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Crítica de cine

«Bienvenida a Montparnasse»: Sola en la oscuridad

«Bienvenida a Montparnasse»: Sola en la oscuridad
«Bienvenida a Montparnasse»: Sola en la oscuridadlarazon

Dirección y guión: Léonor Serraille. Intérpretes: Laetitia Dosch, Souleymane Ndiaye, Nathalie Richard, Grégoire Monsaingeon. Francia-Bélgica, 2017. Duración: 97 minutos. Drama.

Así como Rosetta daba portazos contra nuestra mirada para expresar su rechazo hacia el mundo, definiendo la rigurosa hostilidad de la propuesta de los Dardenne, lo primero que hace la Paula de «Bienvenida a Montparnasse» es gritar un «abre la puerta» que será, sin duda, el lema de la estimulante ópera prima de Léonor Serraille. En efecto, toda la película está articulada alrededor de ese deseo: el deseo de «abrirse», de conectar, desde una soledad incómoda, con el otro, aunque éste nos dé la espalda, nos escupa y nos desprecie, a veces merecidamente. No se trata de ser complaciente con Paula, que puede parecer una bipolar de manual o una versión «postmillenial» de la Gena Rowlands de «Una mujer bajo la influencia». Su problema es el desbordamiento de los afectos, y la belleza de la extraordinaria interpretación de Laetitia Dosch es, justamente, dejarlos fluir desde sus contradicciones, desde un cuerpo que necesita y repudia, en ocasiones en el mismo plano, y que aprende a manejarse, con una honestidad tan antipática como vulnerable, para vivir su propia vida. Con mucho de Pialat en sus explosiones de rabia y alegría, bruscas como bofetadas, y con algo de Mia Hansen-Love en su búsqueda de un ritmo abrupto, siempre en movimiento –qué feliz idea la de elidir los encuentros sexuales de Paula–, ésta es una película a la que nos apetece hacer compañía.