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Historia
Carlo Acutis, el joven que profetizó su propia muerte
El italiano, recientemente canonizado, solía repetir desde pequeño con énfasis: "yo siempre seré joven"

La fecha: 2006
Aunque parezca mentira, dos meses antes de fallecer, Carlo Acutis, un adolescente italiano de 15 años, se filmó a sí mismo diciendo: «Estoy destinado a morir».
Lugar: Monza
Su madre, Antonia Salzano, encontró el vídeo en su ordenador y lloró desconsolada al ver la sorprendente entereza del muchacho ante el desafío de la muerte.
La anécdota
Días después de morir su abuelo, le dijo a su madre que había tenido una visión de él suplicante: «Reza por mí, que estoy en el Purgatorio».
El papa León XIV canonizará hoy al beato italiano Carlo Acutis (1991-2006) durante una ceremonia en San Pedro, en el Vaticano, junto con su paisano y también beato Pier Giorgio Frassati. Aunque parezca mentira, dos meses antes de fallecer, Carlo Acutis, un adolescente italiano de quince años, se filmó a sí mismo diciendo: «Estoy destinado a morir». «Esbozó una hermosa sonrisa, elevó la mirada al Cielo...». Las palabras entrecortadas de su madre, Antonia Salzano, delataban la profunda herida abierta todavía en su corazón mientras conversaba conmigo durante el rodaje de «El Cielo no puede esperar», la primera película sobre su hijo que tuve el honor de dirigir, estrenada en más de veinte países en 2023.
Antonia encontró el vídeo de Carlo en su ordenador. Una mañana, al despertar, escuchó una voz interior que le decía: «Testamento». Y entonces pensó que tal vez su hijo le habría dejado su última voluntad. Entró en su dormitorio, buscó en los cajones del escritorio, en las estanterías de las paredes, en el armario, incluso en el baño... Pero no halló el menor vestigio de su legado. Encendió finalmente el ordenador y allí estaba. Mientras veía a su hijo en la pantalla del ordenador profetizar su propia muerte con una llamativa paz, no pudo contener el llanto.
«Creo –aseguraba Antonia– que aquel hallazgo fue una inspiración de Dios para hacerme comprender que la muerte de Carlo formaba parte de un diseño superior». Desde pequeño, según me contaba su madre, él ya manifestaba que moriría como consecuencia de una vena que le estallaría en la cabeza. Lo decía con pleno convencimiento y con una calma increíble. De hecho, falleció a causa de una hemorragia cerebral tras padecer en propia carne el calvario de una leucemia fulminante. Solía repetir: «¡Yo siempre seré joven! ¡Yo siempre seré joven...!». Ella y su marido Andrea no le entendían. De vez en cuando, al preguntarle qué deseaba ser de mayor, él respondía: «¿Quién conoce el futuro...? No sabemos cuánto viviremos y cuánto no viviremos. Sólo lo sabe el Señor».
Carlo vivía así el momento presente. Apreciaba la vida y todo lo que procedía de ella, pero no la proyectaba hacia el futuro para huir del presente, ni tampoco la proyectaba sobre el pasado, sino que vivía el instante presente, el aquí y el ahora, con la confianza puesta siempre en Dios. Cuando era pequeño, su madre le regaló un corderito que compró en los grandes almacenes Harrod’s, mientras la familia residía en Londres porque Andrea trabajaba allí. De hecho, Carlo había nacido en la capital británica el 3 de mayo de 1991. A ella le gustaban las cebras, las jirafas, los perros... En Harrod’s había peluches de todo tipo, pero Antonia ignoraba entonces por qué eligió de entre todos ellos a un corderito como primera mascota para su hijo. Luego entendería que se trataba de una premonición.
Otro corderito
Y para la tarta de bautismo también escogió otro corderito. Aquellos grandes almacenes vendían tartas ya hechas. Cuando Carlo hizo la Primera Comunión, mientras lo llevaban al monasterio en la montaña para recibir el sacramento, cruzó por la calle de repente un pastor con un corderito. Cuando Carlo se moría, mientras sus padres pensaban que tenía una simple gripe, él dijo: «Ofrezco mis sufrimientos por el Papa y por la Iglesia para no ir al Purgatorio, sino al Paraíso».
«Yo creo –aseguraba Antonia– que su vida ha sido como la de un corderito: se ha ofrecido por la salvación de muchos, ha ofrendado su vida y su oración». Salzano me recordaba que poco antes de morir, ingresado en el hospital sin poder moverse a causa de su enfermedad letal, Carlo se desvivía para que las enfermeras no se fatigasen al tener que desplazarlo para suministrarle alguna medicina o simplemente lavarlo. Su estatura era ya de 1,83 metros, aunque sólo tuviera quince años. A su madre le impactó mucho que durante su enfermedad jamás se lamentara. No temía a la muerte, porque para él constituía el paso decisivo a la auténtica vida. Decía que cuando muramos nos convertiremos de orugas en mariposas, y que gracias a Jesús la muerte se transformará en vida. Sabía que él moriría y se lo dijo a su madre en cuanto ingresó en el hospital. Siempre sonreía, quería tranquilizar a todos, que nadie se preocupase por él. Cuando los médicos le preguntaban si sentía dolor, respondía que había gente que sufría más que él.
La visión del abuelo
Carlo Acutis estaba muy impresionado con los novísimos: Infierno, Cielo y Purgatorio. Había tenido también experiencias con las almas del Purgatorio. Su abuelo era un hombre de escasa fe. No es que él fuese hostil a la fe católica, sino que había sido acostumbrado a crecer en un mundo secular donde no se contemplaba la práctica religiosa. Murió de un ataque al corazón cuando Carlo tenía casi cinco años. Pocos días después, él le dijo a su madre que había tenido una visión de su abuelo que le suplicaba: «Reza por mí, que estoy en el Purgatorio».
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