Crítica de «Los perdonados»: Muerte a los ricos ★★
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No han cambiado tanto las cosas desde «Muerte de un ciclista». Un atropello, un abandono de la escena del crimen y las angustias de la mediana edad, blanca y privilegiada, salen a la luz. En este «Babel» de pequeño formato, el desierto es el espacio donde los burgueses explotan a los nativos, sobornan a la policía para celebrar un sarao perpetuo o, por el contrario, se ofrecen como objeto sacrificial para redimir su indiferencia ante la vida. Sí, una vieja historia: aquel tedio clasista, pegado al sudor de los matrimonios, que hablan entre ellos como si se hubieran escapado de una obra (menor) de Tennessee Williams.
No dudamos de las buenas intenciones de «Los perdonados» cuando retrata una fiesta de millonarios como una bacanal inmoral, aunque el modo en que John Michael McDonagh desprecia su banalidad es un tanto caricaturesca, y poco práctica desde un punto de vista dramático: sus invitados son tan despreciables, y tan poco interesantes, que resulta inevitable que el espectador los imagine ardiendo en una pira funeraria. Las derivas existenciales del cine moderno –para entendernos, los efectos de la «dolce vita» felliniana– se reencarnan en el protagonista culpable que interpreta Ralph Fiennes, el único personaje que parece dispuesto a cambiar en una película molestamente estática. Su historia de redención tiene un aire post-colonial, de exorcismo del sentimiento de superioridad occidental hacia la cultura árabe, cuya obviedad es trascendida por la profesionalidad del actor británico, que sabe reducir a fuego lento el cinismo de sus gestos y réplicas hasta que solo queda una tranquila sensación de fatalidad.