Berlín

Clooney, al rescate del arte robado por Hitler

«Monuments Men», a concurso, recrea el trabajo de este grupo de héroes de a pie

De izquierda a derecha, Bill Murray, John Goodman, George Clooney, Jean Dujardin y Matt Damon, durante la presentación de la película en la Berlinale.
De izquierda a derecha, Bill Murray, John Goodman, George Clooney, Jean Dujardin y Matt Damon, durante la presentación de la película en la Berlinale.larazon

Cuando un periodista le preguntó a George Clooney en rueda de Prensa si había dejado de ser liberal, el protagonista de «Los descendientes» aprovechó para salirse por la tangente y evadió responderla con excusas de mal pagador. Era una pregunta relevante: viendo «The Monuments Men», que se presentaba ayer a concurso en la Berlinale, es difícil reconocer al director de «Buenas noches, y buena suerte», al actor crítico con la política de Bush; en fin, al demócrata de toma pan y moja. Tal y como Clooney plantea la historia de estos héroes de a pie, que componen una patrulla de impecable currículum moral para salvar el arte que Hitler ha saqueado de los países ocupados con el fin de impresionante montar un museo en su pueblo natal, si no fuera por los americanos Europa habría perdido todo su patrimonio artístico en lo que tarda en encenderse una cerilla. Por si fuera poco, unas cuantas barras y estrellas ondean al fondo del plano, y el personaje de Clooney, instigador, líder del grupo e historiador del arte, existe solamente para repetir unas cuantas veces lo importante que es recuperar y conservar la herencia cultural.

«Las películas que Grant (Heslov, coguionista) y yo habíamos hecho eran bastante cínicas», afirmó el intérprete. «Queríamos demostrarle al mundo que, como personas, lo somos menos de lo que aparentan nuestros filmes». Para el que esto firma, «The Monuments Men», que la crítica americana ha vapuleado, es precisamente un ejercicio de cinismo: una lección de historia para lectores del «Reader's Digest» que no se atreve ni a ser «Doce del patíbulo» ni, por supuesto, «Malditos bastardos», condicionada como está por agradar a todo tipo de público. En Berlín la acogida de la Prensa fue más bien fría, quizá influída por la súbita interrupción de la proyección por el desmayo de un espectador en la sala.

Una película a medio terminar

Lo cierto es que es un proyecto cuyos ambicioso objetivos no han sabido cuajar. Tenía previsto su estreno americano en Navidades para entrar en la carrera de los Oscar, pero un retraso del departamento de efectos especiales la condenó a ser plato de fuera de temporada. Su papel en la Berlinale es llenar de estrellas la alfombra roja, pero la película no tiene el nivel suficiente para competir en un festival internacional. De hecho, parece que esté a medio terminar. Clooney distribuye en parejas de lo más improbable a su reparto de estrellas, y los duetos, exceptuando quizá el que interpretan Bob Balaban y Bill Murray, nunca funcionan, porque a los personajes les falta desarrollo y a los actores química. Hay escenas que podrían desaparecer sin afectar a la comprensión de la historia, y los clímax carecen por completo de entidad dramática, están dirigidos con mano blanda y el corazón encogido.

Clooney quiere emular al Steven Soderbergh de «El buen alemán» sin su prurito formalista, y hacer una película como las de antes. Nazis y franceses hablan en inglés, los personajes parecen incapaces de romperse una uña y menos de ensuciar sus trajes, y no hay ni una sola oscuridad que empañe la luz de los héroes. Por el camino, Clooney olvida que el cine clásico de Hollywood era un modelo de cómo narrar sin vanas digresiones, que su precisión nunca se doblegaba ni ante las cuitas más patriotas. Y sí, «The Monuments Men» es una película patriota, producto de una América más insegura que nunca.

La otra cinta a competición, «Beloved Sisters», del alemán Dominik Graf, sirvió de denso contrapunto a «The Monuments Men». ¿Por qué? Porque de algún modo sintetiza ese patrimonio cultural de la vieja Europa que recuperan los protagonistas del filme de Clooney en forma de desatado folletín. En el triángulo amoroso que componen el poeta e historiador Friedrich Schiller y las dos hermanas Von Lengefeld laten vientos de cambio: el Romanticismo empapa las pasiones de hombres y mujeres alérgicos a las convenciones sociales, la Revolución francesa devuelve el poder al pueblo y la imprenta democratiza la literatura.

Graf se enfrenta a este material de partida con agilidad y soltura, teniendo en cuenta que la película dura casi tres horas, pero es una velocidad de raíz netamente catódica (el cineasta alemán ha desarrollado parte de su carrera en la televisión, y el filme tiene una versión veinte minutos más larga que se emitirá en dos capítulos en la pequeña pantalla). Las escasas ideas de puesta en escena de «Beloved Sisters» (unos horribles créditos de color rosa, ocasionales zooms que pretenden dinamizar la acción) desean «modernizar» la historia, como si Graf tuviera miedo de aburrir al espectador por el simple hecho de situar el argumento en el siglo XVIII. Craso error que ensucia los logros de una película que podría haber sido otra «Misterios de Lisboa» si no fuera tan convencional. Es decir, si adecuara su estilo a la valentía de sus personajes, adelantados a su tiempo.

Un monstruo llamado Himmler

Fue el mayor asesino de masas del nazismo. Como comandante en jefe de las SS, Heinrich Himmler (en la imagen, haciendo prácticas de tiro) ordenó la matanza de todo aquel que no cumpliera con los requisitos de la raza aria. Era el brazo ejecutor de Hitler, un súbdito todopoderoso que creía en la sinestesia, que llevaba un diario donde anotaba todo lo que hacía y pensaba, que desarticuló la conspiración Valkiria, que atentó contra el Führer y que se suicidó con una cápsula de cianuro. La Berlinale, que acostumbra a programar títulos que revisan el lado más tenebroso (y aún no asumido) de la historia alemana, proyectó, en la sección Panorama, «The Decent One», documental de Vanessa Lapa en el que, a partir de imágenes de archivo, cartas personales, fotos y entradas de diario, se analiza la controvertida personalidad de Himmler. Un complemento perfecto para comprobar que los nazis que aparecen en «Monuments Men» son puro tebeo.