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Campúa, el hombre que retrató todos los perfiles de Franco

larazon

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Disparos en blanco y negro que forman parte de la historia de España. El suyo es un imponente friso en imágenes de quien fue el fotógrafo del general, un hecho que le pesó como una losa, pues su arte no se redujo a un único modelo, sino que fue todo lo contrario.
Una errata o la mala interpretación de una endiablada caligrafía fue la responsable de que José Demaría Vázquez fuera conocido como Campúa. Su padre, eximio fotógrafo fallecido en Madrid poco después de comenzar la Guerra Civil, buscaba un apodo con buen sonido y pegada, que fuera comercial y sonoro. Pensó en la ciudad italia de Capua, pero parece que su letra le jugó una mala pasada y el impresor, al copiar el nombre en las tarjetas de visita leyó «Campúa». Tras el disgusto inicial al fotógrafo no le sonó mal y decidió adoptarlo como apellido artístico, el mismo que hizo suyo también su hijo, que es nuestro protagonista. José Demaría Vázquez nació y murió en Madrid. Vivió 75 años, dedicó 40 al oficio periodístico y recibió los consejos de su padre, uno de los grandes de principios de siglo, fotógrafo de Alfonso XIII. Su progenitor no deseó que se dedicara a la fotografía, sino a la ingeniería, pero él, tozudo, desoyó los consejos y siguió al padre. Llevaba el periodismo en las venas. Su bisnieta, Cristina Ruiz Fernández, describe cómo era su día a día: «Consistía en manejar aquellas primeras cámaras de grandes dimensiones, cargar las placas de vidrio o realizar el retoque manual de los positivados con resultados que ahora parecerían rudimentarios, pero que entonces estaban al servicio de un relato informativo (...) Un oficio que hoy sigue siendo tan duro y sacrificado era entonces ímprobo: cargar con equipos de gran peso, con las placas, los portaplacas y los objetivos; cámaras en las que nada o apenas nada estaba automatizado y cada apertura del obturador era enormemente valiosa», escribe en el texto de presentación del libro, editado por La Fábrica en la colección PhotoBolsillo. Su nieta, Esther Fernández Demaría, está muy satisfecha del resultado: «Ha quedado precioso y es un libro muy merecido, un tesoro». El trabajo de selección ha llevado años, nos cuenta su bisnieta, pues «el archivo estaba fragmentado. Las imágenes anteriores a la Guerra Civil se perdieron en el saqueo al estudio de su padre. La parte de la contienda propiamente dicha se encuentra en el Archivo Militar de Ávila y las fechadas a partir de 1941 están en nuestro poder. El estado de conservación era bastante bueno, pues mi bisabuelo era minucioso, lavaba muy bien los negativos y hacía que sus empleados fueran lo más delicados posible en el trato con el material», explica. ¿De cuántas fotografías de Campúa podemos estar hablando? No se han contabilizado, pero rondarían las 400.000 y unos 200.000 negativos. El escaneo final para el libro se realizó sobre 3.500 imágenes. «Chema Conesa fue quien seleccionó sobre a sobre provisto de una caja de luz que fotografiaba los negativos. Su mirada nos ha aportado bastante porque ha sacado la trastienda, lo que no estaba publicado, a la gente de la calle, y hemos hallado unas cuantas sorpresas», comenta. Un trabajo arduo de unos ocho años o más.
Logia masónica
Una bellísima foto de Benlliure en su estudio abre el volumen. Imágenes de gente anónima, postales de la época tomadas por el hombre que siempre llevaba colgada su cámara al cuello. Y Franco, pues Campúa se convirtió en uno de los retratistas oficiales del caudillo a partir de 1937 y siguió siéndolo hasta después de la contienda civil. Su relación, nos dice su nieta, venía de tiempo atrás. Él estuvo condenado por supuesta pertenencia a una logia masónica en 1942 y condenado el 7 de julio de ese año; pasó algo más de tres meses en la cárcel de Porlier hasta que el 19 de octubre le conmutaron la pena por la de inhabilitación y reclusión menor. Fue precisamente al abandonar la prisión cuando pasó a ser el retratista de la corte franquista. «Entre ellos no había amistad. Él era un trabajador estupendo, un profesional de primera y era lo que Franco buscaba. Marcó las distancias desde el primer momento, pero ambos se encontraban a gusto. Lo que sucede es que mi abuelo tenía un carisma que le hacía ser especial y quien posaba delante de él se dejaba hacer», desvela.
Además, Campúa era empresario de cine, un gran amante del séptimo arte. «Le apasionaba. Fíjate que en 1941 realizó la programación para el cine del El Pardo, pues Franco era un gran aficionado también a este arte. Entre ellos existía una relación especial: él confiaba totalmente en mi abuelo. Lo que sucedía en el estudio jamás salía de allí. Era sabedor de que Campúa nunca le traicionaría contando lo que no debía. Franco era Franco, y mi abuelo, un empleado, un hombre honesto, llano y cercano. Nunca nos hablaba de su trabajo con Franco», señala. ¿Le perjudicó que fuera conocido sobre todo por ser el fotógrafo del general? «Él fue el fotógrafo, en efecto, pero eran tiempos difíciles y había que comer. Y él no tenía nada. Gracias a su carisma y bondad pudo salir. Pero fue mucho más que eso y es lo que hemos querido reflejar en este libro», añade. Y en efecto, esa visión poliédrica es la que recoge este pequeño pero intenso volumen.
Además de las recepciones de la época con el general a la cabeza, de Franco en el Azor junto a sus trofeos de pesca o en un puesto de tiro en El Pardo, se recoge el alma de la España de los cuarenta y cincuenta. Entre las imágenes que quieren destacar su nieta y la hija de ésta figuran las de Alcalá Zamora, una procesión del Silencio en la Gran Vía en abril de 1954, las costumbristas de la piscina Lago, de junio de 1941, la de la portada (de la que su nieta se confiesa «enamorada. Fue iniciativa mía»), la imponente imagen de 13.000 alféreces en Cerro Garabitas (Madrid, mayo, 1958), los personajes del Circo Americano (1960) o las de las restricciones de agua en Madrid (1950). Por su objetivo pasaron Hemingway y Sophia Loren. Suya es la foto que recoge el llanto de Sánchez Mejías ante el cadáver del diestro Joselito. «Cuando era pequeña me hizo un montón de retratos. De mayor, también en el estudio. Siempre le recuerdo con el dedo en la cámara, dispuesto a captar el sentimiento de la manera tan natural como él lo hacía», asegura su nieta.