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Escultura

Martín Chirino, a hierro y viento

Figura clave de la creación en España desde mediados del siglo pasado, falleció ayer en Gran Canaria a los 94 años. Fue uno de los fundadores de El Paso, que revolucionó la escena de los sesenta, y se mantuvo activo hasta sus últimos días.

La espiral es uno de los elementos que caracterizan el trabajo del escultor, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1925 / Foto: Cipriano Pastrano
La espiral es uno de los elementos que caracterizan el trabajo del escultor, nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1925 / Foto: Cipriano Pastranolarazon

Figura clave de la creación en España desde mediados del siglo pasado, falleció ayer en Gran Canaria a los 94 años. Fue uno de los fundadores de El Paso, que revolucionó la escena de los sesenta, y se mantuvo activo hasta sus últimos días.

Hablaba de manera suave y con un acento levísimo. Su lucidez era inmensa. Tan vasta, quizá, como su cultura. La última vez que le vimos, en junio de 2017, apoyaba el peso de su cuerpo sobre un bastón con la empuñadura de nácar. Inauguraba entonces en la Fundación grancanaria que lleva su nombre una exposición junto a obras de Óscar Domínguez. Martín Chirino, que acababa de cumplir 94 años, era el hierro, estaba forjado de él. Tenía ese aire que otorga el haber nacido en una isla, el ser hombre metido en el mar. Sus primeros años de vida son la tierra de su Gran Canaria, sus olas. La playa de Las Canteras, cuando no llegaba a los 15 años de edad y jugaba al clavo de crío con un tal Manuel Millares, menos corpulento que él, rubio y con los ojos azules. Pisando esa arena se hicieron amigos. Por siempre. Inquebrantable ese lazo también con el hermano de aquel chaval, Sixto, que casi le tuteló.

Le gustaba al maestro andar entre sus esculturas, mirar con detenimiento esa espiral que parecía que nunca tendría un fin, enrocada sobre sí misma, hecha con sus manos, creada con su cabeza. «Yo soy fabulador», nos decía sentado en una silla, impartiendo un magisterio con la voz muy queda. Había que acercarse mucho para no perderse una palabra de sus historias, esas que cualquiera de nosotros, los periodistas que nos arremolinábamos en torno suyo, querríamos siquiera haber tocado de cerca, no digo ya vivido. Lo suyo, repetimos, eran las espirales: «Yo nos las hago, las pienso, las escribo en el aire, brotan de mí y es entonces cuando cobran sentido», decía mientras observaba cómo se retorcían sus piezas, algunas muy grandes, otras inmensas. La escultura española de mediados del siglo XX y de esta veintena del XXI no se podría entender sin su fragua. Sin el hierro de su fundición. Se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, pero no era lo suyo, y decidió abandonar esos estudios para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando (Madrid), una casa que ha cobijado a tantos grandes. Una vez que se tituló centró su trabajo en las labores del hierro, lo que se reafirmó tras sendos viajes a París y Londres, donde completó su formación en la School of Fine Arts. Fue durante sus años de formación cuando conoció a Julio González, cuya obra le interesó, Miró y Picasso, quienes, junto a los constructivistas como El Lissitzky, se convirtieron en los maestros que inspiraron los pasos de juventud del escultor y a los que dedicó sus primeros homenajes.

Dos estigmas

Para Antonio Puente, director de comunicación de la Fundación Martín Chirino, «siempre se ha dicho que en Canarias ha habido dos estigmas que Martin Chirino fue capaz de superar a partir del hierro. En primer lugar se acercó a África a través de las reinas negras, también de los afrocanes. Y en segundo lugar superó el estigma histórico al plantearse la espiral que habla del viento. Y lo hace con un material tan contundente como el hierro. Es el escultor que resuelve las paradojas y las contradicciones: levedad frente a gravedad, verticalidad frente a horizontalidad. Movimiento frente a reposo. Siempre se ha dicho que sus hierros son para ser contemplados como vería las constelaciones en el cielo un aborígen canario. A nadie se le había ocurrido antes esculpir el viento».

En el principio de Chirino fue el lápiz: «Yo dibujo mucho. Es ahí donde voy decidiendo lo que hago porque debido a la dureza del material no puedo ponerme a trabajarlo directamente», decía en su tierra. ¿Y cuándo se acaba una obra? «Nunca está acabada. Nunca se termina», contestaba. Nació al arte en un momento en el que el arte en España se antojaba un páramo. Los creadores trabajaban, luchaban por abrirse paso. Paso. El Paso, un grupo clave en el devenir artístico de nuestro país y en el que él puso una de sus primeras piedras: «Vivíamos aislados. Fue un intento de renovación, de revolución, un hecho histórico y una necesidad. Yo vivía entonces en Londres y tenía un concepto amplio de la libertad y del universo. Al regresar fue cuando sentí la precariedad. Artísticamente, España era un desierto y esa necesidad fue lo que hizo surgir El Paso. Nos agrupamos para ser escuchados porque como individuos no teníamos posibilidad. Su creación fue coyuntural, en el momento justo. España necesitaba una voz que clamara y nos convertimos en la vanguardia del arte», explicaba en una entrevista en abril de 2017 en estas páginas.

Ese grupo al que él se refiere se creó en 1957, año en el que sus miembros publicaron un manifiesto fundacional sin adscribirse a ninguna tendencia artística, y abierto a sumar a escritores, cineastas, músicos y arquitectos. Ellos eran Antonio Saura, Manolo Millares, Manuel Rivera, Canogar, Pablo Serrano, Luis Feito, Manuel Viola, Antonio Suárez, Juana Francés y los críticos Manuel Conde y José Ayllón. En mayo de 1960 el grupo se disolvió, pero Chirino no se apeó de su taller ni de su fundición.

Cuando se le pedía una definición, parapetado detrás de sus gafas, con el pelo siempre bien cortado, miraba al frente como rebuscando las palabras, para después lanzarse: «Soy un herrero, un trabajador de la fragua, porque es un oficio al que tengo en muy alta consideración artística. Me resulta más fácil definirme como hombre. He sido bastante curioso, con muchas ganas de saber y de resolver la grave duda que suscita el mundo que me ha tocado vivir. Lo mío ha sido un camino constante de búsqueda de la verdad. Como isleño, soy muy precario, he vivido la contención en gastar, comer..., necesito poco. Sin embargo, preciso de de mucha libertad y mucha posibilidad de que mi cerebro funcione». Entre sus referencias estaban el románico, el Renacimiento, con Miguel Ángel, Cellini y Donatello a la cabeza. Y Greta Garbo, sí, de quien vio un retrato de niño. Dice que de ella había publicidad hasta en la sopa. «Las mujeres bellas intentaban imitarla vistiendo. Me di cuenta de que tenía un gesto único que trato de atrapar siempre que hago su cabeza, su rostro», recordaba. Y ahí ha quedado la obra que representa a la actriz que no se reía, también tallada en hierro.

Solía decir que el trabajo de la fragua no era cosa baladí, «aquí no se pueden construir castillos en el aire». Recibió gran cantidad de distinciones, como el Premio Internacional de Escultura de la Bienal de Budapest, el Nacional de Artes Plásticas, el Canarias de Artes Plásticas o el Nacional de Escultura de la CEOE. En Gran Canaria puso en pie uno de los centros de arte pionero en la España de los 90, el Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria (1991), que se convertiría bajo su dirección en uno de los museospioneros de la creatividad en España.