Borja Cobeaga: «El cine sobre ETA tiene un efecto liberador»
El director presenta en San Sebastián «Negociador», una comedia inteligente y original sobre la negociación entre la banda y el Gobierno en 2005
Un letrero sobre fondo negro nos cuenta que en 2005 se inició una negociación entre el Gobierno español y la banda ETA y nos avisa de que lo que vamos a ver es la recreación libre de ese proceso. Y tan libre. A los pocos segundos, la sala donde ayer se proyectaba en el Festival de San Sebastián, dentro de la sección Zabaltegi, ya estaba riendo. Y así a ratos hasta el final de la película. Y eso que «Negociador», la arriesgada propuesta de Borja Cobeaga –el director de filmes como «Pagafantas», nada que ver con ésta, y coguionista de «Ocho apellidos vascos»– no es una comedia al uso que busque la carcajada, la situación inverosímil o el despropósito. Todo lo que cuenta es bastante creíble hasta cierto punto... con las oportunas licencias. Un representante del Gobierno, un atípico político humanísimo y campechano (al que da vida Ramón Barea), se desplaza hasta Francia para verse en un hotel con los emisarios de la banda (Josean Bengoetxea primero, Carlos Areces más tarde). Los pequeños equívocos idiomáticos y las situaciones cotidianas en algo que no tiene nada de cotidiano configuran la inteligente mirada a un asunto espinosísimo con el que Cobeaga ha resuelto uno de los filmes que más van a dar que hablar este año. Y esperemos que para bien.
-¿Cuánto hay de Jesús Eguiguren en la película?
-Hay un punto de partida, pero luego es un personaje que no es él. De hecho, es deliberado el cambio de nombre y con Ramón Barea no hemos trabajado en una recreación. No es como cuando Sorrentino hace «Il Divo» y es Andreotti. Pero sí que hay algo que parte de la historia real para empezar a fantasear, y la mezcla de realidad y ficción puede despistar, pero también lo hace interesante.
-¿Hubiera sido posible esta película antes de la tregua?
-Habría sido imposible.
-¿Le preocupaban las reacciones?
-Esta película la hago porque leo una historia, empiezo a investigar sobre esa negociación y me fascinan los detalles. Tenía claro que no quería una película sobre el proceso sino más bien sobre lo que lo rodea. Me fascinaba la historia. Es una película que se ha hecho muy pequeñita y en unas condiciones de libertad grandes porque había que hacerla sin concesiones. No está hecha para quedar bien.
-¿Cree que a alguien le va a molestar?
- Creo que antes de verla va a molestar, porque si metes en la misma ecuación negociación, ETA y pinceladas cómicas, aunque no sé si es una comedia o una tragicomedia, eso ya predispone a decir: «¿Qué es esto?» Pero, por otro lado, la película no tiene ningún posicionamiento ideológico. Yo me salvaguardo ahí. Viéndola no sabes bien de qué parte está. Quizá eso pueda molestar.
-Mucha gente le va a pedir que se posicione.
-Claro. Pero mi propuesta inicial era no hacerlo. Como no era una película ideológica, sino que iba más del factor humano, por mucho que tratemos de una situación política o de terrorismo, yo quería hablar de los personajes. Por debajo de estos actos solemnes hay seres humanos con sus virtudes y defectos.
-¿De qué manera han cambiado las cosas después de la tregua en el arte, en el cine, y en lo que se respira en la calle?
-Se ve aquí: hace diez años no habríamos podido tener esta conversación porque no habría existido la película. Y a lo mejor estábamos en el Boulevard y estaban quemando un autobús. En realidad, la sociedad vasca ha sido muy madura y en muy poco tiempo ha ido cerrando heridas. Todavía queda mucho por cerrar y mucho por resolver. Pero los avances han sido descomunales.
-¿El proceso que muestra, cuánto tiene de real? ¿Fue así, en un hotel parecido al que muestra y en un ambiente similar?
-Sí, exactamente, con un mediador que no hablaba castellano y una traductora que un día no fue porque era domingo. Eso pasó. En la película he decidido contar lo que es real y hacer también suposiciones: la traductora no faltó porque su novio le dijera «tú no trabajes en domingo», es la imaginación la que te dispara hacia eso. Pero está llena de detalles que son verdad, como que al interlocutor del Gobierno español le confundieron con el miembro de ETA. Tuve que situarla en el sur de Francia, pero en realidad fue en Ginebra y Oslo. He intentado hacer un ejercicio de síntesis dadas las circunstancias de la película, que es muy pequeñita.
-¿Corre ETA el riesgo de convertirse en la nueva Guerra Civil como tema recurrente del cine? Hay una ola de películas ahora.
-Absolutamente. Se muere Franco y llegan películas sobre la Guerra Civil y la posguerra; ahora hay un alto el fuego, y llegan las de ETA, de todo pelaje. Ahora están «Lasa y Zabala» y la mía, pero luego llegarán «Fuego», Imanol Uribe va a hacer otra, unos franceses están rodando otra más por aquí. Por un lado tienes que ver el efecto sociológico de liberación, pero por otro se inunda el mercado: imagínate dentro de veinte años cuando digan: «El cine vasco, siempre con películas de ETA». Yo que tengo varios proyectos sobre esto también pienso en la reacción que va a haber y en que me va a condicionar.
-Precisamente habla de heridas que están cerrándose. Y en el filme vemos cómo posturas opuestas, entre la gente, al final pueden acercarse. ¿Eso cree que ha sucedido ya?
-Creo que sí: tener a Bildu en las instituciones, por ejemplo, políticamente te puede parecer más repugnante, mejor o peor, pero creo que es un signo de madurez. Pringar a alguien que renegaba de las instituciones, ponerle en lo alto de ellas a través de los votos, les ayuda a acercarse a los demás. Y a nosotros a ellos. A mí me pasó: cuando me di cuenta de que alguien de la izquierda «abertzale» no tenía cuernos y rabo ni olía a azufre.
-Siempre que no sean de los que tienen sangre en las manos, supongo.
-Exactamente. En ese sentido, lo más espectacular son las posturas más arraigadas. Pero en medio estamos un montón de gente que no comulgamos con eso. Todavía faltan actos solemnes. Los actos de conciliación que está habiendo entre víctimas y asesinos son importantes. Esto se va haciendo poco a poco, pero todavía falta algo. Pero estamos dando muestras de madurez: ¡esto fue hace nada!