Pintura

Caravaggio mató a un hombre: ¿Deben censurar su arte?

Fragmento de «Judith y Holofernes» (1599), de Caravaggio, una de las obras que reflejan la violenta pincelada y crudeza realista del pintor
Fragmento de «Judith y Holofernes» (1599), de Caravaggio, una de las obras que reflejan la violenta pincelada y crudeza realista del pintorlarazon

¿Debería Caravaggio retirarse de los museos en los que cuelgan sus obras por haber asesinado, en 1606, a Ranuccio Tomassoni? Esta pregunta lanzada por Svetlana Mintcheva en un artículo publicado en «The Guardian» ejemplifica el grado de histeria que se ha apoderado de ciertas instituciones artísticas, temerosas de ser arrasadas por el tsunami de un supuesto «revisionismo moral». El arte es la proyección meridiana de su tiempo, y, para bien o para mal, no hay artista capaz de escapar a las pautas de comportamiento de su época. ¿Se puede considerar a la mayoría de la historia del arte como sublimadora de un sistema patriarcal, clasista, violento, racista...? Por supuesto que sí. Eso ya se han encargado de analizarlo, durante décadas, los estudios de género, culturales o poscoloniales. Pero una cosa es interpretar la historia del arte, otra muy diferente proceder a la retirada de todas aquellas obras que no se ajusten a los parámetros éticos de nuestra época. Si nosotros, los que vivimos en 2018, estamos más evolucionados, no es solo por haber logrado importantes conquistas sociales, sino por entender que la cultura de cada época es la resultante de sus virtudes e imperfecciones. La comprensión de la historia del arte no se debe confundir con el revisionismo mojigato. Nuestro presente es una mínima fracción de tiempo en el conjunto de la historia, y pretender que todas las sensibilidades que se eslabonan en la historia del arte miren la realidad como lo hacemos nosotros es un ejercicio de fanatismo que solo puede conducir a episodios –no tan lejanos– en los que se quemaba en plaza pública todo aquel arte tachado de «degenerado». Comprendamos, pero no destruyamos. La belleza nunca ha sido perfecta, y en cada periodo ha sido modelada a partir de la moral imperante. No se puede aprender del pasado si se le depura. La justicia social no se consigue a partir de un «adanismo» que, en última instancia, sería más violento que la violencia que se pretende denunciar. Cuando se trata de purgar, de seleccionar entre lo correcto e incorrecto, los criterios suelen ser tan arbitrarios que se desemboca inevitablemente en una dinámica inquisitorial y supremacista.