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Crítica de “La ley de Teherán”: Irán nos grita ★★★

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección y guion: Saeed Roustayi. Intérpretes: Payman Maadi, Navid Mohammadzadeh, Parinaz Izadyar, Farhad Aslani. Irán, 2021. Duración: 131 minutos. Policíaco.
Parece que estemos viendo una película de Sidney Lumet o William Friedkin, pero con los decibelios altos. Aquí nadie habla, solo grita. No hay diálogo, solo discusión, amenaza, hostilidad. No estamos acostumbrados a un cine iraní que se acerque a un problema social como es el del crecimiento exponencial de toxicómanos, y lo haga con la electricidad de un thriller policíaco, que atiende tanto al trabajo de los detectives a pie de calle y las mecánicas judiciales como al instinto de supervivencia de los narcotraficantes, que en Irán se enfrentan con la pena de muerte sin que importe la cantidad de droga que venden. En las dos orillas de “La ley de Teherán” todo el mundo tiene sus razones: con un pie en la corrupción y otro en la deuda con la familia, con un pie en la ambición y otro en la justicia y el arrepentimiento, los personajes del filme exigen ser escuchados desde la zona gris de un sistema social degradado, donde la confianza en las instituciones se agrieta para que comprendamos de dónde proviene la amoralidad que une a víctimas y a verdugos.
En la tradición de “Serpico” o “French Connection”, “La ley de Teherán” empieza con una persecución especialmente expresiva, coronada por la intervención azarosa de una excavadora que cataliza un prematuro giro sorpresa en la trama. Si en los años noventa, el cine iraní, a la sombra de Kiarostami y Makhmalbaf, renovó la estética del realismo, ahora parece ser Asghar Farhadi, un director mucho más preocupado por la narrativa que por la forma, el modelo a seguir. No es extraño, pues, que, a pesar del nervio que la atraviesa, la película utilice la palabra para explicarse a sí misma con la incontinencia con que sus personajes mienten y manipulan para conseguir lo que quieren. Es una pena que, en demasiadas ocasiones, esa debilidad por lo argumentativo derive hacia un histerismo verbal que Saeed Roustayi ha confirmado en su siguiente filme, “Laila’s Brothers”, presentado en el último festival de Cannes. Este crítico prefiere cuando la película nos sorprende con su sórdida energía -al citado arranque se une la secuencia de la detención masiva en un poblado de yonquis, las crudas escenas carcelarias y el contundente final- que cuando necesita el alarido para justificar la ira y la desesperación de un policía y un cabeza de cartel del narcotráfico al borde del colapso.

Lo mejor

El sorprendente arranque y el implacable final, sin concesiones al fuera de campo.

Lo peor

Que los personajes siempre hablen a gritos no es una manera especialmente sutil de explicar la rabia desatada de un sistema en crisis.

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