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Muere la actriz griega Irene Papas con 93 años

La intérprete es reconocida por sus apariciones en las películas “Los cañones de Navarone” y “Zorba el griego”
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La Razón
  • Sofía Campos

    Sofía Campos

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La actriz griega Irene Papas ha fallecido a los 93 años, según ha anunciado el Ministerio de Cultura. La intérprete, reconocida por sus papeles en las aclamadas películas “Los cañones de Navarone” y “Zorba el griego”, “personificó la belleza griega en la pantalla y en el escenario”, ha escrito Lina Mendoni, ministra de Cultura de Grecia, a través de un comunicado.
“Majestuosa, dinámica, ella era la personificación de la belleza griega en la pantalla de cine y en el escenario, una estrella internacional que irradiaba”, ha publicado el Ministerio de Cultura en Twitter, en homenaje a la icónica intérprete, que ha fallecido a primera hora del miércoles, según la agencia de noticias estatal griega ANA. Si bien se desconoce la causa de su deceso, sí era conocido que su estado de salud era frágil desde hacía un tiempo. De hecho, en 2018 anunció que padecía Alzhéimer desde hacía cinco años.

Irene Papas, cariátide del folclore

Tenía más gracia que la Cardinale, actuaba mejor que la Loren y pisó muchas más tablas que la Deneuve. La actriz griega Irene Papas, diva del celuloide e icono mediterráneo gracias a su participación en «Zorba, el griego» (1964), fallecía ayer a los 96 años tras varios lidiando con las consecuencias del Alzhéimer. Más de 60 películas y alguna que otra incursión en esa televisión que despreció siempre que pudo, contemplan, de manera póstuma, una carrera que arrancó pegada al teatro clásico. Desde bien joven se especializó en papeles como el de Medea, Antígona o Electra, consagrándose como una gran dama del Peloponeso mucho antes de que el séptimo arte se fijara en el negro de sus ojos. Esa misma pasión helénica la llevó a la gran pantalla, donde desde la década de los sesenta se dedicó a replicar lo que había hecho durante años a platea llena. Así le llegó su gran oportunidad, de la mano de J. Lee Thompson, en «Los cañones de Navarone», casi replicando el modelo de la mujer grande, curvilínea y elocuente que siempre rendía bien en la taquilla europea. Para cuando el Costas Gavras que aún no se había enamorado de París la eligió como su musa, Omar Shariff la elevó al estrellato y se confirmó en él con «Z» (1969), una de esas pocas películas que entrarían en el ranking de las mejores de todos los tiempos de cualquier cinéfilo.
La dictadura griega la obligó a marcharse del país con su arte, recalando en Italia y después en el agitado Nueva York de los setenta. Allí se convirtió en reliquia viva, dama inaccesible de la jet set y pareja de Marlon Brando. «Fue el amor de mi vida», llegó a afirmar al fallecer el mismísimo señor Corleone. El desamor la haría, como no podía ser de otra manera, volver a donde fue feliz y giró por todo el mundo retomando las tragedias helenas. Ello la trajo varias veces a España con el Teatro Clásico de Mérida como destino favorito –donde cada noche de actuación se convirtió en anecdotario viviente– y la Castellana como centro de operaciones. Protagonizó, también, una «Medea» con Núria Espert en la dirección y en plena ebullición condal por los Juegos de Barcelona 92’, y llegó a fundar una escuela de teatro en Sagunto para revitalizar la escena del teatro romano que alberga la ciudad valenciana. El hermanamiento mediterráneo la llevó a trabajar también para la Ciutat de les Arts, en Valencia, pero un desencuentro con la directiva precipitó su salida de la institución ya en 2005.
Se antoja complicado descifrar quién fue realmente Irene Papas, pero no qué significó: el molde original de la diva escénica, esa diosa de las tablas que jamás aceptó su crepúsculo y una figura «más grande que la vida», que dicen los sajones, de esas que eran capaces de cotillear con Truman Capote y después negociar el regreso de exiliados con el ex presidente Andreas Papandreu. Para el recuerdo, uno de sus últimos papeles, también a la órdenes de un maestro mediterráneo como Manoel de Oliveira, en «Una película hablada» (2003).
Matías G. Rebolledo
Papas es considerada una de las actrices griegas más conocidas a nivel internacional junto a Mélina Mercouri. Compartió cartel con reconocidos intérpretes como Kirk Douglas, James Cagney, Jon Voigt y Richard Burton. Asimismo, ha recibido numerosos premios, como es el León de Oro de Venecia en 2009, en reconocimiento a toda su carrera, o el galardón a Mejor Actriz en 1961 en el Festival de Cine de Berlín.
A lo largo de más de medio siglo de carrera, Papas representó más de 70 papeles. Comenzó en el mundo del cine en Grecia, donde fue descubierta por Elia Kazan. Su salto internacional llegó de la mano de las taquilleras y nominadas a los Oscar “Los cañones de Navarone” (1961) o “Zorba, el girego” (1964), junto con Anthony Quinn, así como destaca “Electra” (1962), dirigida por Michael Cacoyannis. Fue, de hecho, con este cineasta con quien comenzó a interpretar papeles de heroínas de tragedias griegas, como “Las troyanas”, película en la que trabajó junto a Katharine Hepburn y Vanessa Redgrave.
Pero la fama no le salvó del exilio. En 1967 comenzó en Grecia una dictadura militar que la actriz rechazaba, razón por la que se marchó primero a Italia y después a Nueva York junto a otros artistas. Durante su exilio tanto en Roma como en Hollywood continuó su trabajo como actriz, y colaboró con directores como Franco Zeffirelli, Franco Rossi o Costas Gavras. Incluso llegó a tener una relación amorosa con el célebre actor Marlon Brando y, tras su muerte, la actriz confesó que fue el amor de su vida.
Tras la caída de la junta militar en 1974, Papas pudo regresar a su país, y en 1995 fue condecorada con la insignia de la Orden del Fénix, que le otorgó el entonces presidente de la República Helénica, Kostís Stefanópulos.

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