Atom Egoyan, retrato a sangre fría
Es curioso que Atom Egoyan se ganara un sitio en los festivales por ser uno de esos cineastas que, aunque cambien de temática, logran lo que todos los autores buscan: el estilo. Ha jugado con la comedia pesimista, pero, sobre todo, nos ha descrito la obsesión, las contradicciones y el sufrimiento a través de puzles que dejaban mucho a la habilidad del espectador para recomponerlo. Sin embargo, tanto en su filme anterior, «Chloe», como en este nuevo, «Condenados», parece haberse escondido voluntariamente. Muchos buscaron sus tics en la anterior participación en este certamen y ahora otros tantos se han quedado sin reconocerla. Él lo explica asegurando que se ha puesto al servicio de una historia real y también que esta apariencia de telefilme tiene truco: «Uno está ante dos estrellas de Hollywood –Colin Firth y Reese Whiterspoon– que suelen interpretar a héroes que ofrecen respuestas; sin embargo, aquí el espectador experimenta la frustración con ellos: no hay salida».
Aguas pantanosas
Y el enigma no es menor, ni poco sangriento: en el sur de Estados Unidos aparecieron en 1994 en un lago los cadáveres de tres niños de ocho años que habían sido torturados. Otros tres adolescentes del mismo pueblo fueron acusados y condenados a muerte por practicar ritos satánicos con ellos, pero las pruebas brillaban por su ausencia. La madre de uno y un inspector de Policía han estado revolviendo las aguas pantanosas de este caso hasta conseguir algunas aclaraciones, pero el misterio sigue pesando sobre la masacre. Con el agravante de que los condenados salieron de prisión a cambio de firmar una declaración de condena y de exonerar al Estado de los fallos que pudieron cometerse durante el juicio. «Para alguien que se inventa siempre sus historias como yo, la atracción del caso viene porque se trata de una historia real, y lo sorprendente es que nunca me hubiera podido inventar algo así. Es uno de los misterios más extremos de asesinato que conozco: tres niños muertos de esa manera tan visceral y sin una resolución concreta». Alaba a sus protagonistas; Whiterspoon, a quien eligió porque, según él, «representa el espíritu del sur, entiende al personaje y puede conectar con esa comunidad», y a Colin Firth, porque «tiene un talento único para comunicar ese sentido de inteligencia un poco retorcida con empatía». Ninguno de los dos pisaron la alfombra roja del Kursaal, y eso que Firth presenta este año otro filme a competición, «El largo viaje».
A pesar de que Whiterspoon encarna con maestría el dolor de una madre que no sólo pierde a su hijo, sino que además lo hace en unas circunstancias tan extremas, el foco de Egoyan está puesto en el conjunto de la comunidad, un pueblo que sigue el juicio y que sabe, como la propia defensa, que peca de inexperiencia, que no existen pruebas que resulten concluyentes, pero que necesitan a un culpable. Por eso, aunque se han rodado varios documentales sobre este hecho, el director, afincado en Canadá, considera que es mucho mejor la ficción: «El documental necesita respuestas, suele señalar un culpable, pero lo cierto es que aquí no hay uno claro, así que es mucho mejor sugerir y crear una situación de tensión que afecte al espectador», subraya.
Efectivamente, con el tiempo se encontraron pelos del padre de uno de los chicos cerca de uno de los cadáveres y las pruebas de ADN, que no fueron realizadas en un primer momento, lo señalaron como posible culpable, pero no hay ninguna prueba que haya sido determinante, ya que algunos expertos señalan que no es extraño que aparecieran teniendo en cuenta que vivía con él, sin necesidad de que hubiera pasado por la escena del crimen.
Memoria de un país
En cualquier caso, Atom Egoyan, hasta hace poco una de las miradas de autor más aclamadas en los festivales, parece más interesado en hacer una reflexión general que en dejar su sello: «En estos tiempos de internet, en los que todos los datos están a nuestro alcance, parece que no podemos permitirnos que haya misterios, sólo queremos certidumbres y respuestas concretas, pero se acaban imponiendo. De nada nos sirve tener todos los datos si no somos capaces de interpretarlos». También hablaba de impunidad la otra película a concurso, la bosnia «For Those Who Can Tell No Tales», que ha revisado la brutalidad de la guerra de los años novenata gracias a la experiencia de la artista australiana Kym Vercoe, que se sintió conmocionda al saber que en uno de los hoteles en los que le recomendó la guía alojarse durante su primer viaje a Bosnia se había violado a más de un centenar de mujeres y nadie le había avisado antes de ese acontecimiento. «Aparte de volver a recordar los hechos terribles que sucedieron en mi país, quería mostrar lo que pueden hacer los seres humanos cuando descubren hechos de este tipo», asegura la directora Jasmila Žbanic', que ha transformado en guión la obra de teatro de la protagonista.