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Lenguaje

¿Cambia nuestra manera de pensar decir «hombre» en lugar de «humanidad»?

Un manual para el correcto uso del lenguaje propone sustituir las expresiones. El debate es cómo estos cambios afectan al pensamiento y si deben ser las ideas las que alteren la lengua o es mejor intervenir en la lengua para que cambie el pensamiento

¿Cambia nuestra manera de pensar decir «hombre» en lugar de «humanidad»?
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Un manual para el correcto uso del lenguaje propone sustituir las expresiones.

El Génesis recuerda que Adán recibió la facultad de nombrar a los animales y los objetos, y San Juan subraya que al principio de todo era el Verbo. Con el lenguaje comenzamos a descubrir la realidad, definir símbolos y derechos, y los primeros pueblos, si seguimos en este territorio de lo mítico, desafiaron la autoridad de Dios con aquella torre de Babel que, al caerse, derramó mil idiomas sobre la Tierra. Las palabras fueron los primeros andamios del pensamiento y uno de los cimientos incuestionables de las culturas. Pero en esta singladura de civilizaciones y siglos se ha ido contaminando de tópicos, prejuicios, giros y modos que ahora despiertan recelos, hieren susceptibilidades y reclaman enmiendas.

A la discusión del lenguaje inclusivo se suma una sugerencia nueva, la de sustituir «hombre», cuando se refiere al conjunto de la sociedad y las sociedades, por «humanidad». Hay quien plantea si es el lenguaje quien modifica el pensamiento o si es el pensamiento quien debe cambiar el lenguaje. Si hay que forzar los cambios o si los cambios deben provenir de la educación o ser la consecuencia lógica de una evolución y de unas ideas. Una disputa que cuenta con sus defensores y también con sus detractores.

El filólogo y helenista Carlos García Gual, autor de «Diccionario de mitos» y «La muerte de los héroes», y que en dos semanas leerá su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), alerta de un riesgo: «Se abusa de los eufemismos. Y eso es una manera de encubrir los problemas que existen, que la realidad es la que es. Estos trucos del lenguaje encubren un vacío y es una especie de capa que se echa sobre lo real».

El filósofo Manuel Cruz, que ha publicado «Las malas pasadas del pasado» y «La flecha (sin blanco) de la historia», recuerda a un pensador, John Austin, y uno de sus libros, «Cómo hacer cosas con palabras», y afirma que «las palabras generan efectos de muchos tipos. Un testamento son palabras que generan un efecto práctico. Ante un pelotón de fusilamiento, exclamar “¡fuego!”, genera efectos prácticos. El insulto, también, aunque cuando el insultador ofende, él lo niega y dice que solo describe; y el insultado afirma: “Tú me has ofendido”. Con las palabras se pueden hacer cosas buenas, malas y regulares y, en este sentido, intervenir en el lenguaje por considerar que genera efectos no deseados es algo razonable. Pero eso no quiere decir que cualquier intervención en él lo sea. Aunque es cierto que con el lenguaje se expresan puntos de vista, ideologías y prejuicios que muchas veces queremos rechazar».

Desde hace años existe un torrente de peticiones y reclamaciones que exigen a la RAE que suprima vocablos del diccionario, saque acepciones y corrija definiciones. La política participa de este debate y la sociedad ha decidido barrer la polémica entre masculino y femenino, tirando por la calle de en medio, proponiendo palabras nuevas, inexistentes, que contenten a unos y a otros, aunque enfadan o indignan también a muchos.

El filósofo Emilio Lledó, académico de la RAE y autor de «Filosofía y lenguaje» y «Sobre la educación», sostiene que «la vida del lenguaje puede estar condicionada por presiones ideológicas, políticas, pero ese condicionamiento forzado no da fruto, por suerte. La lengua tiene algo más profundo, inercial, es reflejo de la realidad, de las cosas y del mundo. Hay que llegar a acuerdos más que a imposiciones, porque, de lo contrario, se puede desembocar en contradicciones grotescas. No se puede constantemente repetir el femenino de cada palabra porque sería un exceso. La inclusión debe ser de verdad. La mujer debe tener los mismos derechos que el hombre». Lledó añade que «ahora se habla del lenguaje inclusivo y quizá también convenga recordar que algunas de las figuras más maravillosas de nuestra cultura son mujeres. Sobre todo en la cultura griega y latina».

Marta Sanz, novelista, ensayista, poeta, autora de «Lección de anatomía» y «Farándula», insiste también en asegurar que «partimos de la base de que el lenguaje es permeable no únicamente al pensamiento, sino también a las ideologías. Pero si el lenguaje es permeable a las ideologías dominantes, también podemos subvertirlo, jugar con él, para intervenir en la realidad. Esta subversión, más allá de la ortodoxia a la norma -a veces parece como si el idioma fuera un cerebro conservado en formol- tiene un poder performativo respecto a la realidad, que sirve para dar visibilidad y transformar algunos aspectos de ésta con los que no estás conforme. Es una estrategia legítima».

Ahora que surgen planes para la igualdad de los hombres y mujeres, que se proponen manuales para que el lenguaje de los documentos y textos públicos se ajusten a los criterios que van naciendo, aparecen sugerencias como sustituir masculinos y femeninos por palabras que engloben a ambos: alumnado por alumno o alumna, por ejemplo. «Me viene a la cabeza -comenta Manuel Cruz- el comentario de una persona que hablaba de la discriminación en el lenguaje del fútbol. Hace tiempo se usaba con normalidad “el negrito” respecto a un jugador. Los que lo hacían afirmaban que no tenían intención de ofender. Lo que sucede es que nadie dice “obispito” ni “cardenalito”. Y si se dice, se expresa algo. A veces, los usos los tenemos tan interiorizados que nos cuesta identificar la carga que tienen. Esto de intentar intervenir el lenguaje es aceptable. El nuestro incorpora expresiones como “hacer una judiada” que es un claro tópico racista. Llamar la atención sobre este uso, y dependiendo de cómo se haga, es atendible. Pero tendremos que ver con qué criterios».

Carlos García Gual, por su parte, sostiene que, en ocasiones, este asunto se queda en los medios de comunicación y «no tienen una meditación profunda sobre la realidad. Puede ser que influya, pero no va al fondo de las cosas. Se puede quedar en una manera de encubrir los verdaderos problemas». Un aspecto sobre el que está de acuerdo Marta Sanz: «Hay veces en que las reivindicaciones feministas relativas a las desigualdades económicas, de pobreza o al riesgo de exclusión se neutralizan y pierden peso cuando caemos en los discursos nominalistas. Al decir los “las”, “los” y “les”, que pueden ser estrategias que van de la mano, nos fijamos en la bulla del lenguaje inclusivo, pero nos olvidamos de lo fundamental: la minusvaloración de la mujer en el mercado laboral, que también influye en el ambiente doméstico y en la falta de valor del cuerpo. Nos olvidamos que la violencia económica y cultural van de la mano».

Lledó también está conforme con esta posición y afirma: «Lo inclusivo es hacer que la mujer sea lo mismo que el hombre en todos los planos. Me da corte hasta decirlo, porque ya debería estar hecho. No que de pronto sientas que “desincluyas” a la mujer al decir solo “chicos”. Lo esencial es la sociedad y la vida, y el lenguaje se hará eco enseguida. El lenguaje y el logos que tenemos es un reflejo de lo que vemos y sentimos. El idioma es un río, no un estanque más o menos político». Una de las batallas son los tópicos. Los prejuicios. Erradicarlos. Para Manuel Cruz, «lo que ocurre es que muchos de ellos están interiorizados. Los usamos de una manera inconsciente, sin darnos cuenta. Y, en ocasiones, al repetirlos, pueden ser discriminatorios o injustos. La lista es larga y, como están asumidos, no son resultado de una reflexión, no está mal dar una voz de alarma».

Marta Sanz hace hincapié en otro argumento y alude a determinados términos que se refieren a colectivos de una forma despectiva y que, a veces, hemos heredado del pasado: «No creo que haya que retirarlas o apartarlas. Eso sería construir una sociedad sin memoria. Para mí, las palabras son un depósito de la memoria, por eso no se pueden prohibir. Hay que descodificarlas, saber de dónde vienen para que la historia no se vuelva a repetir. Estoy en contra de cualquier censura lingüística o artística. Una sociedad culta es la que enseña a leer a su ciudadanía. Tiene que saber por qué “judiada” tiene las connotaciones que tiene, quién la impuso y la ideología de poder que hay detrás. Pero no puedes borrarla de la memoria, como si fuéramos una generación espontánea. Esto daría como resultado una sociedad acrítica, inquisitorial».

Hombre o humanidad

Lledó comenta la disyuntiva de emplear «hombre» o «humanidad». Para él no es necesario la sustitución. «No podemos sustituir todo. No se podría hacer eso en filosofía, sobre todo si existe un término general. Pero muchas de estas cosas no son reflejos de problemas auténticos. De hecho, nos distraemos con ellos y nos entorpecemos. La verdadera manera de incluir a la mujer es en la sociedad, en la política. Si se logra eso, la del lenguaje vendrá por sí sola. Forzar es solo una manera de llamar la atención sobre un hecho».

Manuel Cruz, por su parte, comenta la invención de palabras para eludir el masculino y el femenino: «Los hablantes se han visto toda la vida obligados a inventar palabras porque aparecen cosas nuevas, como el término “ferrocarril”, que no existía. A lo mejor hay que hacerlo porque otro uso del lenguaje es necesario y no por un objeto. Pero esto no es lo mismo que cuando se emplean unos vocablos para reemplazar a otros. Ahí hay un conflicto, porque los hablantes llevan mucho tiempo usando ya unas palabras. Eso es artificioso y no es un buen instrumento de comunicación. Un ejemplo: lo políticamente correcto en un colegio es decir: “reunión de padres y madres”. Pero todo el mundo dice: “voy a una reunión de padres”».

Cruz añade otro ejemplo: «Inventar “amiges” para evitar “amigos” o “amigas” es demasiado artificioso y es difícil que funcione, porque ahí hay una instrumentalización y no puedes violentar a los hablantes. Pero en cambio existen otras fórmulas que son viables y ayudan a modificar el chip. En vez de “profesores” y “profesoras” puedes recurrir a “profesorado”. “Hombre” se puede sustituir por “ser humano”. No veo ningún problema en ello. Soy partidario de modificar el lenguaje contaminado de prejuicios, pero, solo en ese caso. Hacerlo por uno eficiente, que no sea un obstáculo para la comunicación y en el que todos nos reconozcamos».