas. El Springsteen de hoy, próximo a los 70, se encuentra ahora mismo en una encrucijada. Sus últimos años le han pasado factura entre sus seguidores más exigentes, que ven cómo se consumen las hojas del calendario sin encontrar constantes rastros de aquel descomunal talento que una vez atesoró. Muchos hay que aseguran que «Tunnel of Love», de 1987, es su último gran disco. Sí, mucho tiempo. Demasiado. Su deriva se antoja desconcertante siendo suaves. Durante la presente década apenas publicó dos discos con canciones originales: el mediocre «Wrecking Ball» y el directamente malo «High Hopes». Salvo excepciones, sus conciertos tampoco consiguieron aportar la gloria de antaño por repetitivos y saturados de clichés. A veces Springsteen y su grupo parecían una banda de tributo a sí mismos, que ya cuesta creerlo.
Su paso por Broadway fue otra piedra en sus botas. Ensimismado en espantar fantasmas del pasado y demonios interiores, pasó un año en el teatro contando y cantando su vida –o lo que le interesaba– como parte de una terapia psicológica que arrancó con su decepcionante biografía «Born to Run» (1986) y que en realidad solo interesaba a cotillas o fanáticos irredentos. Un puro acto de exhibicionismo atroz. Así hasta llegar a estos días, en los que promete un álbum excelso con «Western Stars». «Este disco supone un regreso a mis trabajos en solitario con canciones basadas en personajes y con elegantes arreglos orquestales de carácter cinematográfico», dice Springsteen. Y añade: «Es un pequeño joyero». Una frase enigmática para quienes esperan que el artista salga de su ensimismamiento ególatra para ofrecer renovadas dosis de creatividad. O lo que es lo mismo: buenas canciones para un buen disco. Lo cierto es que el origen del álbum arranca en 2011. Con él ya avanzado, decidió cambiar de rumbo para escribir nuevas canciones y completar «Wrecking Ball», publicado en 2012. El proyecto inicial quedó entonces aparcado, pero no olvidado. Es lo que se deduce del anuncio de su nuevo álbum, que a muchos ha pillado por sorpresa.
«Hello Sunshine» fue el adelanto del disco y la realidad es que ha dejado algo frios a sus fieles. No tanto por la calidad de la canción, que es buena, sino porque suena a ya escuchada. Concretamente a «Everybody’s Talking», el hermosísimo tema que escribió Fred Neil en 1966 y que popularizó Harry Nilsson tras su inclusión en la banda sonora de «Easy Rider». Todo suena demasiado parecido; las escobillas, el arpegio de guitarra, la melodía, la orquestación... Todos los grandes artistas han «robado» canciones. Bob Dylan, Neil Young, Rolling Stones, Eric Clapton, Tom Petty y David Bowie, entre muchos, tienen temas que remiten a otros. Pero el «robo» artístico se admite cuando eres capaz de dejar parte tuya. En el caso de «Hello Sunshine» existen dudas de que algo así haya sucedido. Con todo, más decepcionante resultó el segundo adelanto, «There goes my miracle», que es cualquier cosa menos un milagro.
Los títulos de los temas sugieren el retrato conocido de una América que existió y sigue existiendo: la de las motos («Hitch Hikin’»), los trenes («Tucson Train»), los cafés («Sleepy Joe’s Cafe»), los coches («Drive Fast»), los caballos («Chasin’ Wild Horses»), y los moteles («Moonlight Motel»). El disco ha sido producido por Ron Aniello y mezclado por Tom Elmhirst, conocido por sus trabajos para Adele, Amy Winehouse, Bowie, Beck y muchos más. Entre los músicos aparece una sorpresa: la inclusión del teclista David Sancious, quien formó parte de la embrionaria E-Street Band y tocó el piano en los dos primeros discos de Springsteen, «Greetings from Asbury Park, N.J.» y «The Wild, the Innocent & the E-Street Shuffle», ambos de 1973. Cómo olvidar su piano en canciones como «Growin’ up», «Incident on 57th Street» o su exhibición en «New York City Serenade». Otros músicos del nuevo disco de Springsteen son Jon Brion, Charlie Giordano, Soozie Tyrell y su mujer, Patti Scialfa. Ahora falta comprobar a qué altura se sitúa un álbum que debe ser crucial en su carrera. Quién lo iba a decir en el caso de un músico de su altura, que con toda justicia alcanzó gracias a perdurables obras maestras como «Born to Run», «Darkness of the Edge of Town», «The River» o hasta «Born in the USA», con un sonido de radiofórmula que ni siquiera pudo opacar la calidad de sus canciones. Pero es que Springsteen viene de donde viene. Ahora propone un nuevo viaje por la América que tan bien retrató en canciones inolvidables como «Sandy», «Thunder Road», «Jungleland», «Out in the Streets», «Nebraska», «No Surrender» y «Bobby Jean». Es un campeón contra las cuerdas, un tipo lleno de cicatrices y magulladuras que necesita casi desesperadamente un golpe para volver a ocupar el centro del ring.

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