«Anomalisa»: La vida vale la pena

Cuando John Malkovich se lanzaba por el túnel carrolliano de «Cómo ser John Malkovich», percibía el mundo como si estuviera habitado por infinitas réplicas de su persona. La secuencia parecía un comentario sobre el inevitable narcisismo de las «celebrities», aunque ya entonces Charlie Kaufman estaba estableciendo el punto de partida de «Anomalisa». Michael es un gurú de la mercadotecnia y, ante un rendido auditorio, es capaz de decir que «cada cliente es un individuo, como tú y como yo», pero en su vida privada la única diferencia que nota entre él y los demás es que los demás son iguales, una masa informe y sin matices que habla con una sola voz. A vueltas con la identidad y el desfase entre la imagen que tenemos de nosotros mismos, a la vez autocompasiva y egocéntrica, empapada de una soledad cósmica, y la percepción que tenemos de la realidad, monótona y decepcionante, Kaufman encuentra en el hiperrealismo del «stop motion» la perfecta traducción de esa mirada extrañada de sus personajes. «Anomalisa» podría ser uno de los actos de la infinita obra de teatro «Sinécdoque, New York», depurado en apariencia de su profundidad de campo metalingüística. Que su héroe y su heroína –doblada por una mesmérica Jennifer Jason Leigh– sean marionetas demuestra que la visión que Kaufman tiene de la gente, y de su capacidad para controlar su destino, no es precisamente optimista, pero si en ese universo aún hay tiempo para una epifanía tan hermosa como una canción de Cindy Lauper cantada a capella, es que la vida vale la pena.