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Opinión

Carlos Saura: la mirada del fotógrafo

El director, fallecido hoy a los 91 años, siempre se definió como un fotógrafo antes que un cineasta o un pintor

El cineasta Carlos Saura en la alfombra roja de la gala inaugural de la 69 Edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
Carlos Saura, hace dos años en San Sebastián, cámara en manoJavier EtxezarretaAgencia EFE

Afirmaba Carlos Saura que “la fotografía es algo terrible, uno de los inventos más maquiavélicos de la historia de la humanidad porque, de alguna manera, cada vez que disparamos una cámara lo que obtenemos y guardamos es ya el pasado. Lo cual es bastante inquietante”. Esta afirmación de Saura no se encuentra muy lejos de uno de los pensamientos centrales que guiaron la exploración, por parte de Roland Barthes, de la fotografía: para el pensador francés la fotografía era un acto de muerte, ya que su esencia consistía en detener la realidad, y la única manera de hacerlo era mediante su sustracción al flujo de la vida. He aquí una de las grandes paradojas que ha atravesado la obra de Carlos Saura: su necesidad de mantener un equilibrio entre la imagen que detiene el tiempo -la fotografía- y la imagen que crea el tiempo -el cine-. Entre la pausa y el relato, todo su extenso, complejo y fascinante universo visual se ha desarrollado a lo largo de casi siete décadas.

La relación de Carlos Saura con la fotografía ha sido tan intrínseca como la que ha mantenido con el cine -en rigor, suponen las dos caras de una misma moneda-. Desde la década de 1940, la cámara fotográfica se convirtió en un artilugio inseparable, una suerte miembro añadido de su cuerpo. Antes de hacer du debut en el cine, Carlos Saura adquirió una significativa notoriedad como fotógrafo que le permitió ser portada en diarios nacionales y recibir una oferta de la prestigiosa revista "Paris-Match" para formar parte de su equipo. La vinculación a la cámara como su segunda piel fue algo que, pese al protagonismo adquirido por su carrera cinematográfica, permaneció durante toda su vida como una de sus principales señas de identidad. De hecho, son decenas los retratos en los que Saura aparece con su cámara entre las manos, convirtiéndose así el sujeto de la mirada que siempre fue en objeto de la visión. El fotógrafo fotografiado constituye, quizás, la forma más icónica en que el director oscense será recordado. Por sorprendente que resulte, la cámara fotográfica lo identifica y singulariza mejor que la cinematográfica.

cuando la mirada del espectador se demora en la fotografía, el motivo punzante termina por aparecer y convertir lo anodino en excepcional

Pedro Alberto Cruz, sobre Carlos Saura

No cabe duda de que el periodo fotográfico de Carlos Saura que más ha sido estudiado y difundido ha sido el correspondiente a la década de 1950. Durante estos años, su cámara se encargó de capturar la España “no oficial”, aquella que estaba fuera del cuadro de las inauguraciones y de la idea de progreso vendida por el régimen. A modo de un “diario visual”, de un trabajo que poseía la espontaneidad de lo íntimo, Saura fue sacando instantáneas de aquella realidad que le salía al paso. Su modo de entender la fotografía era más la del ojo que “roba” imágenes a la realidad cotidiana que la de la mirada que prepara y ordena esta mediante su posado y transformación. Saura tenía una capacidad y talento especiales para encontrar en lo cotidiano aquello que Barthes denominaba el “punctum” -esto es: esa punzada que atravesaba el corazón del receptor al ver una imagen, y que podía venir dada por una imagen en general o por un objeto característico. Por lo usual, esta “punzada” siempre viene motivada, por un gesto, una posición corporal, un objeto sutilmente descontextualizado o una forma de relacionarse los cuerpos entre sí que transforma lo cotidiano en un acto de revelación. La primera impresión suele ser la de que no sucede nada, pero, cuando la mirada del espectador se demora en la fotografía, el motivo punzante termina por aparecer y convertir lo anodino en excepcional.

Además, el de Saura siempre ha sido un cine en el que la dimensión cinematográfica ha sido objeto de una atención especial. Baste decir que uno de sus colaboradores más fieles ha sido el fotógrafo italiano Vittorio Storaro, quien, en algunas de sus más reseñables películas, añadió ese particular toque pictórico que conseguía reunir en una misma obra tres disciplinas como el cine, la fotografía y la pintura -tan presente en la vida de Carlos a través de su hermano, Antonio-. La mirada del fotógrafo fue antes que la del director de cine. Y no es exagerado decir que la imagen que detiene el tiempo fue el tamiz permanente por el que Carlos Saura filtró la imagen que crea.