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Cannes abuchea el porno en 3D de Gaspar Noé

larazon
  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Las aglomeraciones para ver «Love» el miércoles por la noche provocaron retrasos en la proyección.
Hay un plano (uno solamente) de «Love», la película escándalo del festival, que justifica la expectación creada ante su estreno en Cannes. En 3D un pene eyacula sobre el público. ¿O deberíamos decir «contra» el público? A este crítico la imagen le recordó el disparo a cámara del cowboy de «El gran asalto al tren», que Edwin S. Porter dirigió en 1901. En aquellos tiempos, o eso dicen las crónicas, los espectadores gritaban y se levantaban de los asientos con la impresión de que la bala había traspasado la pantalla. En estos que nos ocupan, sólo escuchamos risas cómplices. Un pene no es una pistola, aunque Gaspar Noé, con ese plano, quiera decirnos que no hay tanta diferencia entre el cine de los orígenes y el 3D y que, al fin y al cabo, su espectáculo erótico está cargado con balas de fogueo. A juzgar por las aglomeraciones en la sesión de medianoche del miércoles, que provocó media hora de retraso en la proyección, al público poco le importa llegar al orgasmo. En el sexo lo importante es participar. Nos quedamos con el comentario de un guardia de seguridad a la entrada del Grand Theatre Lumière: «¿Todo este follón para ver una película porno?».
Parece que Thierry Frémaux incluyó «Love» en la programación de Cannes –eso sí, fuera de concurso– sin verla acabada. Fiel a sus descubrimientos –el argentino Gaspar Noé ha traído todas sus películas al festival y levantó ampollas con la memorable «Irreversible» y su secuencia de violación de diez minutos en plano fijo– el certamen no podía perderse una buena dosis de sexo explícito, a pesar de que, como de costumbre, el semen no llegara al río. «Love» carece del espíritu transgresor de «El imperio de los sentidos», por poner un ejemplo que, en 1975, provocó acusaciones de obscenidad y juicios sumarios en el mismo seno del festival. Básicamente, el filme es como el «9 Songs» de Michael Winterbottom con una hora más de metraje. Si el cine porno, anarrativo por excelencia, tiende a eliminar el contenido dramático de sus tramas, «Love» procede a la inversa. Noé se pregunta: ¿qué ocurriría si contamos la historia de amor y desamor de una pareja sin ahorrarse lo que el cine comercial arrincona por sistema?
«Si buscas en internet la palabra “love” el cincuenta por ciento de las imágenes que encontrarás son sexualmente explícitas», explicó Noé. «Es una película sobre el amor, no sobre los bancos suizos o la Cienciología. ¿Por qué no mostrar lo que significa?». Aunque conocido por su afán provocador, el director de «Irreversible» –que se reserva un cameo como galerista de arte y, peluca en ristre, no puede evitar enseñar su miembro a la cámara– sabe filmar con ternura los momentos de intimidad. Si lo hizo en «Solo contra todos», historia de amor incestuoso entre un carnicero fascista y su hija discapacitada, ¿cómo no lo va a hacer con dos cuerpos jóvenes que se desean? Atrapado en una vida que le repugna, con una hija de dos años, fruto de un inoportuno condón roto, y una pareja a la que detesta, Murphy, director de cine sin proyecto conocido, recuerda su relación con Electra, el amor de su vida. De la felicidad inicial al desgaste que producen los celos y las traiciones atravesamos un camino de rosas y espinas, aderezado con todo tipo de prácticas sexuales –ménage à trois, visita a un club de intercambio de parejas, noche loca con un transexual– para ilustrar la decadencia del amor.
Dos conflictos en uno
Quizá el problema de «Love» radica en que Noé es, después de todo, un moralista que condena y castiga a sus personajes por transgredir las normas. Quizá lo que ocurre es que se habla mucho del amor y del sentido de la vida y sólo se escuchan banalidades. Quizá es que la puesta en escena del sexo en la película se reduce a una genitalidad algo ingenua (no por casualidad Noé la dejaría ver «a los niños de doce años»), y la propuesta, más monótona que atrevida (el 3D tiene poco que decir en esta fiesta), se agota en sí misma a los pocos minutos de proyección. Sin dejar Francia –difícil está en una edición especialmente chauvinista– Jacques Audiard estrenó «Dheepan» en la sección oficial. El director de «Un profeta» pone en relación un conflicto remoto –la guerra civil en Sri Lanka– con uno local –la violencia en los barrios de extrarradio franceses– a partir de la historia de una familia falsa, que ha tenido que mentir para que el país galo les diera asilo político y poder emprender una vida lejos del horror de su tierra, que aprende a construirse como verdadera a medida que se adapta a un entorno hostil.
La acostumbrada solidez de la dirección de Audiard se concentra en el retrato de un personaje, el Dheepan del título, que, como los protagonistas de «De latir el corazón se ha parado» y «Un profeta», intenta sobrevivir en un polvorín a punto de explotar. La realidad no les permite anestesiar la dimensión más violenta de su carácter; en el caso de Dheepan, su tenebroso pasado en una guerra sin cuartel. Poco amigo de subrayados, Audiard no necesita de ningún tipo de explicaciones históricas –en este ignorante lado del mundo no se sabe mucho del conflicto ceilanés– ni de divagaciones sobre la psicología de sus personajes, que se definen por lo que hacen, nunca por lo que piensan. Es una película modesta, quizá menor, pero, del «pack» francés que concursa, es de lo mejorcito que hemos visto, a falta de «Valley of Love», con Depardieu y Huppert, qyue vamos a poder ver hoy, cuando el festival ya toca prácticamente a su fin y todo el pescado, cinematográficamente hablando, está vendido.