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Cine

El Cervantes "liberado" de Amenábar: "Nunca me he sentido llamado a explorar mi propia homosexualidad en películas previas"

El cineasta regresa al largo con "El Cautivo", una sorprendente producción de gran musculatura visual que se adentra en el periodo de retención en Argel sufrido por el escritor

Una escena del rodaje con Amenábar hablando con Julio Peña
Una escena del rodaje con Amenábar hablando con Julio Peña@Lucía Faraig

En las crónicas afiladas, reveladoras y particularmente descriptivas de Antonio de Sosa, sacerdote y teólogo que compartió cautiverio con Cervantes durante la retención de ambos en Argel urdida por corsarios árabes en 1575, aflora un testimonio de emocionante verismo que no sólo contribuye a la reconstrucción de un episodio apasionante en la vida de "un hidalgo principal de Alcalá de Henares" (como se refería al dramaturgo) sino que ha conseguido reactivar el germen del último atrevimiento cinematográfico de Amenábar. El aclamado director regresa a la grandilocuencia narrativa y técnica del largo demostrando que sigue en plena forma después de la Hipatia de "Ágora" y el Unamuno de "Mientras dure la guerra" para adentrarse en un nuevo periodo concreto de la historia a través de la figura del autor del Quijote con "El Cautivo".

Sirviéndose de las mencionadas crónicas de De Sosa y apostando por la profundización deliberada en una de las diferentes teorías que se establecieron alrededor de las incógnitas surgidas durante su cautiverio –relacionada con la posible afinidad desarrollada entre el Príncipe de los Ingenios y su captor Hasán–, Amenábar propone un elaborado recorrido por este capítulo cervantino entre barrotes argelinos y un escenario imaginado de libertad y exploración homosexual que para no romper con las dinámicas de susceptibilidad de los sectores más conservadores ya ha conseguido levantar alguna que otra mirada de sospecha o de recelo antes siquiera de que se produzca su estreno hoy en salas.

Satisfecho y generoso, explica el autor de "Tesis" en entrevista con LA RAZÓN acerca de su evidente interés por la Historia: "Fíjate, se me ha acabado de ocurrir un director a quien admiro y que para mí ha sido una gran referencia, que es Steven Spielberg. Una de sus primeras películas es «Tiburón» y una de sus últimas «La lista de Schindler» o «Lincoln». El género histórico no necesariamente te encasilla. Lo que para mí creo que guía mi carrera es la necesidad de encontrar buenas historias. Y las buenas historias a veces las encuentras en la Historia con mayúsculas. Y una vez que entras en la Historia con mayúsculas tienes la oportunidad no sólo de recrear un pasado, transportar al público a otra época, sino también la posibilidad de reflexionar. Creo que mirar al pasado nos da muchas claves para entender el presente y el futuro. En cualquier caso, por cierto, a mí tanto la asignatura de Historia como la de Lengua y Literatura, fueron siempre mis asignaturas favoritas".

La atalaya del historiador

Añade, preguntado por esta suerte de susceptibilidad colectiva reciente por parte de los espectadores a la hora de desdeñar las licencias creativas de los autores o autoras que se «arriesgan» a enclavar sus películas en épocas históricas concretas o a centrarse en figuras destacadas: "Mira yo creo que las representaciones exactas de lo que sucedió en el pasado son patrimonio de los libros de historia y ahí es donde desde la atalaya del rigor, los historiadores e historiadoras –en concreto en esta película, la encargada de poner sobre la mesa todo este contexto ha sido la fabulosa María Antonia Garcés– hacen su trabajo. Están por supuesto en su derecho y en su deber de decirle al lector qué es lo que forma parte de lo probado y hacer posibles reflexiones sobre lo plausible, lo probable y lo improbable", expone antes de proseguir: "Lo que a mí no me gusta o no quería hacer al menos en esta ficción es moverme en lo imposible. Yo juego sobre lo demostrado, lo probable e incluso puede que lo improbable. Si esto es rebatido en algún momento, en cualquier caso esa posible relación de afinidad o trato de favor entre Miguel de Cervantes y su captor no me la he sacado de la manga. Estaba precisamente en los libros de historia que estaba estudiando y por eso me ha parecido interesante explorarlo y exponerlo dramáticamente. Pero en el momento en el que haces una película, porque por eso mismo es una película y por tanto una ficción, estás obligado a recrear el pasado. Ninguno de nosotros estábamos allí hace cuatro siglos. Otra cosa, como te digo, es moverse sobre lo imposible y lo imposible sería que el Bajá Hassan no hubiera existido, por ejemplo, o que no se hubiera constatado que hubo encuentros entre ambos. Pero hablamos sobre, en mi caso, asuntos bastante plausibles".

La interpretación de Julio Peña, encargado de dar vida aquí a Cervantes, contribuye de una manera notablemente orgánica a la envoltura de naturalidad que abriga toda la trama afectiva. Algo que para el director era de suma importancia y cuya efectividad parece residir en un consejo que le repitió al joven intérprete durante algún momento del rodaje para dotar de cierto carácter la estructura del dibujo de ese amor wildeano que "no osa decir su nombre".

"Le llegué a decir ‘‘esto solo lo sabes tú, esto te lo guardas para ti. Solo tú sabes lo que piensas en este punto con respecto al Bajá’’. Sí que es más clara la atracción fundamentalmente intelectual que siente el Bajá, esa especie de afinidad por alguien que comparte no sólo la edad sino también libros e inquietudes, pero quería dejar que el propio Julio expresara lo que yo he jugado a imaginarme que sintió Miguel. Creo que lo intenté hacer con la naturalidad con la que se exploran las relaciones de los seres humanos y asumiendo que una relación entre dos hombres no sólo es una realidad que se da hoy sino que se daba también hace veinte siglos y que es algo que forma parte de nuestra sociedad. Otra cosa es que eso esté más o menos oculto, que como tú bien has dicho, siga siendo a veces un amor que no osa decir su nombre". Y recalca en alusión a su propia orientación sexual, nunca reivindicada en su obra: "del mismo modo que nunca me he sentido llamado a explorar mi mundo personal o mi propia homosexualidad en mis películas previas, aquí por ejemplo me parecía absurdo relegar el tema, aparcarlo, negarlo o directamente esconderlo y quise hacerlo de un modo natural".

Ese caudal de inventiva desbordante al que Cervantes se agarra durante su cautiverio y que sólo consigue canalizar a través de la escritura de historias nacidas de las largas y amigables conversaciones con De Sosa, de las aventuras propias y ajenas experimentadas por los cautivos y de una necesidad que se torna imperiosa para la construcción de un hilo finísimo de esperanza sobre el que mecerse mientras idea un ambicioso plan de fuga, se asemeja en parte al origen del apasionamiento del propio Amenábar por trasladar relatos, tal y como él mismo confiesa. "Creo firmemente que el cine me ha salvado del tedio. Por eso concibo las películas por encima de todo como un vehículo lúdico, como una manera de soñar, de transportarnos a otros lugares. Vencer el tedio, esa ha sido mi principal conquista dentro de esta profesión. Realmente yo no he tenido una experiencia traumática como la que tuvo Miguel y que muy seguramente le empujó a contar historias, pero sí, concibo esa parte lúdica del cine, no me gusta perderla, por lo menos en mi cine, me gusta que mis películas siempre tengan esa propuesta de entretenimiento".

Una profesión, que tal y como resalta, nunca estuvo exenta de renuncias, algo que también se vislumbra en el retrato propuesto de Cervantes. "Eso es algo que sin duda está planteado en la película y yo creo que es algo a lo que nos hemos enfrentado todos los que nos dedicamos a contar historias. Hasta qué punto haces ese balance entre la importancia de tu vida personal o la dedicación que requiere tu arte ¿no? Estoy seguro de que Cervantes debió ser un artista absolutamente comprometido con su vocación y yo en cierta manera también. Contar historias llena mi vida", se despide sincero.