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Literatura

Campbell, el hombre que desenmascaró los mitos

Atalanta recupera, en una nueva traducción, «Las máscaras de Dios», el ensayo de mitología comparada más importante de este autor y el libro donde explica el origen de estos relatos y los arquetipos de nuestras culturas.

La Venus de Laussel, una obra icónica del arte del paleolítico, está relacionada con un conjunto de representaciones relacionadas con la fertilidad
La Venus de Laussel, una obra icónica del arte del paleolítico, está relacionada con un conjunto de representaciones relacionadas con la fertilidadlarazon

Atalanta recupera, en una nueva traducción, «Las máscaras de Dios», el ensayo de mitología comparada más importante de este autor y el libro donde explica el origen de estos relatos y los arquetipos de nuestras culturas.

«La mitología no es un juguete para niños», se apresuraba a observar Joseph Campbell antes de matizar sus propias palabras y asegurar, nos gustaría imaginar que con una sonrisa irónica, que «tampoco es una materia arcaica que concierna únicamente a los eruditos». Marcado por la lectura de James Joyce, Thomas Mann, Johan Huizinga y los escritores de la Generación perdida, Campbell sostenía que «cuando un mito se ha tomado literalmente, su sentido se ha pervertido, pero, también, recíprocamente, cuando se ha desdeñado como un mero engaño de sacerdotes o como se-ñal de una inteligencia inferior, la verdad ha salido por otra puerta». Capaz de aprender francés y alemán en cuestión de meses (más tarde se dedicaría con semejante disciplina y tesón al japonés), el historiador se propuso cartografiar los distintos arquetipos que subyacen en el pensamiento mítico desde el amanecer de los tiempos y que se repiten, con diferentes variaciones, en todas las civilizaciones, desde Europa, África y Asia hasta las montañas y llanuras del Nuevo Continente.

Estudio comparativo

Fascinado desde pequeño por la cultura de las tribus nativas americanas, Campbell inició una exhaustiva búsqueda para identificar los hilos invisibles que mueven el subconsciente de los hombres. Un juego de inquietudes, miedos, traumas y respuestas que únicamente pueden percibirse a través de ese conjunto de relatos presentes en nuestras culturas y que solemos denominar mitos. Todo esto quedó reflejado en un trabajo inmenso, «Las máscaras de Dios», el mayor estudio que se ha realizado sobre mitología comparada. Una obra, nunca mejor dicho, mítica, que, después de permanecer agotada en nuestro país durante décadas, rescata ahora Atalanta en una espléndida, cuidada y revisada edición. No sólo se ha procedido a una nueva traducción del texto, más exacta y mucho más rigurosa que la anterior, ya inencontrable, sino que se ha procedido a la actualización de sus datos, poniendo al día estos cuatro volúmenes que se publicaron de forma consecutiva entre 1959 y 1968, y que supusieron un hito en la comunidad científica y, también, a nivel popular –los que en su día vieron en televisión «Doctor en Alaska», recordarán que era el libro más citado por Chris Stevens, aquel erudito locutor de radio que aparecía en la serie–. Pero, ¿qué sostenía Joseph Campbell?

En el primer volumen, dedicado a la mitología primitiva –que es el que se publica ahora: a lo largo de los próximos meses saldrán los tres restantes, dedicados a mitología oriental, occidental y creativa–, su autor escribe: «El es-tudio comparativo de las mitologías del mundo nos hace ver la historia cultural de la humanidad como una unidad, pues encontramos que temas como el robo del fuego, el diluvio, el mundo de los muertos, el nacimiento virginal y el héroe resucitado se hallan en todas las partes del mundo apareciendo por doquier en nuevas combinaciones al tiempo que permanecen sólo unos pocos elementos, siempre los mismos, como en un caleidoscopio». Acudiendo a la historia, la antropología, la psicología, la filosofía, la arqueología, la literatura y los textos y las fuentes que se conservan del pasado, Campbell va entresacando ese «esquema intemporal» que hay en las mitologías, que son, para el autor, las verdaderas «máscaras de Dios». Pero cuál es el venero primigenio de estas historias: la propia experiencia vital del hombre. «Lo “grave y lo constante” en el sufrimiento humano lleva a una experiencia considerada por aquellos que la han conocido como el apogeo de sus vidas y que, sin embargo, es inefable. Y esta experiencia, o al menos un acercamiento a ella, es el propósito último de toda religión, la referencia última de todo mito y rito».

Joseph Campbell acude a las raíces, cuando los hombres empiezan a contemplar lo que les rodea. El historiador descubrió ahí la dura impronta que han dejado en nuestros antepasados algunos asuntos cotidianos, a los que hoy apenas se presta atención, como es la alternancia del día y la noche. Un ciclo representado en la mente de los primeros seres humanos como dos mundos opuestos y complementarios a la vez: el de las luces y las sombras, la conciencia y la lógica, los sueños y el subconsciente. Del dormir y el despertar, de la perpetua ascendencia y caída del sol y de la luna, nacen dos ideas primordiales que todavía permanecen latentes en todos nosotros: la muerte y la resurrección.

Pero si ha habido algo que ha dejado una profunda muesca en nuestra mente es el cielo y las estrellas y, sobre todo, la luna. «La coincidencia del ciclo menstrual con el de la luna es una realidad física que estructura la vida humana y una curiosidad que se ha observado con asombro. De hecho, es posible que la noción fun-damental de una relación estructuradora de la vida entre el mundo celestial y el del hombre se derivara de la comprensión de la fuerza del ciclo lunar».

La luna está vinculada a la muerte y la resurrección, es el astro que hace aullar a los lobos y que condiciona la fertilidad de la mujer –la arqueología ha rescatado pequeñas figuras de sociedades primitivas, conocidas hoy como «Venus», que marcan los órganos vinculados a la reproducción, o sea a la vida, uno de los grandes misterios para los primeros pobladores de la Tierra que se organizaban en comunidades.

Más allá de este mundo

La luna vinculada a la mujer y la mujer vinculada a la vida condujo a Campbell a otro de los principales temas que impresionaron a los primeros «homo»: el nacimiento, que es uno de los grandes traumas para todos, desde un punto de vista biológico. De la «bienaventuranza estática» que supone estar en el vientre de una mujer, donde «no hay día ni noche ni existen imágenes de temporalidad», que es lo más parecido a un paraíso, se pasa a la vida, en la que se entra, precisamente, con un inmenso dolor. «En la imaginería de la mitología y la religión, el tema del nacimiento (o, con más frecuencia, del renacimiento) es harto importante».

En estos incipientes pasos, el hombre no tardará en relacionar a la mujer con la fecundidad y la fecundidad con la Tierra. Un hecho capital que explica el origen de abundantes rituales antiguos, tal como han corroborado las excavaciones. «Los esqueletos de Neandertal se han hallado enterrados con provisiones (lo que sugiere la idea de otra vida), acompañados de sacrificio animal (buey salvaje, bisonte y cabra salvaje), observando un eje este-oeste (el camino del sol, que renace de la misma tierra en la que se coloca a los muertos), en posición encogida (como dentro del útero) o durmiente, y en un caso con una almohada de lascas de pedernal. Sueño y muerte, despertar y resurrección, la tumba como una vuelta a la madre para renacer». Para Campbell, las cuevas prehistóricas tienen una relación clara con el mundo del consciente y el inconsciente, de entrar en la oscuridad y salir a la luz. Son santuarios de caza y de ritos de masculinidad.