Sección patrocinada por sección patrocinada

Cine

Carla Simón: "La droga no sólo se vive como se enseña en las películas"

La ya consagrada cineasta propone en "Romería", preseleccionada para el Oscar, una exploración por los espacios incompletos de la memoria familiar

Llúcia Garcia y Mitch en una escena de la onírica "Romería"
Llúcia Garcia y Mitch en una escena de la onírica "Romería"Imdb

Como en aquella hermosa inscripción que sellaba la tumba del poeta del romanticismo John Keats, los borrosos orígenes de la identidad familiar de Carla Simón parecen estar escritos sobre el agua. O al menos, necesitados de utilizar este elemento tan proclive a la fabricación de escenarios oníricos y semilímbicos para crear escenarios imaginados de posibilidad en donde las cosas suceden no necesariamente como ocurrieron, sino como a la propia cineasta le hubiera gustado que pasaran.

«Romería» es el cierre de una trilogía sobre la intimidad de los afectos, la única que vertebra hasta el momento la filmografía de Simón, concebida como un permanente juego exploratorio de la memoria de sus padres, fallecidos por el sida cuando ella tan sólo tenía seis años. En esta delicada, contenida y atrevida propuesta –en términos de evocaciones y audacias audiovisuales que lindan con el realismo mágico gallego hacia las que hasta el momento la también directora de «Verano 1993» no se había lanzado–, los actores no profesionales Llúcia Garcia y Mitch se tiran al mar sin ver lo que hay debajo y nosotros instamos a Carla en entrevista a acercarnos por lo menos hasta la orilla.

¿Hasta qué punto el hecho de trazar un mapa fragmentado de tu propia memoria familiar te ha servido para completar ese proceso de reconstrucción personal de los recuerdos y parchear de alguna manera los huecos de información que tenías antes de hacer la película?

Pues te diría que bastante pero no lo suficiente. En la película hay mucha ficción, o sea, hay muchas cosas como lo del año de la muerte de mi padre que no me pasaron, que no fueron exactamente igual que cuento en la pantalla. Pero sí es verdad que, bueno, hacer una película siempre es una excusa para investigar cosas que te apetece saber, ¿no? En ese sentido evidentemente hablé mucho con mi familia y con los amigos de mis padres, que al final de hecho creo que ha sido lo más importante para escribir esta historia. Alguno por ahí me dio como pistas muy interesantes y creo que todo este proceso de construcción me ha servido para reparar y para entender cómo funciona la memoria. También para asumir que nunca voy a saber exactamente qué pasó y vivir con ello. Al final es como... vale, si no lo voy a saber, mejor me lo imagino y lo creo y con eso puedo vivir en paz. Sí que de alguna manera me siento más liberada después de haber hecho la peli a pesar de que sienta que esa búsqueda sobre la memoria no va a acabar nunca en mi vida.

¿Por qué huyes deliberadamente de lo explícito a la hora de adentrarse en el tratamiento de un tema que podría incurrir en la sordidez?

Yo siempre he sentido mucha curiosidad hacia la adicción, sobre todo con la heroína, por lo que vivieron mis padres. Cuando ves películas que abordan este tema siempre suelen ser como viajes al infierno de los que nadie sale, son muy crueles, muy sórdidas como dices, exacto, y me he dado cuenta también hablando con gente que vivió esta época que no todo el mundo lo experimentó así, hay gente que salió de la heroína, hay relatos felices de todo eso también y no todo el mundo lo vivía tampoco con ese nivel de adicción. En el caso de mi madre por ejemplo lo dejó en un momento dado pero luego vino el sida y fue devastador. En cualquier caso la heroína no sólo se vive como se enseña en las películas y en el caso particular de mis padres, llegué a la conclusión de que la heroína no les define, o al menos no lo único: fue una parte de sus vidas. Para mí era muy importante que se viera y retratarlo por su puesto, de ahí la escena de las jeringuillas, pero también contar otras cosas que vivieron y hacerlo desde el espíritu que yo siento que tenía esa juventud de los ochenta, que era como una cosa muy lúdica, de abrazar lo que viniera, de fluir, de las sensaciones que escribía mi madre en los diarios, «ahora estoy aquí con unos colegas luego viene no sé quién y nos vamos en barco me planto en Canarias tres meses, trabajo por no sé quién y luego me cruzo el Atlántico». Hay algo del dejarse fluir que creo que no se ha repetido después, que ya luego en nuestra generación se ha diluido un poco porque hemos estado más enfocados en formarnos, en pensar mucho en el futuro. Esta cosa de vivir el momento me parece muy bonita y a veces la echo en falta.

¿La maternidad ha modificado de alguna manera tus miedos como hija o te ha hecho replantearse tu lugar desde otra mirada distinta?

Cuando te conviertes en madre revisitas tu infancia muchísimo, es inevitable porque te identificas con tus hijos y recuperas cosas que tenías enterradísimas en la memoria que de repente salen a la luz. Pero sí que es verdad que yo pienso que mis dos películas anteriores están más contadas desde la hija o desde la nueva generación y «Romería» puede que tenga un poquito –como ya había tenido mi primer hijo– de identificación con los padres. En el sentido de no retratarlo solo como padres, sino como personas que tuvieron su historia, una realidad que nos cuesta entender y que creo que la entiendes realmente, profundamente, cuando tienes hijos tú. Pienso que seguramente a partir de ahora que ya tengo dos, que ya soy claramente la generación del medio de mi familia, sí cambie un poco el punto de vista. Eso sí, es una maternidad todavía reciente y eso implica no haber tenido tiempo como de digerirla y de aplicar lo que te está aportando aún. Tengo mucha curiosidad por descubrirlo.

En esta tercera película hay otro elemento común también con respecto a las anteriores y es esta cosa de recurrir a la naturalidad de actores que no lo son o que están empezando. ¿Qué te hizo ver en estos dos personajes una encarnación directa de tus padres?

Era muy difícil porque tenían que actuar dos roles y fue un casting muy largo. A Llúcia la encontramos al final del proceso, en la calle, venía de estar en campamentos y Mitch en cambio sí que estaba ahí desde el inicio porque le lleva mi repre y yo le veía mucho la parte del padre. Me acuerdo el día que les pusimos juntos y les hice bailar. Era un baile tan tan tan raro pero a la vez tan magnético que había algo ahí muy especial. Pensé: no sé esto dónde me va a llevar pero sé que a estas dos personas las quiero mirar todo el rato, había algo ahí que todavía hoy me parece inexplicable. Hacer un casting es lo más parecido a intentar enamorarte porque tienes que sentir un deseo muy fuerte de filmar a estas personas. Con ellos esto pasó enseguida.