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Arturo Ripstein: «Me fascinan los personajes en la puntita de la cuerda»

Arturo Ripstein / Director. Dos prostitutas y un par de enanos luchadores conforman su nuevo retablo grotesco, la película «La calle de la amargura», que se estrena el viernes

El director, durante el rodaje de «La calle de la amargura»
El director, durante el rodaje de «La calle de la amargura»larazon

Dos prostitutas y un par de enanos luchadores conforman su nuevo retablo grotesco, la película «La calle de la amargura», que se estrena el viernes

Estos días se ha proyectado en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de Gijón el filme de Ripstein, «La calle de la amargura». El mexicano da forma a una historia basada en hechos reales con su particular forma de entender el mundo y su país natal.

–Enanos, prostitutas, malas calles, peores compañías... ¿De dónde le viene esa pasión por lo grotesco?

–Un día le preguntaron a Botero, el pintor colombiano, que por qué pintaba gordas y él dijo: «Eso no es así». Yo vivo en México y allí estos personajes se propician, se intuyen ejemplos en la cotidianidad. Yo no descubro nada, sólo abro los ojos a lo que tengo enfrente. Por supuesto uno trata luego de darle estructura a la realidad, modificarla, volverla clara, precisa. Y si alguna utilidad tiene el arte es haber logrado con la realidad una modificación para saber quiénes somos y dónde estamos. Pero encontrar a esos personajes no es extraño en mi país, es lo que tengo en los ojos y en el alma. Por supuesto podría tener la mirada en otro lado, pero lo que me fascina y siempre me ha fascinado son los personajes en el último grito, en el último eslabón de la cadena, en la puntita de la cuerda. Y eso me lleva a buscar esas situaciones extremas. A otros se les da mejor filmar a los de corbata y a mí éstos, que son los personajes que me aterran. Los filmo por rencor y por pánico.

–Hablando de rencor, suele usted repetir que hace cine por rencor, por venganza. ¿Contra qué?

–Contra la realidad. No me gusta la que me tocó y busco un hueco donde yo quepa y quepan mis obsesiones y mis demonios, mis infiernos, por donde yo transito con mas galanura aunque quemándome las patas. Si la realidad no me da ese infierno, yo tomo un poquito de venganza y trato de descubrirlo con humildad.

–¿No hay algo de morboso en esa actitud artística?

–No es morboso al menos en sentido peyorativo, sino inevitble. Es cierto que es un encanto pérfido en buscar ciertas cosas, pero no es un morbo en plan de lucro. No me lucro de ellos, sólo trato de mirar.

–Siguiendo con el morbo, entraría la lucha libre mexicana. ¿Siempre le ha atraído?

–Sí. A mí me llevaba mi papá desde chiquito. No era como es ahora, donde vuelan y se dan más, era mucho más modesta, pero era una batalla furiosa entre el bien y el mal, donde no necesariamente ganaba el bien. Un espectáculo singular, con buenos acróbatas, que trataba de producir una atmósfera.

–En «La calle de la amargura», como en muchos otros de sus filmes, hay mucha picaresca. ¿Le debe mucho a la cultura española su cine?

–Muchísimo. Somos herederos de todo eso. Yo tuve la suerte de que bastantes de mis maestros en secundaria eran refugiados españoles. Educaron a una generación de mexicanos privilegiados entre los que estoy. Ya no hay esa solidez en las nuevas enseñanzas. Esta película es muy hija de la picaresca que me enseñaban en el colegio. También hay mucho de Valle-Inclán, que era uno de los referentes que nos enseñaban. Siempre he buscado la inspiración en Goya y en artistas así. España ha sido inmediata y frecuente en mis cosas.

–Y llegamos a Buñuel. ¿Conocerle le dio el espaldarazo definitivo para hacer cine?

–Quería hacer cine antes de conocerlo porque soy hijo de productor y sabía que eso era lo que me gustaba. Pero él me abre las puertas y los ojos a un cine que no era el que yo conocía habitualmente, un cine alternativo a lo que mi papá hacía por ejemplo. Y eso fue fascinante. Decidí que quería caminar ese camino, que era más complejo.

–García Márquez, Carlos Fuente, José Emilio Pacheco... Ha trabajado con excelentes escritores.

–Yo conocía muy bien a los guionistas profesionales, que trabajaban de eso todo el tiempo, pero los guiones institucionales me dejaban insatisfecho. Me di cuenta de que era infinitamente mejor trabajar con escritores, a los que yo les decía «ve por ahí porque es lo que quiero fotografiar». Pude trabajar con unos muy buenos escritores, hasta que llegó Paz Alicia Garciadiego (su esposa y guionista) y en mi vida se completa el círculo y encuentro el otro lado de mi voz y mis ojos.

«Hubiera querido ser otro hombre»

Arturo Ripstein cumple cincuenta años de carrera cinematográfica, por la que ha recibido multitud de homenajes. El director habla de su periplo: «Se ha basado en la suerte y la contumacia. Ha sido jubiloso y terrible que el recuento de mis películas esté ahí. Pretendo no volver a verlas nunca, pero las cometí, las perpetré y el tiempo decantará sobre ellas. Viéndolo como compendio y en el sentido que han tenido en mi vida, mi carrera me hace pensar que hubiera querido ser otro». ¿Quién? «Uno al que le salen las cosas».